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Línea central de la revelación divina, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-8224-3
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3. El Espíritu es el fluir
de la Trinidad

El Espíritu es el fluir de la Trinidad, el Hijo hecho real para llegar a Sus creyentes y entrar en ellos (7:38-39; Ap. 22:1; Jn. 14:16-20). El Padre es la fuente, el Hijo es el curso y el Espíritu es el fluir. La fuente, el curso y el fluir corresponden a la noción de que nuestro Dios Triuno es agua viva que finalmente llega a ser un río. Al final de la Biblia, en el último capítulo, nuestro Dios Triuno se muestra como un río que fluye, el río de agua de vida (Ap. 22:1). Tal río que fluye tiene una fuente, un curso y un fluir. La fuente, el curso y el fluir son tres aspectos de un solo río.

En 1977 visité Israel con un grupo de hermanos. Un día fuimos al origen del río Jordán, al pie del monte Hermón. Allí se encuentra un manantial cuyo origen es una fuente. El manantial tiene un fluir, y el fluir es un arroyo, un río. Tal río es un cuadro de nuestro Dios Triuno con el Padre como fuente, el Hijo como curso y el Espíritu como fluir. Éste es el ejemplo bíblico que se ve en Apocalipsis 22.

En Apocalipsis 22:1 el Hijo es el Cordero, lo cual indica que el Hijo es el Redentor. El río de agua de vida procede del trono de Dios y del Cordero. Hay un solo trono para Dios y el Cordero, lo cual significa que Dios y el Cordero son uno: el Dios-Cordero, el Dios que redime, Dios el Redentor. Apocalipsis dice que el Cordero es la lámpara (21:23), y que Dios está en Él como luz (22:5). Por lo tanto, Dios está en el Cordero en el trono y de Su trono fluye el río de agua de vida, el Espíritu. Cuando el Espíritu fluye, lleva consigo el Cordero. Luego, en el fluir del río, el Cordero llega a ser el árbol de la vida (v. 2). Que el árbol de la vida crezca a los dos lados del río significa que el árbol de la vida es una vid que se extiende a lo largo del fluir del agua de vida y allí procede para que el pueblo de Dios lo reciba y lo disfrute. El árbol de la vida simboliza al Dios Triuno como nuestro suministro de vida. El Dios Triuno es el agua de vida que bebemos y el árbol de la vida que comemos.

Ahora quisiera que nos diéramos cuenta de que no debemos estudiar la persona de Dios de modo objetivo y teológico. No debemos estudiar la Trinidad Divina como una simple doctrina. La Biblia nos muestra que la Trinidad Divina es para nuestro disfrute. En 2 Corintios 13:14 se nos dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Este versículo menciona tres cosas: la gracia, el amor y la comunión. Sin embargo, en realidad es una sola cosa en tres aspectos. La fuente es el amor divino, el curso es la gracia divina y el fluir es la comunión divina. De Dios el Padre fluye la gracia por medio de Cristo. Luego, esta gracia fluye en la comunión del Espíritu. En 2 Corintios 13:14 se nos muestran tres personas en tres aspectos: Dios el Padre, Cristo y el Espíritu, y también el amor, la gracia y la comunión. Dios el Padre como amor es la fuente, Cristo como gracia es el curso, y el Espíritu como comunión es el fluir. Al final de la Biblia, vemos a nuestro Dios Triuno fluyendo para siempre. Su fluir tiene como fin abastecer a Sus redimidos consigo mismo como bebida y comida para que lo disfrutemos como el suministro abundante. Al comienzo de mi vida cristiana no entendía esto. Pero hoy en día comprendo totalmente que necesitamos experimentar, disfrutar y expresar al Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu.

El Hijo es la corporificación del Padre para la expresión del Padre. Luego, el Espíritu es el Hijo hecho real para nosotros a fin de llegar a nosotros y entrar en nosotros. El Padre está corporificado en el Hijo, y el Hijo es hecho real como Espíritu. Ahora el Espíritu llega a nosotros y entra en nosotros. Cuando el Espíritu entra en nosotros, el Hijo está aquí y el Padre está aquí. Los tres están aquí en nosotros. El Espíritu está en nosotros como el Hijo hecho real para nosotros, quien es la corporificación del Padre.

