Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 001-020)por Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6771-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En 2 Pedro 1:4 se nos presenta una condición para llegar a ser participantes de la naturaleza divina, esto es: “habiendo escapado de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia”. Cuanto más escapemos de esta corrupción, más disfrutaremos la naturaleza de Dios. Asimismo, cuanto más participemos de la naturaleza divina, más escaparemos de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia. Éste es un ciclo que consiste en escapar y participar, participar y escapar. Si este ciclo de participar y escapar opera en nuestro interior de manera rápida y prevaleciente, difícilmente nos haremos partícipes de la corrupción que hay en el mundo. La naturaleza divina nos fortalecerá para permanecer alejados de la corrupción. Entonces, cuanto más nos mantengamos alejados de la corrupción que hay en el mundo, más disfrutaremos las riquezas de la naturaleza divina. En esto consiste nuestra experiencia de la economía de Dios.
Obtener la vida eterna es un asunto que se realiza una vez y para siempre, pero ser participantes de la naturaleza divina es un asunto continuo. Aunque hemos obtenido la vida divina de una vez por todas, no podemos disfrutar la naturaleza divina del mismo modo. Durante el curso de nuestra vida cristiana sobre la tierra, e incluso en la eternidad, todavía hemos de continuar participando de la naturaleza divina.
La naturaleza divina denota lo que Dios es. Nuevamente podemos valernos del acto de comer alimentos a manera de ilustración con respecto a ser partícipes de la naturaleza divina. Cuando comemos pollo, por ejemplo, somos partícipes de la naturaleza del pollo. Lo que el pollo es llega a ser nuestro nutrimento. Cuando comemos pollo, en realidad estamos comiendo de la naturaleza del pollo, la cual incluye diversos elementos nutritivos. Estos elementos, o ingredientes, son los elementos constitutivos de la naturaleza del pollo. El mismo principio se aplica a nuestra experiencia de la naturaleza divina. Por medio de las promesas de Dios somos participantes de la naturaleza divina con todos los ingredientes divinos. Así como no comemos nuestros alimentos de una vez por todas, tampoco participamos de la naturaleza divina de una vez por todas. Por la eternidad, según se halla representado por el árbol de la vida y el río de agua de vida en Apocalipsis 22, hemos de ser participantes de la naturaleza divina.
Hemos visto que la naturaleza divina denota lo que Dios es, esto es, los elementos constitutivos del ser de Dios. Debido a que somos hijos de Dios nacidos de Él, poseemos —para nuestro disfrute— la vida de Dios y también Su naturaleza. Debido a que he proclamado esta verdad conforme a la Biblia, he sido condenado y acusado falsamente por algunos de enseñar la deificación. Ellos dicen que me deifico y que enseño que la iglesia es Dios y debe ser adorada como parte componente de Dios mismo. ¡Rechazamos por completo estas falsas acusaciones! Un niño nacido de padres estadounidenses ciertamente será estadounidense; entonces ¿qué de aquellos que han nacido de Dios? Por medio de nuestro nuevo nacimiento, la regeneración, hemos nacido de Dios y somos hijos de Dios. Debido a que hemos nacido de Dios, somos iguales a Dios en vida y naturaleza. En este sentido, aquellos que nacieron de Dios son divinos. Pero definitivamente no participamos de la Deidad, y con certeza no llegamos a ser objetos de adoración. Tenemos la vida y naturaleza de Dios, pero no llegamos a tener parte en la Deidad.
Algunos padres de la iglesia primitiva ya enseñaron con respecto a la deificación de los creyentes; pero ellos no enseñaron que los creyentes logran la Deidad misma ni tampoco que serían adorados como Dios mismo. Más bien, ellos querían decir que los cristianos, quienes han sido regenerados de Dios, poseen la vida de Dios y la naturaleza de Dios. Por haber sido regenerados, nosotros somos iguales a Dios en vida y naturaleza, mas no somos iguales a Dios en cuanto a posición en la Deidad. Al respecto, debemos ser muy cuidadosos. Sería una herejía enseñar la deificación con el sentido de afirmar que los creyentes logran la Deidad misma; pero ciertamente es conforme a las Escrituras enseñar que, debido a que hemos nacido de Dios, poseemos la vida divina y la naturaleza divina y que, en estos aspectos, hemos llegado a ser iguales a Dios. Definitivamente no podemos participar de la Deidad ni tenemos la posición de ser adorados por los demás como si fuéramos Dios mismo. No obstante, mediante la regeneración, poseemos la vida de Dios y la naturaleza de Dios.
