Espíritu en las epístoles, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7707-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento son los Evangelios. Debemos adorar a Dios porque no sólo las palabras de las Sagradas Escrituras contienen las revelaciones de Dios, sino que aun en el orden de los libros de las Escrituras está implícita la soberanía de Dios. Tomen como ejemplo los cuatro Evangelios. Si consideramos la secuencia, veremos que ésta es muy significativa. Mateo, el primer libro, comienza diciéndonos que por un lado, el de Dios, Jesucristo era Dios engendrado en el hombre, y que por otro lado, el del hombre, Él era un descendiente que vino a existir mediante las generaciones de sus antepasados. Por tanto, al comienzo Mateo nos muestra la genealogía del Señor, la cual puede considerarse casi como un esquema de todo el Antiguo Testamento. El extracto de todo el Antiguo Testamento es la genealogía hallada en Mateo 1. El Antiguo Testamento habla acerca de los padres que en las generaciones pasadas heredaron la promesa de Dios, de que traería a una persona maravillosa; entonces esta persona maravillosa vino. Él es Dios mismo introducido en el hombre; Él es Emanuel, Dios con el hombre. El punto central del Evangelio de Mateo es que Él desea estar con nosotros. Por tanto, Mateo se refiere al menos tres veces al hecho de que el Señor está con nosotros. La primera vez, hace mención de Emanuel, esto es, Dios con nosotros (1:23). En otra ocasión dice: “Donde están dos o tres congregados en Mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (18:20). Y otra vez, después de la resurrección del Señor, dice: “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo” (28:20). Éste es Emanuel, Dios mezclado con el hombre; como tal, Él nunca puede separarse de nosotros. De manera que, Él está con nosotros hasta la consumación del siglo. Nuestro Señor maravilloso es así; esto es lo que Mateo nos muestra.
Ahora veamos los dos libros que están en medio: Marcos y Lucas. Éstos no hablan sobre Emanuel, el Dios que está con nosotros. En cambio, nos muestran cómo Aquel que era Dios con el hombre, Aquel que se encarnó y Emanuel, vivió en el hombre y cómo llevó la vida de un hombre. Él vivió en la tierra como un verdadero hombre, y durante treinta y tres años y medio llevó un verdadero vivir humano sobre la tierra. Esto es lo que Marcos y Lucas nos muestran.
Luego venimos al Evangelio de Juan. El énfasis de Juan consiste en mostrarnos que este Dios, quien estaba en el principio, vino al mundo para hacerse hombre y después fue a la cruz. Al ir a la cruz, Él fue transfigurado de la carne al Espíritu. En los capítulos del 14 al 16, se hace un gran giro, en el cual vemos que el Señor fue transfigurado de la carne al Espíritu. Una vez que Él fue transfigurado en el Espíritu, se hizo posible que el hombre viviera en Él y Él en el hombre. Él y el hombre se unieron completamente el uno con el otro. Esta unión se da con este Espíritu. Al final del Evangelio de Juan, en los capítulos 20 y 21, nuestro maravilloso Señor a la postre se manifestó como aliento. Esto es misterioso a lo sumo. La existencia del hombre depende de la vida; la historia del hombre es íntegramente una historia de vida. Pero la vida depende del aliento. Por esta razón, cuando una persona muere, decimos que ella ha expirado; es decir, ha exhalado su último aliento. Cuando alguien exhala su último aliento, ha llegado a su fin, y no hay más vida en él. ¿Entonces qué es este aliento? Esto es muy misterioso pero real. En el Evangelio de Juan, se deja constancia de que el Dios Triuno se mezcla con un descendiente que provino de los antepasados. ¿Quién es esta Persona maravillosa? Él es el Dios Triuno, Aquel cuyas salidas son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad, y quien creó el universo, Aquel que se mezcló con un descendiente que provino de generaciones de antepasados. Él es tan maravilloso y, además, con el tiempo llegó a ser el aliento, que es el Espíritu que podemos recibir. Hoy cuando creemos en el evangelio, no creemos meramente una doctrina; antes bien, recibimos este aliento. El Señor Jesús en quien creemos es diferente de cualquier fundador de una religión. Cuando uno cree en una religión, uno cree en ciertas enseñanzas o doctrinas; pero cuando creemos en el Señor Jesús, lo recibimos a Él como aliento.
