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Mensajes para creyentes nuevos: Amor a los hermanos, El #22por Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-0063-6
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II. EL MANDAMIENTO DE AMAR

Leemos en 1 Juan 3:11: “Porque éste es el mensaje que habéis oído desde el principio: Que nos amemos unos a otros”. Y el versículo 23 dice: “Y éste es Su mandamiento: Que creamos en el nombre de Su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado”.

Dios manda que nos amemos unos a otros. El manda dos cosas: que creamos en el nombre de Su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros. Puesto que ya creímos, debemos también amar. Dios nos dio este amor y luego nos dio el mandamiento de amarnos unos a otros. Debemos amarnos unos a otros con el amor que Dios nos dio, esto es, usar el amor que Dios puso en nosotros. Debemos aplicarlo según su naturaleza y nunca debemos apagarlo ni herirlo.

En 1 Juan 4:7-8 se nos dice: “Amados, amémonos unos a otros; porque el amor es de Dios. Todo aquel que ama, es nacido de Dios, y conoce a Dios. El que no ama, no ha conocido a Dios; porque Dios es amor”.

Debemos amarnos unos a otros, porque el amor es de Dios. Todo el que ama ha nacido de Dios, pero quienes no aman, no han conocido a Dios; porque Dios es amor. Cuando Dios nos engendró, puso Su amor en nosotros. Nosotros no teníamos amor, pero ahora tenemos amor, un amor que proviene de Dios. Dios derrama Su amor en todo aquel a quien engendra. El dio Su amor tanto a usted como a otros. Por eso podemos amarnos unos a otros.

Aquellos que nacieron de Dios han recibido la vida del propio Dios. Puesto que Dios es amor, aquellos que El engendra reciben este amor. La vida que recibimos de Dios está llena de amor. Todo el que es nacido de Dios tiene amor en su interior, y todo aquel que tiene este amor, espontáneamente ama a los hermanos. Lo extraño sería que no nos amásemos unos a otros. Dios deposita en el cristiano una vida de amor y, sobre la base de dicha vida, da el mandamiento: “Amaos los unos a los otros”. Dios primero deposita Su amor en nosotros, y luego nos dice que amemos. Primero nos da una vida de amor, y luego el mandamiento de amar. Debemos inclinar nuestra cabeza y decir: “Gracias damos a Dios porque Sus hijos se aman unos a otros”.

III. AQUEL QUE NO AMA A LOS HERMANOS

Leamos los versículos correspondientes a esta categoría en 1 Juan. Vemos en 1 Juan 2:9-11 lo siguiente: “El que dice que está en la luz, y aborrece a su hermano, está todavía en tinieblas. El que ama a su hermano, permanece en la luz, y en él no hay tropiezo. Pero el que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas, y no sabe adónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”. ¿Entienden esto? El amor que un hombre tiene para con los hermanos determina si tal hombre es cristiano y si se ha apartado de las tinieblas.

Si alguien lo aborrece a usted, a sabiendas de que es cristiano, esto comprueba que aquella persona no es cristiana. Si de cinco hermanos ama a cuatro y aborrece a uno de ellos en el corazón, esto prueba que esa persona no es un hermano. Debemos darnos cuenta de que no amamos a un hermano porque es agradable, sino única y exclusivamente porque es hermano. Si un individuo sabe que usted es un hermano y que pertenece al Señor, y aun así lo aborrece, esto comprueba que aquel individuo no tiene la vida. En este pasaje leemos: “El que aborrece a su hermano está en tinieblas, y anda en tinieblas”. El está en tinieblas y anda en tinieblas. Es decir, la Biblia elimina la posibilidad de que una persona pueda aborrecer a su hermano. Si usted aborrece a alguien que usted sabe que es un hermano, debe decir: “Señor, no estoy andando en la luz, estoy en tinieblas y ando en tinieblas”.

