Tener comunión con el Señor para la mezcla de Dios con el hombrepor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6534-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En este capítulo hablaremos de la diferencia entre el espíritu y el alma. Este asunto guarda una estrecha relación con el asunto de tener comunión. Diferenciar el alma del espíritu es un asunto básico. Es preciso que sepamos diferenciar el alma del espíritu a fin de aprender a tener comunión, y, además de ello, necesitamos conocer la diferencia entre estas dos partes por causa de toda nuestra vida cristiana, la cual incluye nuestro vivir, nuestro andar, nuestra obra y nuestro servicio. La vida del alma es la vida natural; por ende, nuestra alma es la fuente de nuestro hombre natural. Después que fuimos regenerados, nuestro espíritu recibió la vida divina de Dios; por ende, nuestro espíritu es la fuente de nuestro hombre espiritual. El alma de un creyente regenerado es el hombre exterior, y el espíritu de un creyente regenerado es el hombre interior. El alma es el viejo hombre, y el espíritu es el nuevo hombre; el alma es el primer hombre, y el espíritu es el segundo hombre. El alma no posee la vida de Dios.; pues, tanto el Espíritu como la vida de Dios están localizados en nuestro espíritu. Incluso antes de la caída, el alma del hombre era incapaz de contactar y recibir a Dios. Esto se aplica a la condición del hombre antes de la caída, pero especialmente después de la caída. Ello se debe a que el alma no es el órgano apropiado para contactar a Dios; el único órgano para contactar a Dios es el espíritu humano.
Debido a la caída, el alma se convirtió en el centro de la persona del hombre, o sea, su personalidad, que es el “yo”. El alma no contiene nada de Dios; más aún, ella es incapaz de contactar a Dios. Es por ello que Dios creó al hombre dotado de un espíritu humano. El espíritu humano es la parte más profunda del hombre. Cuando Dios nos creó, nos dio un espíritu humano para que pudiéramos contactarlo, recibirlo y contenerlo. Nuestro espíritu es un vaso destinado a contener a Dios. Así que cuando Dios entra en nosotros, Él no entra en nuestra alma, sino en nuestro espíritu.
Nosotros somos salvos y, por ende, debemos expresar al Señor en nuestra vida, obra, testimonio y servicio. Todo debe empezar en nuestro espíritu porque el Señor está en nuestro espíritu. Antes de nuestra salvación vivíamos únicamente conforme a nuestra alma, porque nuestro espíritu se hallaba sumido en la muerte. Sin embargo, aunque nuestro espíritu fue vivificado gracias a la salvación del Señor, no estamos acostumbrados a vivir en nuestro espíritu. En vez de ello, debido a la costumbre que tenemos de vivir conforme a nuestra alma, vivimos por nuestra alma. Por lo tanto, después de nuestra salvación, Dios gradualmente nos libra de llevar una vida que es conforme a nuestra alma para que vivamos conforme a nuestro espíritu. Toda la obra del Espíritu Santo de iluminarnos y purificarnos está relacionada con este propósito. Lamentablemente, muchas de las obras que se llevan a cabo en el cristianismo de hoy son contrarias a la obra de Dios. Dios desea que Sus hijos sean librados del alma para que vivan en el espíritu, pero muchas de las obras del cristianismo únicamente fortalecen el alma, lo cual hace que los hijos de Dios sean más anímicos.
Vivir por el espíritu en vez de vivir por el alma suena sencillo, pero en realidad no lo es. Esto se debe a que nuestra alma es nuestro yo, y ser librados del alma y no vivir por el alma implica ser librados de nuestro yo, lo cual es nada sencillo. Desde el día en que nacimos, hemos vivido conforme a nuestra alma; estamos acostumbrados a esta clase de vivir. Además, todos amamos nuestro yo y nos preocupamos por nuestro yo más que por cualquier otra persona. El amor propio es una expresión del amor que tenemos por nuestra alma. Por lo tanto, si deseamos no vivir más conforme a nuestra alma, no sólo debemos entender la diferencia entre el alma y el espíritu, sino también pagar un elevado precio para aprender esta lección.
Con respecto a ser librados del yo hay tres pasos que son necesarios.
Debemos empezar pidiéndole a Dios que nos muestre que nuestra alma, que es nuestra vida natural, nuestro viejo hombre, es incapaz de entender las cosas espirituales y de recibir a Dios (1 Co. 2:11-14). El Espíritu y la vida de Dios están en nuestro espíritu. Es preciso que veamos esto por revelación; esto no debe ser simplemente una comprensión externa. Muchas personas entienden la diferencia entre el alma y el espíritu, pero no pueden ser libradas de su yo porque esto no ha llegado a ser una revelación para ellas. Sólo aquellos que reciben la revelación y son iluminados verdaderamente aborrecen vivir conforme a su alma y, de ese modo, son capacitados para ser librados gradualmente de su yo.
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