Al comienzo de los cuatro Evangelios vemos una genealogía en la cual surge un descendiente como fruto de la mezcla del Dios Triuno con el hombre. Luego al final de estos cuatro libros vemos que esta Persona maravillosa a la postre se hizo el aliento. Él sopló este aliento para que el hombre recibiera al Espíritu Santo. Él mismo era ese aliento. Como dije antes, en el griego, la palabra traducida “aliento” también es la misma palabra que se traduce “espíritu”. El Señor Jesús sopló en los discípulos, y les dijo: “Recibid al Espíritu Santo” (Jn. 20:22). Recibid al Espíritu Santo puede también traducirse: “Recibid el aliento santo”. ¿Entonces por qué es que cuando el Señor sopló en los discípulos lo hizo para que recibieran al Espíritu Santo? Es porque ese aliento era el Espíritu. Por tanto, en definitiva esta Persona maravillosa es este aliento. Hoy cuando predicamos, hablando honestamente, no sólo predicamos la palabra a la gente, sino que transmitimos este aliento a ellos por medio de la palabra. Por medio de la palabra hacemos que otros conozcan este aliento, estén abiertos a este aliento y lo valoren. Usamos la palabra para introducir este aliento en ellos a fin de tocar sus corazones. De esta manera, una vez que ellos hayan sido conmovidos, no sólo ejercitarán su mente para estar de acuerdo con la palabra y creer en ella, sino que ellos mismos estarán abiertos por completo a este aliento para arrepentirse y orar. Esta oración con arrepentimiento equivale a la respiración. Equivale a recibir el aliento.
Por tanto, hermanos y hermanas, la predicación adecuada del evangelio por parte de los cristianos no consiste simplemente en predicar una doctrina. La predicación adecuada del evangelio es una historia del espíritu. Por ejemplo, en cuanto al pecado, podríamos bien exponer muchos hechos y razones para comprobar que los seres humanos son pecaminosos y finalmente convencer a las personas que confiesen que ellas son pecaminosas. Pero su confesión podría darse por completo en la mente. Esto es semejante a alguien que está de acuerdo que dos más dos son cuatro. Esto no es la salvación del Señor, sino la religión humana. ¿Entonces en qué consiste la salvación que el Señor nos otorga? Consiste en que cuando hablamos con alguien acerca de los pecados, en nuestras palabras se halle el espíritu que toca la parte más profunda de su ser, haciendo que él no solamente admita con su mente que es pecaminoso, sino que también gima desde su interior, diciendo: “Oh Señor, soy un pecador”. Cuando gime, el Señor como aliento entra en esta persona. Esto es creer y ser salvos desde nuestro interior. Ser salvos principalmente consiste en inhalar al Señor con nuestro espíritu, inhalarlo a Él mismo. Cuando una persona oye el evangelio y se siente conmovida e inspirada profundamente dentro de sí, él dice: “Oh Señor, perdóname. He pecado contra mi padre y mi madre”. Tal confesión es en realidad una inhalación. Cuanto más él confiese, más respira. Finalmente, él dice: “Oh Señor, gracias que Tú moriste por mí en la cruz. Quiero recibirte”. Cuanto más él ora de esta manera, más se siente interiormente regado y en paz. Esto significa que el Señor ha entrado en él como aliento, como Espíritu.
