Estudio-vida de Génesispor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1420-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Isaac, como hijo de Abraham, se relacionó con Dios de la misma manera que su padre. El también vivió en la aparición de Dios e invocó el nombre del Señor (Gn. 26:2, 24-25). El no sólo heredó todas las bendiciones de su padre, sino también su manera de disfrutar a Dios.
Jacob, la tercera generación del linaje llamado, fue finalmente guiado por Dios a no vivir por su propio camino, un camino de suplantación, sino por el mismo camino que siguieron su abuelo y su padre, que consistía en relacionarse con Dios. Después de ser disciplinado por el Señor durante un tiempo considerable, él aprendió a vivir en la aparición de Dios y a invocar el nombre del Señor (Gn. 35:1, 9; 48:3). Para él, éste no era solamente el método que había heredado, sino también el camino por el que lo condujo la disciplina de Dios.
Moisés fue una persona muy interesante. Nació cuando los israelitas se encontraban bajo la persecución de los egipcios. Dios lo puso soberanamente en el palacio de Faraón, y fue criado como miembro de la familia real, como hijo de la hija de Faraón. Moisés se enteró de los sufrimientos que infligían los egipcios a su pueblo; probablemente se lo dijo su nodriza, quien era su verdadera madre. Indudablemente estos informes despertaron el corazón de Moisés. Quizás Moisés haya dicho: “Los egipcios han perseguido a mi pueblo. Haré algo para ayudar a mi pueblo”. Aunque Moisés tenía un buen corazón, éste era un corazón de conocimiento, un corazón de muerte. El caso es el mismo con muchos cristianos hoy. Muchos tienen un buen corazón. Son despertados y quieren hacer algo por Dios. Sin embargo, Moisés actuó a su manera y con su propia fuerza. Esto dio por resultado el fracaso, y él quedó terriblemente desilusionado. Finalmente, Moisés se dio cuenta de que no podía hacer nada; estaba desanimado hasta el punto que desistió. Fue como si dijese: “Todo el interés de mi corazón estaba en mi pueblo, pero Dios no me ayudó. Dios no valoró mis esfuerzos. Puesto que Dios no está conmigo, me olvidaré de esta situación y me iré al desierto”. Aunque él se preocupó por el bienestar de los hijos de Israel, quedó desilusionado por su fracaso y huyó al desierto, donde llegó a ser un pastor de ovejas, solitario y abatido. Moisés, el hombre que había sido enseñado en toda la sabiduría de los egipcios y que era poderoso en palabras y en obras (Hch. 7:22), ahora era un pequeño pastor en el desierto, un hombre vencido y rechazado.
Un día, cuando Moisés estaba desilusionado, Dios vino y se le apareció en la visión de una zarza que ardía sin consumirse (Ex. 3:2, 16). Moisés se sorprendió y se acercó para ver la zarza. Aparentemente Dios le decía a Moisés: “Moisés, debes ser como esta zarza ardiente. No ardas por ti mismo ni actúes por tu propia cuenta. Tuviste un buen corazón, pero actuaste de manera equivocada”. Podemos usar el ejemplo de un automóvil moderno. Si queremos echar a andar el automóvil, sería insensato empujarlo. Esto nos cansaría; y eso sería todo lo que conseguiríamos. Debemos usar la gasolina como fuente de energía. Cuando se quema gasolina, el auto se mueve. Debemos usar el automóvil de esta manera. Del mismo modo, Moisés aprendió a abandonar su propio conocimiento, su propio camino, su propia energía y sus propias actividades. Moisés empezó a vivir, como lo hicieron sus antepasados, en la presencia y la aparición del Señor. El dejó de actuar por sí mismo. De ahí en adelante, fue uno con Dios. Para dirigir a los israelitas en su viaje, el Señor le dijo: “Mi presencia irá contigo, y te daré descanso”. Y él dijo al Señor: “Si Tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí” (Ex. 33:13-15). Esto demuestra que Moisés conocía la necesidad de obrar para el Señor en Su presencia. El actuaba en la presencia del Señor.
Después de que Moisés hubo sacado de Egipto a los hijos de Israel, Dios lo llamó a la cima del monte, donde permaneció cuarenta días. Mientras se encontraba allí, fue totalmente inundado con la gloria shekinah de Dios. Mientras bajaba por la ladera del monte, la gloria de Dios resplandecía en su rostro (Ex. 34:29). En esa cima Moisés experimentó el pleno disfrute de Dios como el árbol de la vida. A pesar de haber desaparecido para los incrédulos el árbol de la vida, apareció a Moisés, y éste disfrutó a Dios como el árbol de la vida en el monte de la gloria.
Moisés, igual que Noé, recibió una visión del edificio de Dios. Mientras se encontraba en la gloria en el monte, Dios le dio un modelo detallado de Su morada sobre la tierra (Ex. 25:9). Si somos uno con Dios mientras ministramos y laboramos para El, nuestra obra no será un trabajo, sino un disfrute. Cuando hablo por el Señor, lo disfruto en gran manera. Cuando termino un mensaje, me siento satisfecho. En realidad, la ministración que pertenece a Dios y concuerda con El constituye una especie de comida para el ministro. Así sirvió Moisés a Dios y así le disfrutó.
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