Espíritu divino con el espíritu humano en la Epístolas, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7893-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En 1 Corintios 7:10 se nos dice: “A los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido”. Cuando Pablo mandaba, no era él sino el Señor. Ésta es la verdadera unidad con el Señor según 6:17: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Luego, el versículo 12a del capítulo 7 dice: “A los demás yo digo, no el Señor”. En el versículo 10 él dice: “No yo, sino el Señor” mientras que en el versículo 12 él dice: “Yo digo, no el Señor”. Es posible que seamos más “espirituales” que el apóstol Pablo. Actualmente, muchos ministros dicen de forma pretenciosa: “El Señor me ha dado la carga de hablarles”. Algunas veces necesitamos tener la osadía de decir: “Mando, no yo, sino el Señor”, pero a veces también necesitamos decir: “Yo, y no el Señor”.
El versículo 25 continúa diciendo: “En cuanto a las vírgenes no tengo mandamiento del Señor; mas doy mi parecer, como uno a quien el Señor ha concedido misericordia para ser fiel”. Tal parece que si alguien no tiene un mandamiento de parte del Señor, no debiera hablar. No obstante, este capítulo de 1 Corintios es un cuadro de una persona en la cumbre de la espiritualidad. Por un lado, él pudo decir que cuando hablaba, era el Señor quien hablaba. Por otro lado, él reconoció que aunque su hablar no era un mandamiento de parte del Señor, de todos modos él podía dar su opinión, concepto o parecer. Ésta es la espiritualidad genuina. Aquí vemos a una persona que había sido ocupada por el Señor, que estaba poseída por el Señor, que estaba saturada e impregnada del Señor y que estaba mezclada con el Señor. Cuando él hablaba, ya fuera al hablar directamente de parte del Señor o al simplemente dar su parecer, él era uno con el Señor. Aun cuando no tuvo el sentir de que tenía el mandamiento directo del Señor, él comoquiera pudo hablar algo del Señor.
El versículo 40 concluye diciendo: “A mi juicio, más dichosa será si se queda así; y pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios”. Pablo dio su opinión, pero aún pensaba que tenía el Espíritu de Dios. Mientras más espirituales seamos, menos certidumbre tendremos. Cuando decimos: “Tengo la certeza de que estoy en el espíritu”, es de dudar que estemos en el espíritu. Más bien, deberíamos decir: “No sé y no estoy claro. Esto podría ser mi parecer, juicio y concepto. No estoy seguro, pero pienso que tengo el Espíritu de Dios”.
Lo que Pablo habló en el capítulo 7 se reconoce como la palabra de Dios. El hermano Watchman Nee una vez nos señaló que éste es el punto culminante de la espiritualidad. Una persona verdaderamente espiritual debe ser así. No debemos decir: “Puesto que estoy lleno del Espíritu y estoy bajo el poder del Espíritu, lo que les digo tiene que ser del Señor”. Tal hablar no aparece en el Nuevo Testamento. Al contrario, aquí hay una persona que dice: “Yo digo, no el Señor [...] No tengo mandamiento del Señor, mas doy mi parecer [...] Pienso que también yo tengo el Espíritu de Dios”. No obstante, todo lo que habló era la palabra de Dios, pues para este tiempo el apóstol Pablo era una persona verdaderamente unida al Señor como un solo espíritu. Él estaba tan ocupado por el Señor, mezclado con el Señor y plenamente saturado del Señor, que incluso su concepto y su juicio eran algo que provenía del Señor.
Éste es el mensaje de 1 Corintios. Sí, en los capítulos 12 y 14 vemos el asunto de hablar en lenguas. Sin embargo, la iglesia hoy necesita el capítulo 7 más que las lenguas de los capítulos 12 y 14. No necesitamos meramente la manifestación externa de los dones, sino la mezcla interna que hace que el Señor y nosotros seamos uno. Incluso cuando no tenemos el sentir o la certeza de que lo que hablamos es algo que proviene del Señor, finalmente lo que hablamos es del Señor, porque estamos saturados de Él y somos uno con Él en realidad. “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él” (6:17).
El capítulo 10 comienza diciendo: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis que todos nuestros padres estuvieron bajo la nube, y todos pasaron el mar; y todos para con Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar, y todos comieron el mismo alimento espiritual, y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo” (vs. 1-4). Este capítulo nos muestra que hoy Cristo es todo para nosotros. Él no es el alimento físico, la bebida psicológica o la roca material. Más bien, Él es nuestro alimento espiritual, nuestra bebida espiritual y nuestra roca espiritual. Por tanto, necesitamos disfrutarle, experimentarle, alimentarnos de Él, beberle y depender de Él en nuestro espíritu.
El versículo 3 del capítulo 12 dice: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable en el Espíritu de Dios dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo”. Antes de dar los dones espirituales, el Espíritu causa que las personas digan: “¡Jesús es Señor!”. El versículo 4 continúa diciendo: “Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo”. Luego los versículos del 7 al 10 hablan de la manifestación del Espíritu dada a cada uno para provecho. Los versículos del 11 al 12 dicen: “Todas estas cosas las realiza uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular según Su voluntad. Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también el Cristo”. En el sentido normal y apropiado, todos los dones y las manifestaciones mencionadas en estos versículos son algo proveniente de Cristo para la edificación del Cuerpo de Cristo. El versículo 12 nos dice que el Cuerpo incluso es Cristo mismo. No deberíamos separar los dones de Cristo. Ellos son algo de Cristo y tienen por finalidad el Cuerpo de Cristo.
El versículo 13 continúa diciendo: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Ser bautizados en el Espíritu y beber del Espíritu son dos asuntos distintos. Ser bautizados en el agua equivale a ser puestos en el agua, pero beber del agua significa ingerir agua en nuestro interior. Necesitamos el bautismo del Espíritu Santo exteriormente, y también necesitamos beber del Espíritu interiormente. No somos bautizados en agua cada día, pero bebemos agua cada día. Del mismo modo, necesitamos beber del Espíritu interiormente cada día.
Por último, 15:45 dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. El postrer Adán es Cristo. Vemos que 1 Corintios, un libro que nos presenta a Cristo como nuestra porción, concluye al decir que este Cristo, quien es la porción que Dios nos ha dado, es el Espíritu vivificante.
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