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Principios básicos en cuanto al ancianatopor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4731-0
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 17 Sección 2 de 2

“Apto para enseñar”

El siguiente requisito que deben cumplir los ancianos es ser “apto para enseñar” (v. 2). La palabra apto significa “que tiene tendencia, que está inclinado, propenso”. El que vigila debe ser apto para enseñar; no obstante, el énfasis aquí es que debe estar dispuesto a enseñar. Esta clase de enseñanza no es como la que brindan los maestros en la escuela, sino como la que imparten los padres en casa. Los maestros enseñan a sus estudiantes en las escuelas porque ése es su trabajo, pero la enseñanza que los padres imparten a sus hijos en casa debe ser un hábito que es parte de su vivir. Si tenemos hijos, no sólo debemos amarlos, sino también tener el hábito de enseñarles y darles instrucciones. No debemos simplemente ordenarles a nuestros hijos que hagan sus tareas escolares, sino también ofrecerles nuestra ayuda. Eso es lo que significa ser apto para enseñar. Los ancianos deben tener el hábito y estar dispuestos a enseñar. El don o capacidad que un anciano tenga para enseñar es secundario; lo más importante es que se interese por el aprendizaje de los santos y desarrolle la voluntad y el hábito de enseñarles.

Ser aptos para enseñar es otro asunto que pone a prueba cuán verdadera es nuestra preocupación por la iglesia y por los santos. También pone a prueba cuanta paciencia tenemos. Aun si un anciano tiene una gran capacidad, también necesita ser paciente a fin de enseñar apropiadamente a los santos. No es suficiente que demos mensajes; pues, además de ello, debemos estar dispuestos a sentarnos con un hermano por varias horas para ayudarlo a ver algún aspecto crucial de la verdad. Aunque esto nos agotará y nos pondrá a prueba, no debe ser algo que simplemente toleramos, sino algo a lo cual tenemos inclinación. Muchos santos en la iglesia necesitan una ayuda personalizada para aprender las verdades. Por lo tanto, el apóstol Pablo, al usar la frase apto para enseñar, daba a entender que el que vigila debe tener el interés, la voluntad y el hábito de enseñar.

“No dado al vino”

El primer requisito mencionado en el versículo 3 es “no dado al vino”. Al igual que ser “moderado” y “sensato”, este requisito está relacionado con el dominio propio. Algunos quizás argumenten que aquí dice que los ancianos pueden beber pero no en exceso. Sin embargo, es muy difícil para las personas controlarse una vez que empiezan a beber. Por lo tanto, a fin de controlarnos, lo mejor es abstenernos completamente de beber. Al respecto, debemos ejercer sumo dominio propio.

“No pendenciero,
sino apacible”

El siguiente requisito mencionado en el versículo 3 es “no pendenciero, sino apacible”. Esto está relacionado con el requisito anterior porque muchos de los que beben en exceso son pendencieros. Cuando las personas están bebiendo, no pueden controlar su enojo. El pensamiento básico aquí es que debemos ser personas calmadas y tranquilas. Debido a que el licor altera y alborota nuestro temperamento, no debemos beber. Si estamos calmados, no disputaremos ni seremos pendencieros. Ser mansos, o apacibles, es mostrarnos agradables y flexibles en cualquier situación. Según las palabras de Pablo, es muy difícil ser uno que vigila.

“No contencioso”

El versículo 3 luego añade: “No contencioso”. Ser contencioso es ser un buscapleitos. No sólo se nos exige no ser pendencieros, sino que ni siquiera seamos contenciosos. Todos estos asuntos muestran que el que vigila debe ser dueño de sí mismo, apacible y moderado. El que vigila nunca debe enojarse. Los ancianos no pueden contender ni pelearse con los santos, sino que deben mostrarse benévolos y flexibles con todos y en toda situación.

“No amador del dinero”

Por último, el versículo 3 dice: “No amador del dinero”. Ser avaro está relacionado con la concupiscencia. Toda concupiscencia debe ser controlada, refrenada. No ser amador del dinero implica que debemos poner freno a nuestro deseo por el dinero. Todos tenemos esta concupiscencia, pero el que vigila debe aprender a controlarlo. La concupiscencia en nuestra carne se expresa principalmente en el sexo, la ira y la avaricia o codicia. El apóstol en su exhortación abarca estas tres áreas: ser marido de una sola mujer es controlar el deseo sexual; ser moderado y no ser pendenciero ni contencioso sino apacible es controlar nuestra ira; y no ser amador del dinero es refrenar nuestro deseo por el dinero. La mayoría de los requisitos de los ancianos en estos versículos están relacionados con el hecho de controlar estas tres categorías de concupiscencias. Un anciano debe ser alguien que ejerce estricto control en estas tres áreas.

LOS REQUISITOS MENCIONADOS EN 1 TIMOTEO 3:1-7
EN REALIDAD SON UNA REVELACIÓN
DE LO QUE LA VIDA DE RESURRECCIÓN
DEL CRISTO QUE MORA EN NOSOTROS
PUEDE HACER EN NOSOTROS

El dominio propio que se le exige a uno que vigila es totalmente un asunto de vida. Los ancianos debemos llevar una vida que haya sido disciplinada por la cruz de Cristo, a fin de que el poder de la resurrección pueda capacitarnos para ejercitar tal dominio propio. No debemos decir que no hay nadie que pueda cumplir tales requisitos. Si así fuera, el apóstol Pablo no habría escrito al respecto ni ello habría sido incluido en la Biblia. Estos requisitos no son una especie de ley o mandamiento; más bien, ellos nos muestran lo que el Señor puede hacer en nosotros. Esto es semejante a la constitución del reino en Mateo 5—7, la cual no sólo nos muestra los requisitos del reino, sino que además es una demostración y un testimonio de todo lo que la vida de resurrección puede hacer en nosotros. Creemos en la Palabra viviente de Dios. Todo lo que el Señor dice se cumplirá. Por lo tanto, debemos confiar en Su Palabra, recibirla y orar. No debemos sentirnos desanimados por nuestras aparentes deficiencias, sino que más bien debemos sentirnos animados porque el hecho de que la Palabra haya incluido tales requisitos indica que la vida de resurrección los cumplirá en nosotros.

No debemos separar 1 Timoteo 3:1-7 del resto de la epístola, la cual revela la vida eterna, la economía de Dios, la cual es la impartición de Dios mismo, y la manifestación de Dios en la carne (6:12, 19; 1:4; 3:16). Por lo tanto, 1 Timoteo 3:1-7 es, de hecho, una revelación de todo lo que la vida de resurrección del Cristo que mora en nuestro ser puede hacer en nosotros. Por nosotros mismos no podemos cumplir estos requisitos, pero el Cristo que mora en nosotros ciertamente puede cumplirlos. Sin embargo, debemos estar dispuestos a cooperar con Él. Nuestra carne, el viejo hombre y la vida natural fueron crucificados, y ahora Cristo vive en nosotros (Gá. 2:20). Debemos cooperar con Él al tener un deseo de hacerlo y estar dispuestos a hacerlo, y al orar mucho. Si esperamos en el Señor, Él producirá todas estas cosas en nosotros.


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