Dice en 1 Juan 3:10: “En esto se manifiestan los hijos de Dios ... Todo aquel que no practica la justicia no es de Dios, y tampoco el que no ama a su hermano”. Aquel que no practica exteriormente la justicia no es de Dios. De la misma manera, aquel que no tiene amor en sus entrañas para con su hermano no es de Dios. Quien no ama a su hermano no es de Dios, porque este amor y este sentimiento no están en él. En esto se manifiestan lo hijos de Dios.

El versículo 14 dice: “El que no ama, permanece en muerte”. Este amor no se refiere al amor ordinario, sino al amor con el que uno ama a los hermanos. La Biblia dice que si una persona no tiene este amor por los hermanos, “permanece en muerte”. Podemos entender por qué una persona no siente afecto por otro creyente ni se siente atraída por él antes de creer; pero sería muy extraño que aún después de creer todavía no sienta afecto ni se sienta atraída hacia otros creyentes. En tal caso, es posible que su fe no sea genuina. “El que no ama, permanece en muerte”. Antes la persona estaba muerta, y me temo que todavía está en esa condición, porque la fe se basa en el amor. El amor de la persona determina si ella es auténtica o no. Aquellos que creen en Dios aman a los hermanos. Si la persona no tiene amor, esto indica que todavía permanece en muerte.

El versículo 15 dice: “Todo aquel que aborrece a su hermano es homicida; y sabéis que ningún homicida tiene vida eterna permanente en él”. No podemos concebir que alguien pueda matar después de haber creído en el Señor. La Biblia nos dice que aborrecer al hermano equivale a cometer homicidio. Una persona que tiene vida eterna jamás podría aborrecer a su hermano. El aborrecimiento que siente por su hermano deja en evidencia que no hay amor en él y, por ende, que la vida eterna no está en él.

Los hijos de Dios pueden estar en diferentes condiciones, pero nunca pueden odiar. Es posible que nos desagrade un hermano que es ultrajante en cierta manera; si un hermano ha cometido un pecado digno de excomunión, podemos confrontar el asunto con indignación; si ha hecho algo extremadamente malo, podemos reprenderlo severamente delante del Señor; pero jamás podemos odiar a nuestros hermanos. Si un hermano aborrece a otro hermano, la vida eterna no está en él.

Todos los hijos de Dios tienen una vida lo suficientemente rica como para amar a todos los hermanos y hermanas. Si una persona pertenece al Señor, es digna del amor de los creyentes. Nuestro amor por un hermano debe ser el mismo que sentimos por todos los demás. El amor fraternal que se aplica a un hermano debe ser igualmente aplicado a todos. Este amor por los hermanos no hace distinciones. Todo cristiano es digno de este amor. Si alguien aborrece a un hermano, no tiene vida eterna. Para descubrir que una persona no tiene amor fraternal, no es necesario que ella odie a todos los hermanos; es suficiente evidencia que aborrezca a uno solo. El amor fraternal del que estamos hablando ama a todos los hermanos.

Este es un concepto muy serio. Si una persona no ama al hermano, sino que, por el contrario, lo aborrece o lo amenaza o lo ataca, lo único que podemos decir es: “Dios tenga misericordia de él, pues es una persona que piensa que es creyente pero en realidad no es salva”. Si usted aborrece a un hermano, esto prueba que usted no es del Señor. ¡Este es un asunto muy grave!

En condiciones normales, si un hermano ha hecho cosas que lo irritan a usted, puede exhortarlo y reprenderlo, pero no puede aborrecerlo en su corazón. Incluso si usted lo dice a la iglesia, según Mateo 18, su intención debe ser restaurarlo. Si usted no tiene la intención de restaurarlo y si su meta es atacarlo y denigrarlo, esto comprueba que usted está por debajo del nivel de hermano. El hermano al que se refiere Mateo 18 presentó el asunto a la iglesia porque deseaba ganar a su hermano. La clave está en si usted quiere denigrar a su hermano, o ganarlo. Este asunto es muy serio. ¡No debemos tomar esto a la ligera!

