Predicar el evangelio en el principio de la vidapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-3771-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Hay mucho que tenemos que aprender y practicar en cuanto a la predicación del evangelio. Primero vamos a considerar la manera de invitar a las personas para que sean salvas. Algunos dirán que esto es muy sencillo; que no se necesita de ningún entrenamiento para ello y que ya lo saben hacer. Sí, es posible que sepamos algo al respecto, pero hay una técnica superior que podemos practicar.
Lo primero que debemos hacer es confiar en el Señor. No podemos hacer nada independientemente del Señor. Cuando nos preparamos para salir a invitar a las personas, debemos tener suficiente oración. Debemos procurar conocer la mente del Señor en cuanto a quién debemos contactar. Luego, podemos orar por aquellas personas que sentimos es del Señor invitarlas. Debemos presentarlas al Señor día y noche mencionando los nombres de cada una de ellas. Debemos orar de una manera prevaleciente. Isaías 45:11 dice: “Así dice Jehová, / el Santo de Israel, el que lo formó: / ‘Preguntadme de las cosas por venir; / mandadme acerca de mis hijos / y acerca de la obra de mis manos’”. En este versículo el Señor nos da el derecho de darle órdenes. En cierto sentido, Él nos está diciendo: “Yo soy tu Siervo. Dame órdenes”. Debemos aprender a orar de esta manera, diciendo: “Señor, mientras permanezco aquí contigo, y mientras pongo mis ojos en Ti, quiero decirte que Tú tienes que hacer algo”.
En el universo existe un misterioso principio de fe. Puesto que la fe honra al Señor, el Señor siempre honra la fe. Si no tenemos una fe viva, eficaz y poderosa, eso significa que nosotros dependemos de nosotros mismos, o que tenemos un corazón maligno de incredulidad. Sin embargo, si no confiamos en nosotros ni dependemos de nosotros mismos, sino que por el contrario creemos, tendremos la fe viva para reclamar algo, para ordenarle al Señor que haga algo. Ordenarle al Señor que haga algo significa que no confiamos en nosotros mismos y que creemos; y el Señor respaldará esta fe. Debemos orar de esta manera. Cualquier clase de duda proviene del enemigo. Por lo tanto, debemos aprender a creer y a ejercitar una fe viva.
Debemos aprender a orar por el contacto que tendremos con las personas, y a ver cómo el Señor responderá a nuestra oración. Debemos decirle al Señor: “Señor, deseo que por lo menos salves a una de las personas por las que he estado orando”. Digámosle esto de una manera osada, retándolo un poco. Entonces veremos que Él hará algo. Incluso podemos decir: “Señor, mientras que estoy orando aquí, en este mismo instante, Tú tienes que laborar en el corazón de la persona por quien estoy orando. Espero escuchar un testimonio de él que diga que algo ocurrió dentro de él este mismo día, hora y minuto”. Aprendamos a poner al Señor a prueba, no como lo hizo el pueblo de Israel en el desierto, con un corazón maligno de incredulidad, sino con un corazón lleno de fe. Si al orar tenemos una fe viva, nuestra predicación tendrá impacto. Así pues, cuando nos acerquemos a nuestro amigo, obtendremos los resultados esperados porque hemos orado. Puesto que le hemos dado una orden al Señor, nos acercaremos a dicha persona teniendo impacto y seguridad, y le diremos que tiene que ser salvo. Ésta es la manera de invitar a las personas. Lucas 14:23 dice que cierto amo les dijo a sus esclavos no sólo que invitaran a la gente a su gran banquete, sino que incluso las obligaran a venir. En algunas versiones de la Biblia dice fuérzalos y en otras dice constríñelos. Así pues, tenemos que obligar, forzar, presionar y constreñir a las personas a que vengan.
Antes de realizar la reunión para predicar el evangelio, debemos primero determinar la manera apropiada de contactar a las personas por quienes hemos estado orando, es decir, si debemos llamarlas por teléfono o hablar con ellas personalmente, y luego el día antes de dicha reunión, debemos llamarlas para confirmar si van a venir. Entonces, en la mañana del día de la reunión, debemos ayunar. No debemos ser legalistas al respecto, pero estoy seguro de que esto agradará al Señor. Si realmente tomamos estas cosas en serio, no interrumpiremos nuestro ayuno al medio día, sino que continuaremos ayunando a fin de orar. Cuando el hermano Watchman Nee era joven y aún estaba en la universidad, él ayunaba todo el día, las tres comidas del sábado. Él hizo esto por más de un año a fin de orar, estudiar la palabra y pasar tiempo con el Señor. Luego, el día del Señor, él iba a predicar, y su predicación era poderosa y tenía un verdadero efecto en las personas.
Si realmente tomamos en serio al Señor, Él también nos tomará en serio, y tendremos el impacto. Sin embargo, si somos indiferentes en nuestra predicación, el Señor también se mostrará indiferente. El Señor jamás podrá hacer nada a través de los tibios; debemos ser completamente fríos o calientes. Debemos ser fervientes al grado que “quememos” a las personas. ¿Cómo podemos ser fervientes? Mediante la oración y, de ser posible, mediante el ayuno, sin ser legalistas. Debemos sentir la carga de ayunar y orar durante toda la mañana del día de la reunión. Podemos orar, diciendo: “Señor, las personas que te he mencionado tantas veces tienen que ser salvas hoy. Es por eso que estoy aquí ayunando. No me interesa comer, pues estoy lleno de esta carga. Tu obra me llena tanto que no me interesa comer ni siento que puedo hacerlo”. Si hacemos esto, veremos el impacto y las respuestas a nuestras oraciones. Si oramos y ayunamos, entonces nuestro día de predicación será un día en el que cruzaremos una línea fronteriza. Antes del Día de Pentecostés, los discípulos oraron por diez días. Aparte de orar, ellos no hicieron nada más durante esos diez días. En esto podemos ver el efecto que tuvo su predicación.
Después de haber ayunado y orado, y antes de la reunión, debemos ir a traer a las personas por las cuales hemos estado orando. Es mejor si vamos a recogerlas; no debemos confiar en que ellas vendrán solas ni debemos creer simplemente en la promesa que nos hicieron de que vendrían. Muchas veces nuestros amigos nos prometen que vendrán sólo por cortesía, y después que ha pasado la reunión se disculpan y nos dan una excusa explicándonos por qué no vinieron. Por consiguiente, en lugar de esperar a que vengan, debemos ir por ellas y acompañarlas a venir. Debemos forzarlas a que sean salvas. Éste es nuestro deber y nuestra responsabilidad normal. De hoy en adelante, si el Señor lo permite, debemos hacer esto cada mes hasta que Él venga. Cada mes debemos predicar el evangelio.
Algunos dicen que es demasiado esperar a que sean añadidas cien personas a la iglesia. Si doy cabida a la incredulidad, estaría de acuerdo con esto. Sin embargo, si todos ayunáramos, dejando de comer una comida cada día hasta el día de la reunión del evangelio, doscientas personas podrían ser salvas. Esto depende no sólo del Señor, sino aún más de nosotros y de cómo cooperemos con el Señor. Si no creemos y, en lugar de ello, todos decimos: “Oh, eso es imposible; olvidémonos de eso y mejor durmamos”, entonces ninguna persona será salva por medio nuestro. Ello dependerá de cómo cooperemos con el Señor, con la iglesia y unos con otros.
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