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Economía de Dios, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-87083-536-0
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CAPITULO DIECISIETE

LA COMUNION
DE VIDA Y EL SENTIR DE VIDA

“Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido. Este es el mensaje que hemos oído de él, y os anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:1-7).

En este breve pasaje se encuentra primero la vida eterna. De esta vida eterna proviene la comunión divina, y esta comunión divina introduce la luz, la cual es Dios mismo. Así que aquí tenemos la vida, la comunión y la luz.

Romanos 8:6 dice: “La mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz” (gr.). Este versículo habla de muerte así como de vida y paz. Debemos darnos cuenta de que tanto la muerte como la vida y la paz, como se mencionan aquí, las podemos sentir muy dentro de nosotros. De otro modo, ¿cómo podríamos saber que tenemos esta muerte o que tenemos la vida y la paz? Sabemos que tenemos muerte o que tenemos vida y paz por medio del sentir en nuestro interior. La palabra “sentir” no aparece en este versículo, pero es obvio que cuando ponemos la mente en la carne reconocemos la muerte al sentirla, y, por otro lado, cuando ponemos la mente en el espíritu, reconocemos la vida y la paz también al sentirlas. Por lo tanto, en este versículo se encuentra el sentir interior de vida. Aparentemente este versículo no tiene nada que ver con 1 Juan, pero en la realidad del espíritu, sí está muy relacionado con el primer capítulo de 1 Juan. En el capítulo uno de 1 Juan tenemos la comunión de vida, y en Romanos 8:6 tenemos el sentir de vida.

En el capítulo anterior vimos que la ley de vida y la unción figuran entre las riquezas de la resurrección. También tenemos a Dios mismo, la vida divina, la cual es Cristo en el Espíritu, y la naturaleza divina, como nuestras riquezas. Estos son los cinco principales elementos de las riquezas que hay en la resurrección, y, puesto que estamos en la nueva creación, tenemos la posición y el pleno derecho de disfrutarlos. Basados en que somos parte de la nueva creación, podemos experimentar la resurrección, la cual incluye a Dios como nuestra porción, a Cristo como nuestra vida, y también incluye la naturaleza divina, la ley de vida y la unción interior. ¡Considere qué ricas son estas cosas! Ya sea que nos demos cuenta o no, día tras día estamos disfrutando estos cinco constituyentes de las riquezas de la resurrección. Aun como hijos de Dios recién nacidos, disfrutamos estas riquezas y vivimos por estas riquezas cada día.

LA COMUNION DE VIDA

A partir de las riquezas de Dios mismo, de la vida divina, de la naturaleza divina, de la ley de vida y de la unción interior resultan otras dos cosas: la comunión de vida y el sentir de vida. Estas dos cosas son producto de las riquezas de la resurrección. La vida eterna trae consigo una comunión divina. Cuando tenemos a Cristo como vida en el Espíritu, tenemos comunión con esa vida. La comunión de vida es precisamente como la circulación de la sangre. La sangre de nuestro cuerpo es la vida de nuestro cuerpo: si nuestro cuerpo no contuviera sangre, no habría vida, porque la vida está en la sangre. También tenemos la circulación de la sangre en nuestro cuerpo, y por medio de la corriente sanguínea, todos los elementos negativos son eliminados de nuestro cuerpo y a cada parte de nuestro cuerpo se le transmite nutrición. Día tras día la corriente sanguínea está eliminando los productos de desecho y transportando el suministro nutritivo a cada miembro del cuerpo. La corriente sanguínea continuamente cumple con estas dos funciones. Por el lado negativo, limpia los miembros del cuerpo y se lleva el desperdicio; por el lado positivo, suministra salud al cuerpo.

Entonces, ¿qué es la comunión de vida? Así como la sangre es la vida, también nuestra sangre espiritual es Cristo en el Espíritu como nuestra vida. Con Cristo, nuestra sangre espiritual, como nuestra vida, tenemos la corriente de vida. Cristo como nuestra vida siempre está fluyendo dentro de nosotros, tal como la corriente sanguínea siempre fluye en el cuerpo, y este fluir de vida es la comunión de vida. Es por este fluir de vida, es decir, por esta comunión de vida, que todas las riquezas de Cristo son transportadas hasta nosotros. El continuo fluir de las riquezas de Cristo satisface, por el lado positivo, nuestras necesidades de nutrición y, por el lado negativo, nuestras necesidades de limpieza y purificación. Sólo la profesión médica puede decirnos cuánta nutrición y purificación efectúa diariamente la corriente sanguínea. De modo que, la comunión de vida es la corriente de la vida eterna, la cual es Cristo.

Consideremos la bombilla eléctrica como ejemplo. La corriente eléctrica que va al foco es registrada en el medidor. Si la corriente se detiene en el medidor, no habrá luz en el foco. Todas la funciones de la electricidad dependen de la corriente eléctrica. Cuando la corriente eléctrica se interrumpe, cesa la función del foco de iluminar.

Antes de ser salvos, cuando éramos incrédulos, no teníamos esta corriente que fluye. Recuerdo muy bien mi propia experiencia. Antes de ser salvo, dentro de mí no fluía el sentir de vida. Pero después de ser salvo, cuanto más amaba al Señor, cuanto más le tocaba, cuanto más vivía para El, más experimentaba dentro de mí algo que fluía, fluía y fluía. Esto es la corriente de vida, es decir, la comunión de vida. La vida eterna, la cual es el Hijo de Dios, es muy real y sólida. Puede aun ser oída y vista, tocada y palpada, declarada y predicada (1 Jn. 1:1-3). Puesto que hemos recibido esta vida, tenemos la comunión, la corriente, de vida. Por medio de esta comunión de vida es muy fácil que seamos introducidos en la presencia de Dios.


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