Hermanos y hermanas, en última instancia, es de esto que hablan los cuatro Evangelios. Si ustedes recuerdan los cuatro Evangelios que han leído, y si los vuelven a leer otra vez con una visión panorámica y desde la perspectiva de un extracto, verán que lo que ellos hablan es esto: un día el Dios Triuno, quien existe desde la eternidad y es el Creador de todas las cosas, entró en un descendiente de muchas generaciones de antepasados. De esta manera Dios y el hombre se mezclaron como una sola entidad. Tal persona vivió en la tierra, y luego por medio de la muerte y la resurrección Él llegó a ser el aliento que el hombre pudiera inhalar y recibir. En esencia, esto es los cuatro Evangelios. Es una lástima que antes, cuando leíamos los cuatro Evangelios, todo lo que recibíamos de nuestra lectura era un sinnúmero de enseñanzas, revelaciones, ejemplos e historias. Entonces íbamos y les contábamos a otros de estas cosas, diciendo: “Ven cómo el Señor Jesús amó a los niños, cuán tierno era Él, cuán humilde era, cuánto padeció, cuán fiel era Él y qué persona de gran corazón era Él”. Todas estas cosas son correctas, pero a duras penas tocamos el punto central, el cual es que el Señor Jesús llegó a ser aliento para que el hombre le inhalara. Es cierto que cuando hablábamos de cuán misericordioso y generoso era Él, también Él como Espíritu estaba operando a la par de nuestro hablar. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que las personas recibían ayuda, no por causa de nuestras enseñanzas, sino porque el espíritu de ellas estaba abierto y conmovido, y por tanto en su interior ellas pudieron percibir al Espíritu del Señor.
Por consiguiente, mientras predican la palabra, puede haber mil personas escuchándolos, pero verdaderamente sólo cinco o seis recibirán ayuda y serán salvos. La mayor parte del auditorio sólo escucha con su mente, pero puede ser que en cinco o seis de ellos haya una respuesta en su espíritu e inhalen al Señor en y con su espíritu. Tal vez ellos olviden las palabras que escucharon, pero nunca olvidarán el hecho de que tuvieron contacto con el Señor y le obtuvieron en su interior.
Por tanto, queridos hermanos y hermanas, nuestros ojos deben ser abiertos para que a partir de ahora, aunque no debemos desatender la palabra, es menester que le pongamos más atención al Espíritu. Por supuesto, se necesita hablar en cierta medida para dejar claro todo lo relacionado con el Espíritu, pero no debemos hablar en lo absoluto teorías espirituales insustanciales. Antes bien, debemos ponerle atención a la realidad del Espíritu. A partir de ahora, en nuestro servicio, en nuestra obra y en nuestra predicación, debemos ayudarles a las personas a conocer al Espíritu, el aliento, y a aprender a inhalar más de este aliento. Espero que a partir de ahora, entre nosotros, no tomemos la palabra objetiva como nuestro centro. Cuando las personas entren en nuestro medio, no debería ser para que escuchen la palabra objetiva, sino para que inhalen al Señor con su espíritu. Cuando las personas entren en nuestro medio, su sentir, inclinación y deseo no debe ser que acuden aquí porque se dan buenos mensajes. Antes bien, ellos vienen aquí porque hay aire fresco. Gradualmente, los cristianos deben tener una impresión de nosotros de que, aunque los mensajes que predicamos son buenos, nuestro enfoque no es la palabra objetiva, sino el espíritu con la consiguiente atmósfera espiritual. Esperamos en el Señor que por Su misericordia las iglesias llegarán a esta meta. En cada localidad, cuando los hermanos y hermanas se congreguen, ya sea para tener una gran reunión o una pequeña comunión, la impresión que demos a los demás no debe ser que estamos estudiando la Biblia, predicando la palabra, oyendo la predicación ni investigando una doctrina. Antes bien, debe haber cierta clase de atmósfera, cierta clase de espíritu, que permite que los demás inhalen a Dios y obtengan a Dios.
