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Estudio-vida de Hechospor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1419-0
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LA ALABANZA Y ORACION DE LA IGLESIA

Después de la prohibición del sanedrín (vs. 13-18), de la respuesta de Pedro y Juan (vs. 19-20), y de la liberación de Pedro y de Juan por parte del sanedrín (vs. 21-22), vemos la alabanza y la oración de la iglesia (vs. 23-31). Leamos el versículo 23: “Y puestos en libertad, vinieron a los suyos y contaron todo lo que los principales sacerdotes y los ancianos les habían dicho”. La expresión “los suyos” se refiere a los miembros de la iglesia, quienes fueron hechos distintos y separados de los judíos por invocar el nombre de Jesús (9:14).

Los versículos 24-26 declaran: “Y ellos, habiéndolo oído, alzaron unánimes la voz a Dios, y dijeron: Soberano Señor, Tú eres el que hiciste el cielo y la tierra, el mar y todo lo que en ellos hay; que mediante el Espíritu Santo, por boca de David nuestro padre Tu siervo dijiste: ‘¿Por qué se han enfurecido los gentiles, y los pueblos planean cosas vanas? Se levantaron los reyes de la tierra, y los príncipes se juntaron en uno contra el Señor, y contra Su Cristo’”. La palabra griega traducida “Soberano Señor” en el versículo 24 no es kurios, la cual regularmente se traduce “Señor”, sino despotes, lo cual denota a alguien que es dueño de un esclavo, alguien que tiene poder absoluto, como en Lucas 2:29, Judas 4, Apocalipsis 6:10, y 1 Timoteo 6:1-2. Originalmente, la palabra traducida “enfurecido” en el versículo 25 significaba bufar como caballo, es decir, ser altivo, insolente.

Los versículos 27-28 declaran: “Porque verdaderamente se unieron en esta ciudad contra Tu santo Siervo Jesús, a quien ungiste, Herodes y Poncio Pilato, con los gentiles y el pueblo de Israel, para hacer cuanto Tu mano y Tu consejo habían predestinado que sucediera”. La palabra “predestinado” en el versículo 28 nos recuerda “el determinado consejo y el anticipado conocimiento de Dios” que se menciona en 2:23. La crucifixión del Señor Jesús fue el cumplimiento del determinado consejo divino del Dios Triuno.

Hechos 4:29-31 declara que oraron para tener el denuedo para hablar la palabra del Señor: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios” (v. 31). Ellos, al igual que Pedro en el versículo 8, fueron llenos del Espíritu Santo exterior y económicamente.

PEDRO Y JUAN ANTE EL SANEDRIN

El recuento de Hechos 4, gira en torno a Cristo el Sanador revelado en el capítulo tres. La sanidad mencionada en este capítulo no se produjo fuera de la ciudad santa, sino en la ciudad misma, incluso cerca del templo. Por tanto, muchos de los que asistían al templo presenciaron este suceso. Sin embargo, los gobernantes y administradores judíos no aceptaban ninguna actividad hecha en el nombre de Aquel que ellos negaron, que condenaron a muerte y mataron. Tampoco podían negar el hecho de que el hombre cojo había sido sanado y que esto ocurrió por medio del nombre de Jesús y no por alguna capacidad humana. Además, Pedro y Juan eran galileos, no residían en Jerusalén, sino que procedían de la región menospreciada de Galilea. Finalmente hubo mucha confusión y les resultó difícil a los líderes judíos controlar la situación. Ellos no podían estar de acuerdo con los pescadores galileos y mucho menos aceptar lo que habían hecho en el nombre de Aquel a quien ellos negaron y habían crucificado. Por tanto, no pudiendo mantener el orden, se reunieron y tuvieron una conferencia.

Leamos Hechos 4:15: “Entonces les ordenaron que saliesen del sanedrín; y conferenciaban entre sí”. El sanedrín era un concilio compuesto de los principales sacerdotes, ancianos, intérpretes de la ley y escribas. Era la corte suprema de los judíos (Lc. 22:66; Hch. 5:27, 34, 41). El sanedrín tenía la autoridad de tomar decisiones acerca de ciertos asuntos sin consultar a ninguna autoridad superior.

En Hechos 4 vemos que el sanedrín manejó el caso de Pedro y Juan con prudencia. Conferenciaban entre sí diciendo: “¿Qué haremos con estos hombres? Porque de cierto, es evidente a todos los que moran en Jerusalén que una señal notable ha sido hecha por medio de ellos, y no lo podemos negar. Sin embargo, para que no se divulgue más entre el pueblo, amenacémosles para que no hablen de aquí en adelante a hombre alguno sobre este nombre. Y llamándolos, les ordenaron que en ninguna manera hablasen ni enseñasen sobre el nombre de Jesús” (vs. 16-18). Después de amenazarlos, “les soltaron, no hallando ningún modo de castigarles, por causa del pueblo; porque todos glorificaban a Dios por lo que se había hecho”. (v. 21). Quizá el sanedrín tenía miedo de que el pueblo los apedreara a ellos si castigaban a Pedro y a Juan; por lo tanto les soltaron.


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