Arbol de la vida, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-1-57593-813-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En Salmos 27:4 David dijo: “Una cosa he demandado a Jehová, ésta buscaré; que esté yo en la casa de Jehová todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura de Jehová, y para inquirir en su templo”. Lo único que buscaba David era morar en la casa del Señor por toda su vida. En Salmos 84:10 el salmista dijo: “Porque mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad”. La mejor manera de redimir nuestro tiempo es quedarnos en los atrios del Señor. Un día es mejor que mil. Tal vez muchos le critiquen a usted, diciendo que malgasta su tiempo, pero en realidad usted no está malgastando el tiempo. Está ganando el tiempo mil veces quedándose en la casa del Señor, en Su disfrute.
La casa del Señor en el Antiguo Testamento primero era el tabernáculo y luego en el templo. En el tabernáculo y en el templo había dos materiales principales: la madera de acacia y el oro. La madera estaba cubierta con el oro y unida, entrelazada, por el oro. Cuarenta y ocho tablas de madera de acacia conformaron la parte principal del tabernáculo. Todas estas cuarenta y ocho tablas fueron cubiertas de oro. Había anillos de oro en cada tabla que servían para unir las tablas (Ex. 26:24). Además había barras de acacia cubiertas de oro que pasaron por en medio de las tablas para conectarlas (26:26-29). La madera de acacia representa la naturaleza humana, y el oro, la naturaleza divina. Las naturalezas divina y humana tienen que ser edificadas juntas y mezcladas como una sola. De esta manera, la morada del Señor, el templo del Señor, es la mezcla de lo divino con lo humano.
La primera mención de la casa de Dios se encuentra en Génesis 28 con Jacob. Jacob tenía una escalera erigida en la tierra y los ángeles de Dios subían y descendían por ella (v. 12). Cuando Jacob se despertó, dijo: “No es otra cosa que casa de Dios, y puerta del cielo” (v. 17). El versículo 18 dice: “Y se levantó Jacob de mañana, y tomó la piedra que había puesto de cabecera, y la alzó por señal, y derramó aceite encima de ella”. Entonces Jacob llamó el lugar Bet-el, que significa casa de Dios (v. 19). La piedra con el aceite derramado encima es Bet-el, el templo de Dios, la casa de Dios. Nosotros somos la piedra, y Dios es el aceite. Así que, en este cuadro podemos ver de nuevo el principio de la mezcla de Dios con el hombre. La casa de Dios, el templo de Dios, es la mezcla de lo divino con lo humano.
Cuando Dios se encarnó, la naturaleza divina se mezcló con la naturaleza humana. Jesús, el Dios encarnado, era la mezcla de las naturalezas divina y humana, y nos dijo que El era el templo (Jn. 2:20-22). Por medio de la muerte y la resurrección del Señor, este templo se agrandó y llegó a ser la iglesia, el Cuerpo de Cristo (1 Co. 3:16). La iglesia como templo de Dios es la mezcla de Dios con el hombre de manera corporativa. Había no sólo una tabla en el tabernáculo, sino cuarenta y ocho tablas cubiertas de oro. Esta mezcla de Dios con el hombre es una habitación mutua, la morada de Dios y la de los que le buscan a El. Los que buscan más de Dios son Su morada, y El es la morada de ellos. Por medio de la muerte y la resurrección de Cristo, ha sido cumplida la mezcla de Dios con Su pueblo escogido y redimido para producir la morada mutua.
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