Espero que los hermanos y hermanas vean que, de hoy en adelante, en nuestro estudio de la palabra, no debemos tener mucho interés por estudiar las doctrinas. En vez de ello, debemos absorber, inhalar, al Espíritu a partir de la palabra. Cada vez que liberemos un mensaje, la impresión que dejemos en las personas debe ser la liberación del Espíritu, más que la liberación de la palabra objetiva. A partir de ahora, la manera de nuestro servicio no debe ser como nuestra antigua manera de predicar la palabra. Todavía se necesita la predicación de la palabra, pero no todas las predicaciones son iguales. Hasta ahora el énfasis de nuestra predicación ha estado en la palabra objetiva, pero de ahora en adelante el énfasis debe ser el espíritu. Hasta ahora nuestro énfasis ha estado en el hablar, sin liberar necesariamente el espíritu. Sin embargo, en adelante, cada vez que abramos nuestra boca para hablar tenemos que liberar el espíritu. Además de esto, lo que hablemos no será una palabra hueca, teórica ni doctrinal. En cambio, debemos presentar ante los demás las cosas verdaderas y, al presentarlas, nuestro espíritu también debe ser hecho manifiesto para tocar el espíritu de los demás. Así pues, tenemos que cambiar por completo la manera en que prediquemos. En nuestra predicación de la palabra, siempre hemos puesto más énfasis en la palabra objetiva que en el espíritu, pero a partir de ahora, la manera en que liberamos la palabra debe ser por el espíritu. Nuestra intención no debe ser que las personas escuchen un mensaje. En cambio, siempre que hablemos, debemos proveerles una atmósfera del espíritu. Ellos deben tener el sentir de que, si bien hemos liberado un buen mensaje, la impresión que les dimos es que nuestro énfasis no está en la palabra objetiva, sino en el espíritu.
Esperemos que de ahora en adelante el énfasis de nuestra predicación en cada localidad no esté en dar un mensaje para que las personas lo oigan. En cambio, nuestro énfasis será introducir en las personas la vida y realidad espiritual por medio de la palabra, y mostrarles la manera de tener contacto con esta vida y realidad espiritual de modo que puedan percibirlas en su espíritu. Por tanto, con seguridad debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu en nuestra vida diaria. Digo de nuevo, orar-leer es sumamente beneficioso. Debemos ejercitar nuestro espíritu. De esta forma, cuando hablemos, en lugar de hablar enseñanzas vacías, hablaremos la realidad de lo que hemos experimentado, y también les mostramos esta manera a las personas. Además, en todas nuestras reuniones, incluyendo las reuniones en donde se predica la palabra, debe ofrecerse suficiente oración antes y después de cada reunión. Definitivamente tenemos que ayudar a los hermanos y hermanas en todo lo relacionado con el espíritu, y tenemos que evitar ser demasiado ritualistas y formales en las reuniones. De hecho, aun si hay más de cien personas en una reunión, no es preciso tener una plataforma para poder hablar. No sean demasiado formales. Debemos ayudar a los hermanos y hermanas a obtener una atmósfera en la cual ellos oren mucho y sus espíritus sean vivientes.
Orar-leer es una práctica que comenzó en Taiwán, pero también fue adoptada por la iglesia en Los Ángeles, y escuché que allí lo están practicando más intensamente que en Taiwán. Recientemente, recibí una carta de algunos de los santos de allí, en la que me decían que ahora ellos ya no predican un mensaje en la mañana del día del Señor; en vez de ello, todo lo que hacen es orar-leer. También dijeron que ellos incluso están predicando el evangelio mediante el orar-leer y que la asistencia ha aumentado y muchos han sido salvos. No sólo eso, la práctica de orar-leer ha tenido una buena influencia aun sobre las ofrendas materiales.
No estoy introduciendo ningún método aquí. Lo que estoy diciendo es que hoy debemos ver claramente que en el servicio que rendimos al Señor no podemos depender únicamente de la predicación de la palabra, ni de ninguna práctica establecida. Nosotros mismos debemos disfrutar de la comunión con el Señor regularmente, y nuestro espíritu debe ser viviente y fresco. Éste es nuestro capital. Luego, cuando venimos a una reunión, no debemos usar ninguna forma para atar a las personas. El espíritu de todos debe ser liberado, de modo que cuando las personas vengan a nuestras reuniones ellas puedan percibir algo que no es una doctrina, sino el Espíritu viviente. Los ritos han desaparecido, pero nadie actúa revoltosamente. Cuando las personas vienen, ellas deben tocar el espíritu. El Señor está con nuestro espíritu, y nuestro espíritu libera al Espíritu del Señor. Aunque tenemos la palabra, la palabra simplemente es una explicación que permite que las personas inhalen y perciban el aire fresco del cielo. Todo el que viene a nuestra reunión percibirá el aire fresco. Esto es algo que ayudará a las personas durante toda su vida.
Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.