Con relación al caso de fornicación al cual alude 1 Corintios 5:13, Pablo dice: “Quitad a ese perverso de entre vosotros”. Al principio Pablo entregó esa persona a Satanás para que en el nombre del Señor Jesús y con el poder del Señor Jesús su carne fuera destruida, ya que los corintios no habían confrontado el problema. ¿Es esta clase de trato muy severo? De hecho fue extremadamente severo; sin embargo, Pablo hizo esto para que el espíritu de aquel hombre fuera salvo en el día del Señor (v. 5). Su carne fue destruida en ese momento con el propósito de que no sufriera pérdida eterna. El propósito de decirlo a la iglesia, en Mateo 18, era restaurarlo, y de quitarlo de la iglesia, como se indica en 1 Corintios 5 también tiene como fin restaurar al hermano.

Cuando Josué juzgo a Acán, dijo: “Hijo mío, da gloria a Jehová” (Jos. 7:19) A pesar de que Acán había cometido un pecado grave, Josué le habló a él con un espíritu y un amor fraternal.

Cuando el mensajero joven trajo a David la noticia de la muerte de Saúl, un rey que lo aborrecía, David rasgó sus vestidos, se lamentó, lloró y ayunó hasta la noche (2 S. 1:11-12). Cuando alguien comunicó a David que Absalón, su rebelde hijo, había muerto, David se conmovió aún más. El lloró diciendo: “¡Hijo mío Absalón, hijo mío, hijo mío, Absalón! ¡Quién me diera que muriera yo en lugar de ti, Absalón, hijo mío, hijo mío!” (18:33) El tuvo que pelear las batallas, tuvo que juzgar y tuvo que condenar, pero no pudo contener las lágrimas cuando supo que Saúl y Absalón habían muerto.

Hermanos y hermanas, si una persona sólo puede juzgar y condenar pero no tiene lágrimas ni tristeza, esto demuestra que no sabe nada del amor fraternal. Si alguien reprende a un hermano con el único propósito de agraviarlo, tal persona no tiene amor, sino rencor. ¡Aborrecer a los hermanos equivale a matarlos! ¡Este es un asunto muy serio!

En cierta ocasión un hermano escribió a J. N. Darby preguntándole acerca de la excomunión. Las primeras palabras de Darby fueron: “Yo creo que lo más terrible que puede afrontar un pecador cuyos pecados han sido perdonados es excomulgar a otro pecador”. La respuesta del señor Darby procedía de una vida de amor. Sin duda alguna, hay muchas cosas que necesitan ser enderezadas. Podemos excomulgar a un hermano o hermana pecaminosos si es necesario, pero nunca debemos albergar ningún rencor al disciplinarle.

En 1 Juan 4:20-21 dice: “Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto no puede amar a Dios a quien no ha visto. Y nosotros tenemos este mandamiento de El: El que ama a Dios, ame también a su hermano”. Juan nos muestra que amar a los hermanos equivale a amar a Dios. Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Debemos amar a nuestros hermanos si profesamos amar a Dios. Este es el mandamiento que hemos recibido de Dios.

Debemos tener mucho cuidado con no hacer nada que ofenda al amor. No debemos ofender a los hermanos en lo más mínimo. Debemos amarnos los unos a los otros y honrar el amor fraternal que ha sido derramado en nuestros corazones. No debemos hacer a un lado dicho afecto. Dios puso este amor en nosotros para que lo usemos sirviendo y ayudando a los hermanos. Debemos permitir que este amor fraternal crezca y se fortalezca.

Leemos en 1 Juan 3:17: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él sus entrañas, ¿cómo mora el amor de Dios en él?” Juan no dijo: “¿Cómo mora el amor fraternal en él?”, sino: “¿Cómo mora el amor de Dios en él?” Porque el amor de Dios es el amor fraternal. El amor de Dios no mora en una persona que cierra sus entrañas a los hermanos. Uno puede engañarse a sí mismo diciendo: “Yo no amo a este hermano, pero sí amo a Dios”. Nuestra relación con los hermanos es el resultado de nuestra relación con Dios. Si rechazamos a nuestros hermanos, el amor de Dios no está en nosotros.


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