Lecciones acerca de la oraciónpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1502-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Cuanto más lleguemos a ser personas de oración, más sentiremos que somos pecaminosos y nos daremos cuenta de que necesitamos la redención. Por ejemplo, podemos ver esta condición en Daniel. Una de sus oraciones consta en Daniel capítulo 9. En esa oración, él hizo muy poca mención del asunto por el cual oraba. Antes bien, la mayor parte de esa oración fue su confesión, no solamente por sus propios pecados, sino también por los de toda la nación de Israel. Él realmente entendía lo que significa orar ante Dios por medio de la sangre del sacrificio de la ofrenda por el pecado.
Si un hermano o hermana no confiesa pecados en absoluto en su oración, es poco probable que haya entrado en la presencia de Dios. Una persona que no esté consciente de sus pecados no sólo está fuera del Lugar Santo, sino que probablemente ni haya entrado en el atrio. Aún se encuentra fuera de las cortinas de lino blanco. De otra manera, no se abstendría de confesar sus pecados. Esto es el tema de 1 Juan capítulo 1: Dios es luz, y si tenemos comunión con Dios y moramos en luz, inevitablemente veremos nuestros propios pecados y recibiremos la sangre de Jesús, el Hijo de Dios, para que nos limpie.
Las verdaderas experiencias de oración son así. Siempre que entremos a la presencia de Dios necesitamos experimentar la redención de la cruz y el lavamiento de la sangre. Cuanto más profundo entremos a la presencia de Dios, más necesitamos experimentar la redención de la cruz y el lavamiento de la sangre. Cuanto más profundo entremos a la presencia de Dios, más aguda será nuestra conciencia del pecado, y más profundo será nuestro conocimiento en cuanto al pecado. Algunas cosas que en el pasado considerábamos como virtudes y méritos, ahora las vemos como pecado. En tales momentos le decimos a Dios: “Oh Dios, sólo puedo entrar en Tu presencia para orar bajo la sangre de Tu Hijo y con la sangre de Tu Hijo. De otra manera, no puedo ni siquiera estar aquí, mucho menos orar”. Siempre debemos tener en cuenta que cuando oramos, necesitamos experimentar la redención de la cruz. De otra manera, estaremos sucios, seremos impuros y estaremos llenos de ofensas.
Una cosa es cierta: si el Espíritu ha de orar a través de nosotros en cuanto a un asunto importante, primero vendrá a iluminarnos y a purificar nuestro ser. Siempre que el Espíritu nos introduzca en oración con Él, necesitará purificarnos una vez más. Y Su purificación consiste primero en mostrarnos nuestros pecados y transgresiones, y después en llevarnos a recibir el lavamiento de la sangre. Bajo la sangre preciosa confesaremos nuestros pecados uno por uno a Dios. Quizás confesemos por una hora y concluyamos con tan sólo cinco minutos en los cuales pidamos algo. Necesitamos confesar los pecados a fondo hasta que no tengamos temor y hasta que estemos puros y nos sintamos ligeros por dentro. Entonces podremos orar, diciendo: “Oh, Dios, la iglesia tiene un problema aquí, la obra tiene un problema aquí, etc. Te doy todos estos asuntos a Ti”.
Incluso cuando damos gracias y alabamos durante la mesa del Señor, debemos experimentar la redención de la cruz. Antes de entrar en la presencia del Señor para adorarle y recordarle, necesitamos ir a la cruz. Nadie puede entrar al Lugar Santo sin ir al altar. No puede decir: “Oh, hace algunos días pasé por el altar, así que hoy puedo simplemente entrar”. Si hace esto, caerá en la muerte espiritual ante Dios. Aunque confesó sus pecados ayer y otra vez esta mañana cuando oró, aún necesita confesar sus pecados esta tarde cuando ore. Y es inútil confesar usando meramente palabras vacías. Necesitamos estar conscientes de los pecados. Siempre que una persona toque a Dios, estará muy consciente del pecado. Cuando Pedro vio al Señor Jesús hacer un milagro, manifestándose así como Dios, inmediatamente dijo: “Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador” (Lc. 5:8). Aquí es cuando la redención es necesaria. En ningún momento podemos estar firmes ante Dios basados en nosotros mismos, sólo podemos estarlo por medio de la sangre redentora de la cruz.
Una persona que sabe orar y que puede orar, es una que ha sido redimida por la sangre y aniquilada por la cruz. Cuando vayamos ante Dios a orar, primero debemos preguntarnos si hemos sido aniquilados o no. Supongamos que deseamos orar por el evangelio, por nuestra familia, por las ofrendas de cosas materiales, o por nuestro matrimonio. En cada caso, necesitamos preguntarnos si hemos sido aniquilados en cuanto a ese asunto en particular. Debemos preguntarnos si estamos orando con algún interés propio. Cuando oremos por cualquier asunto, es necesario que se nos ha ya dado fin en cuanto a ese asunto.
Siempre tengamos presente que el fuego que se quema en el altar de las ofrendas es el mismo fuego que quema el incienso en el altar del incienso. Únicamente el fuego que quema el sacrificio y lo convierte en cenizas puede ser el fuego que quema el incienso. Si un fuego se lleva al altar del incienso para quemar el incienso sin primero quemar el sacrificio y convertirlo en cenizas, ése sería un fuego extraño. Podemos ver la seriedad de este asunto por el destino que tuvieron Nadab y Abiú. Si no hemos experimentado la obra aniquiladora de la cruz en cierto asunto, y aun así llevamos ese asunto ante Dios en oración, eso sería una gran ofensa a Dios.