El Espíritu como tal no estaba allí antes de la resurrección de Cristo. En Juan 7:38-39 el Señor dijo: “El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él; pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. En aquel entonces aún no había el Espíritu. El Espíritu de Dios había estado allí desde el principio (Gn. 1:1-2); pero el Espíritu como Espíritu de Cristo (Ro. 8:9), el Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19), aún no estaba cuando el Señor habló esta palabra porque Él todavía no había sido glorificado. Jesús fue glorificado cuando resucitó (Lc. 24:26). El Espíritu de Dios estaba allí en la creación, pero antes de la resurrección de Cristo, aún no había el Espíritu, porque Cristo no había sido aún glorificado en Su resurrección. Esto indica que después de la resurrección de Cristo, el Espíritu está aquí.

Dios el Espíritu en la eternidad pasada era simplemente divino. En la eternidad pasada no tenía humanidad en Él. Sólo era Dios, y todavía no era hombre. Cuando creó la tierra y al hombre, solamente era Dios. Dentro de Él no había naturaleza humana. En la encarnación Dios entró en la humanidad y se mezcló con la humanidad. Permaneció nueve meses en el vientre de una virgen y nació como Jesús, un Dios-hombre. Aquel infante acostado en el pesebre (Lc. 2:12) era Dios y hombre. No sólo era divino, sino también humano.

Cuando llegó a la edad de treinta años, salió a ministrar. Era una persona maravillosa que asombraba a los que estaban a Su alrededor. Se preguntaban cómo podía tener tal sabiduría y hacer tales obras poderosas. Preguntaron: “¿No es éste el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿Y no están aquí con nosotros Sus hermanas? Y tropezaban a causa de Él” (Mr. 6:3). Él era maravilloso en Su vida y naturaleza duales. Tenía la vida divina y la vida humana; tenía la naturaleza divina y la naturaleza humana. Era divinamente humano y humanamente divino. Vivió como Dios-hombre. Él lloraba y tuvo hambre y sed. Sentía lo que sentimos nosotros como hombres, pero también era divino. Cristo era una persona maravillosa en la tierra, pero Él no es meramente una persona histórica. Vive en nosotros hoy como Aquel que es divinamente humano.

En realidad, la biografía de Cristo comienza en la eternidad pasada cuando Él era simplemente divino. Él es el Dios único y, como tal, creó billones de cosas incluyendo el hombre como centro de Su creación. Creó al hombre a Su propia imagen con la intención de algún día entrar en este hombre para ser su contenido y su vida. Pero después de la creación del hombre, esperó cuatro mil años para hacerse hombre.

Aproximadamente dos mil años después de crear al hombre, Dios dio a Abraham una promesa, diciéndole que su descendencia sería una bendición para toda la tierra (Gn. 12:3; 17:7-8, 19). Esta promesa a Abraham se cumplió en Dios mismo, la verdadera descendencia de Abraham (Gá. 3:16). Dios le dijo a Abraham que un día Él vendría como la descendencia de Abraham. Vendría a fin de nacer de la descendencia de Abraham para ser hombre. Así que, en la encarnación Dios entró en el hombre y se vistió de humanidad. De aquel día en adelante se vistió de humanidad y se vestirá de humanidad por la eternidad. La divinidad se viste de la humanidad.

Él vivió en esta humanidad treinta años, y obró y ministró otros tres años y medio. ¿Quién era Él? La mayoría de los judíos nunca lo supieron. Los judíos siempre lo consideraron un simple nazareno. No sabían que Él era Dios mismo, el Creador, Jehová, Elohim, a quien ellos adoraban. Pero adoraban a un Dios divino que no tenía humanidad. Hoy en día nosotros los cristianos adoramos a Dios como a Aquel que es divino y también humano. Jesús es Aquel que es el Dios completo y el hombre perfecto. Nuestro Dios es diferente del Dios judío. El Dios judío sólo es Elohim, y no Jesucristo. Pero nuestro Dios es Jesucristo, quien es Elohim y Jehová mismo, que tiene divinidad y también humanidad.

Esta persona admirable pasó por el vivir humano y fue a la cruz. Por medio de Su muerte Él dio fin a la vieja creación. Después de tres días, salió de la muerte y del Hades para entrar en resurrección. Al entrar en resurrección, introdujo la humanidad, a la cual le había dado fin, en la divinidad. Su encarnación y Su resurrección eran un tráfico de doble sentido, de ida y vuelta. Vino con divinidad en encarnación para introducir la divinidad en la humanidad. Luego, regresó en resurrección con humanidad para introducir lo humano en lo divino. Él combinó lo divino con lo humano y lo humano con lo divino. Combinar también es mezclar.