Debemos regresar a la Palabra pura de Dios y decir a los demás que todo aquel que cree en el Hijo de Dios es nacido de Dios y posee el derecho, la autoridad, de ser hecho hijo de Dios (Jn. 1:12-13). El creyente, como tal persona, tiene el derecho a participar, disfrutar, de la naturaleza de Dios. Por tanto, poseemos la vida de Dios, disfrutamos constantemente la naturaleza de Dios y tenemos la posición de hijos de Dios. Pero definitivamente no tenemos la posición de la Deidad misma, la posición de ser adorados por otros como se adora a Dios. ¡Alabado sea el Señor que tenemos la posición, la capacidad y la provisión que nos permite ser participantes de la naturaleza divina! Día tras día debemos participar de la naturaleza de Dios y disfrutar lo que Él es, esto es, disfrutar los elementos constitutivos del rico ser de Dios.
¿Qué es la naturaleza de Dios? Según el Nuevo Testamento, Dios es Espíritu (Jn. 4:24), amor (1 Jn. 4:8, 16) y luz (1:5). Las expresiones Dios es Espíritu, Dios es amor y Dios es luz no son usadas en un sentido metafórico, sino que tienen sentido predicativo. Estas expresiones denotan y describen la naturaleza de Dios.
En Su naturaleza, Dios es Espíritu, amor y luz. Espíritu denota la naturaleza de la persona de Dios; amor denota la naturaleza de la esencia de Dios; y luz denota la naturaleza de la expresión de Dios. Tanto el amor como la luz se relacionan con Dios como vida, vida que es del Espíritu (Ro. 8:2). Dios, el Espíritu y la vida son, en realidad, uno solo. Dios es Espíritu, y el Espíritu es vida. Dentro de esta vida está el amor y la luz. Cuando este amor divino es manifestado a nosotros, se convierte en gracia, y cuando esta luz divina resplandece sobre nosotros, se convierte en verdad.
El Evangelio de Juan revela que el Señor Jesús trajo la gracia y la verdad a nosotros (1:14, 17) para que tuviéramos la vida divina (3:14-16), mientras que la Epístola de 1 Juan revela que la comunión de la vida divina nos lleva al origen mismo de la gracia y de la verdad, las cuales son el amor divino y la luz divina. La Epístola de 1 Juan da continuación al Evangelio de Juan. En el Evangelio de Juan, Dios vino a nosotros en el Hijo como gracia y verdad para que lleguemos a ser Sus hijos. En la Epístola de 1 Juan, nosotros los hijos, en la comunión de la vida del Padre, vamos al Padre para participar de Su amor y de Su luz. Lo primero era Dios que salía del atrio exterior para satisfacer nuestra necesidad en el altar trayendo consigo Su gracia y verdad (Lv. 4:28-31); lo segundo somos nosotros que entramos en el Lugar Santísimo para, en el Arca, tener contacto con Él en el amor divino y la luz divina (Éx. 25:22). Esto es más avanzado y más profundo en lo referente a nuestra experiencia de la vida divina.
Dios es Espíritu. Esto hace referencia a Su persona. Dios también es amor y luz. El amor hace referencia a Su esencia, y la luz hace referencia a Su expresión. Tanto el amor de Dios como la luz de Dios guardan relación con Su vida. En realidad, esta vida es Dios mismo. La vida es también el Espíritu.
Cuando esta vida fue manifestada, trajo consigo la gracia y la verdad. Cuando recibimos al Señor Jesús, recibimos la vida, por lo cual ahora disfrutamos la gracia y la verdad. Esta vida nos lleva de regreso a Dios a fin de que disfrutemos Su amor y luz. Primero, Dios vino a nosotros a fin de que pudiéramos recibir gracia y verdad. Ahora nosotros regresamos al Padre y le contactamos como Aquel que es la fuente de la gracia y la verdad, y esta fuente es amor y luz. Por tanto, en la comunión de la vida divina somos llevados de regreso a Dios para disfrutar Su amor como fuente de la gracia y Su luz como fuente de la verdad.
Esta comprensión de lo que es el amor y la luz no se deriva del razonamiento humano, sino que procede de la revelación divina contenida en la Palabra. En esta revelación tenemos una serie de ítems para nuestro disfrute, los cuales podríamos comparar a los diversos platos de un banquete. Tenemos a Dios, tenemos al Espíritu como naturaleza de la persona de Dios, tenemos el amor como naturaleza de la esencia de Dios y tenemos la luz como naturaleza de la expresión de Dios. Cuando tenemos todas estas cosas divinas, esto significa que hemos sido traídos de regreso a Dios el Padre. Cuando somos traídos de regreso a Dios el Padre, nos reunimos con Él y le disfrutamos como amor, el cual es la fuente de la gracia, y como luz, la cual es la fuente de la verdad. ¡Cuán maravilloso es que en la comunión de la vida divina disfrutamos la luz divina y el amor divino! Por tanto, en nuestra experiencia podemos disfrutar la naturaleza de Dios, esto es, podemos disfrutar a Dios como Espíritu, amor y luz.
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