En un sentido estricto, si uno no ha sido aniquilado por medio de la cruz en cierto asunto, no es posible que uno ore por ese asunto. Si no ha sido aniquilado en la cruz en cuanto a su marido o su esposa, entonces, hablando honestamente, no está calificado para orar por su marido o esposa. ¿Por qué muchas veces el Señor no escucha nuestras oraciones en cuanto a nuestra propia familia? La respuesta es porque no nos hemos convertido en cenizas. Esas oraciones eran meramente oraciones naturales, oraciones de fuego extraño. Muchas veces cuando oramos por la iglesia y por la obra del Señor, el Señor no responde. Oramos por las bendiciones del Señor; sin embargo, no vemos las bendiciones. Puede ser que ustedes han estado orando por años, pidiendo que el Señor haga crecer la iglesia, pero la iglesia aún no experimenta ningún crecimiento. Sus oraciones no han sido contestadas porque son oraciones de fuego extraño, oraciones naturales.
Tenemos el concepto que Dios ciertamente oirá nuestras oraciones porque Él es misericordioso y lleno de gracia para con nosotros. Este concepto es erróneo. Dios frecuentemente no escucha las oraciones del hombre. Él no nos escucha porque los que oramos no hemos pasado por el altar. Algunos solamente llevan consigo la sangre del altar, pero no el fuego. Pasan por la redención, pero no por la aniquilación del altar.
Recuerden, por favor, siempre que el hombre vaya a quemar incienso en el altar del incienso, debe satisfacer dos condiciones básicas. Debe experimentar la sangre, la cual nos dice que todos los que vienen allí a orar han sido redimidos y lavados. También debe experimentar el fuego, el cual nos dice que todos los que vienen allí a orar han sido consumidos y han llegado a ser cenizas.
Por tanto, hermanos y hermanas, si la luz del Señor los alumbra intensamente, no podrán orar inmediatamente por una gran cantidad de cosas. La disminución en el número de sus oraciones demuestra que están siendo purificados. Si reconocen que muchas oraciones son fuego extraño, entenderán que esas oraciones no son ni necesarias ni correctas. No se atreverán a orar más esas oraciones, las cuales son para sí mismos y no por el bien de Dios, porque tales oraciones son iniciadas por ustedes mismos y no por Dios. Una vez que hayan sido terminados por la cruz, habrá una gran purificación en sus oraciones.
Es posible que algunos pregunten: “¿Si hemos sido aniquilados de esa manera, por qué aún necesitamos pensar en la oración? Puesto que hemos llegado a ser cenizas, que ni hablan ni piensan, entonces todo ha llegado a su fin. ¿Por cuáles asuntos, entonces, necesitamos orar?”. Sí, ciertamente las cenizas significan que todo ha llegado a su fin. Pero no olviden que el fuego que quema las cenizas sigue estando allí para quemar el incienso ante Dios. Al estudiar los tipos del Antiguo Testamento logramos entender claramente que el incienso se refiere a la resurrección del Señor y a la fragancia del Señor en Su resurrección. Donde está el Señor, allí también está la resurrección. Donde sea que ustedes y yo hayamos sido aniquilados, ahí estará la manifestación de Cristo. Primero pasamos por la redención de la cruz ante Dios, aceptamos la obra aniquiladora de la cruz y verdaderamente llegamos a ser cenizas ante Dios. Entonces, de inmediato Cristo llega a ser el incienso que quemamos ante Dios.
Por tanto, en sentido estricto, la oración es Cristo mismo y la expresión de Cristo. Una oración que es buena, correcta, apropiada, verdadera y aceptable ante Dios, no es otra cosa que la expresión de Cristo. Si ustedes han sido aniquilados en la cruz, Cristo vivirá en ustedes a partir de tal aniquilación. En cuanto a la oración, Cristo se expresa a través de ella. En cuanto al vivir, el Cristo resucitado es el vivir. En cuanto al ministerio, el Cristo resucitado es el ministerio. Solamente tal oración puede ser aceptable ante Dios y puede ser considerada una oración de olor fragante. Ésta es la oración de uno que ha pasado por el lavamiento de la sangre y por la aniquilación del fuego, permitiendo así que Cristo se exprese desde su interior.
Por consiguiente, hermanos, si realmente tienen una visión acerca de esto, se postrarán ante Dios y confesarán su inmundicia y su manera natural de ser. Al principio no podrán expresar ninguna otra oración. Verán la necesidad de ser lavados por la sangre y consumidos por el fuego. Y le dirán a Dios: “Soy una persona inmunda, y también soy un hombre natural. Hasta el día de hoy aún estoy en mi yo natural. Necesito que Tu sangre me limpie y que Tu fuego me consuma. Necesito que la cruz me redima y que también me dé fin”. Hermanos, cuando permitan que la cruz les dé fin, podrán experimentar, de una manera práctica, a Cristo manifestándose desde su interior. Es este Cristo resucitado quien llega a ser su oración, el incienso que ustedes queman ante Dios. Quizás no hagan muchas oraciones, pero las pocas oraciones que hagan serán contestadas por Dios.
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