En la eternidad pasada Dios no había entrado en la humanidad ni había experimentado la muerte. Pero después de adquirir la humanidad y vivir en la naturaleza humana durante treinta y tres años y medio, entró en la muerte. No debemos pensar que Él fue muerto por la decisión del hombre. Si Él no hubiera estado dispuesto a ir a la muerte, nadie podría haberle dado muerte. Cuando los soldados de los sumos sacerdotes y los fariseos llegaron para arrestarlo en Getsemaní, Él dijo: “¿Acaso piensas que no puedo rogar a Mi Padre, y que Él no pondría a Mi disposición ahora mismo más de doce legiones de ángeles? ¿Cómo entonces se cumplirán las Escrituras, de que es necesario que suceda así?” (Mt. 26:53-54). Él caminó hacia la muerte y entró en la muerte voluntariamente.

Después de tres días, salió de la muerte y entró en resurrección. Al entrar en resurrección, introdujo la humanidad en la divinidad. La Biblia nos dice que la resurrección fue un nacimiento para Él (Hch. 13:33). En la divinidad Él era el Hijo unigénito de Dios (Jn. 3:16), pero en resurrección introdujo Su humanidad en la divinidad para nacer como Hijo primogénito entre muchos hijos, muchos hermanos (Ro. 8:29).

En resurrección Jesús, el postrer Adán, llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Como Dios se hizo hombre en encarnación (Jn. 1:14). Como tal, también llegó a ser el Espíritu vivificante. Este Espíritu vivificante es la totalidad del Dios Triuno, la consumación del Dios Triuno. Como Espíritu vivificante, Él es el Hijo, y corporificado en el Hijo está el Padre. Por lo tanto, el Padre y el Hijo están aquí con el Espíritu vivificante, quien es la consumación del Dios Triuno y la totalidad del Dios Triuno.

Podemos decir que el Espíritu vivificante es el Dios consumado, el Espíritu compuesto. El Espíritu de Dios es un compuesto que incluye al hombre, la muerte de Cristo y la resurrección de Cristo. En la eternidad pasada Dios simplemente estaba en la divinidad. No había entrado en la humanidad, y no había en Él nada de la muerte todo-inclusiva ni de la poderosa resurrección. Pero después de pasar por la encarnación, la crucifixión y la resurrección, Aquel que simplemente era divino fue compuesto con la humanidad, con la muerte todo-inclusiva y con la poderosa resurrección. Ahora nuestro Dios es un Dios-hombre con el elemento de la muerte todo-inclusiva y el elemento de la poderosa resurrección. Él es el Espíritu vivificante. Hoy en día Él es el Espíritu. Ésta es la razón por la cual hoy en día llamo a nuestro Dios el Dios procesado, el Dios consumado. Él es Aquel que es consumado como Espíritu vivificante para ser la totalidad del Dios Triuno, la consumación del Dios Triuno. Cuando lo tengo a Él, tengo la Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Cuando lo tengo a Él, lo tengo todo. No sólo tengo al Dios Triuno divino y humano, sino también la maravillosa muerte de Cristo y Su poderosa resurrección.

En Éxodo 30, el ungüento compuesto es un tipo maravilloso que representa al Espíritu compuesto. El aceite es un solo elemento, pero un ungüento es una sustancia compuesta. El ungüento compuesto tiene aceite de oliva como base, y este aceite de oliva está mezclado con cuatro clases de especias: mirra, canela, cálamo y casia. Esta mezcla produce un ungüento. Los sacerdotes y el tabernáculo y todo lo relacionado con éste eran ungidos con este ungüento. En el Nuevo Testamento, 1 Juan 2 habla de la unción divina (vs. 20, 27), y esta unción divina es el Espíritu que unge, el Espíritu compuesto.

Después de la resurrección de Cristo, el Espíritu de Dios fue consumado en Su proceso. Actualmente, el Espíritu que mora en nosotros es el Espíritu procesado que puede dar vida. Si no hubiese sido procesado y consumado, nunca podría dar vida. Antes de la resurrección de Cristo, no era llamado el Espíritu vivificante. Pero ahora, después de la resurrección, ha llegado a ser el Espíritu vivificante, y el Espíritu vivificante es un Espíritu compuesto.

La Biblia lo llama el Espíritu. En el último capítulo de la Biblia, Apocalipsis 22, el versículo 17 se refiere al Espíritu y la novia. El Espíritu es el Dios Triuno procesado, y la novia es el hombre tripartito transformado. El Dios Triuno procesado y el hombre tripartito transformado se casan para ser una pareja universal: el Espíritu y la novia. El hombre y Dios, Dios y el hombre, están totalmente mezclados. Por medio de Su muerte aniquiladora y en Su resurrección germinadora somos hechos la nueva creación, que es una combinación de la humanidad con la divinidad y una mezcla de la divinidad con la humanidad. Su muerte dio fin a la vieja creación e hizo germinar, mediante Su resurrección, la nueva creación. Nosotros somos la nueva creación y, como tal, hemos llegado a ser uno con el Espíritu (1 Co. 6:17).

Por medio del proceso de la muerte y resurrección de Cristo, el Espíritu Santo de Dios se hizo el Espíritu procesado como consumación del Dios Triuno (Mt. 28:19) para ser el Espíritu vivificante que mora en nosotros (2 Co. 3:6b; Ro. 8:11). Necesitamos darnos cuenta de que tenemos al Espíritu morando en nosotros, y de que el Espíritu que mora en nosotros es el Dios Triuno consumado. Él es el Espíritu vivificante que mora en los creyentes del Hijo para sellarlos (Ef. 1:13), es decir, para impartir y repartir las riquezas del ser de Dios, las inescrutables riquezas de Cristo, en los creyentes, los miembros de Cristo, para constituir y edificar el Cuerpo orgánico de Cristo (Ef. 3:8, 10; 4:16). El Espíritu vivificante que mora en nosotros es el Espíritu que sella. La tinta de un sello satura el material que es sellado. Nosotros somos el material que es sellado, y el Espíritu como tinta nos satura. Esta saturación, este sello, nos mezcla con Dios.

Este sello es una especie de transfusión y saturación, que es lo que llamamos la impartición. Ahora Dios, quien es el Espíritu vivificante que mora en nosotros, está constantemente sellándonos y saturándonos y está transfundiendo e impartiendo en nuestro ser las inescrutables riquezas de Cristo para hacer que nuestro ser sea compenetrado, mezclado, con el Dios procesado. Este sello sigue sellándonos para transfundir en nosotros al Dios Triuno procesado y saturarnos de Él, y para impartir en nuestro ser Sus inescrutables riquezas. Ésta es la impartición divina para la edificación del Cuerpo orgánico de Cristo.

Nosotros estamos siendo sellados con el Espíritu compuesto, quien es Dios el Espíritu, el elemento básico, a quien se le ha añadido la humanidad de Cristo, junto con Su muerte y la eficacia de la misma, y Su resurrección y el poder de ésta, para formar un compuesto, según es tipificado por el ungüento compuesto de Éxodo 30:23-25. Tal Espíritu es esencial en nosotros para la vida, y es económico sobre nosotros para la obra (Hch. 2:4; 4:31). El Espíritu vivificante hoy es la esencia divina impartida en nuestro ser para ser el elemento mismo de la vida dentro de nosotros. El Espíritu también es el Espíritu de poder sobre nosotros que lleva a cabo la obra que ha de realizar la economía de Dios.

C. El Espíritu

Como hemos visto, el Espíritu (Jn. 7:39; Ap. 22:17) es la consumación del Dios Triuno y sirve para mezclar el Dios Triuno procesado con el hombre tripartito transformado.

IV. LA REVELACIÓN DIVINA
EN LAS ESCRITURAS
ACERCA DEL DIOS ÚNICO Y TRIUNO

La revelación divina que tenemos en las Escrituras acerca del Dios único y triuno es progresiva, la cual comienza con Dios en Génesis (1:1) y tiene su consumación en el Cristo todo-inclusivo en Apocalipsis (1:1; 11:15; 20:6). La revelación divina y progresiva empieza con Dios y va más y más alto hasta llegar a Cristo en Apocalipsis como la culminación, la cumbre. Los sesenta y seis libros de la Biblia revelan que la cumbre de la revelación divina de la persona de Dios es Cristo. Este Cristo hoy es el Espíritu vivificante que mora en nosotros, y este Espíritu es el Dios Triuno consumado. Cuando tenemos a este Espíritu, tenemos a los tres del Dios Triuno. Tenemos todo lo relacionado con el Dios Triuno procesado: Su muerte todo-inclusiva, Su poderosa resurrección y las inescrutables riquezas de Su ser. Todos estos están disponibles para ser nuestra porción. Día tras día este Espíritu vivificante, el cual mora en nosotros, está impartiéndose en nuestro ser para constituirnos y edificarnos, haciéndonos el Cuerpo orgánico de Cristo.


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