Cristo todo-inclusivo, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-87083-626-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El tercer factor gobernante consta de las cosas que regulan una vida santa. ¿Cuáles son estas cosas? En el libro de Levítico, tenemos las ofrendas, el sacerdocio y muchas clases de reglas. Levítico puede dividirse en tres partes: la primera que trata de las ofrendas, desde el capítulo uno hasta el siete; la segunda que trata del sacerdocio, desde el capítulo ocho al diez; y el tercero que trata de muchos reglamentos, desde el capítulo once hasta el final del libro. Tiene toda clase de reglas tocante a una vida santa, a un vivir santo. No podemos entrar en detalle ahora con todo eso. Si pudiéramos, veríamos cuán interesantes, cuán dulces y cuán cargados de significado son. Hay muchas reglas acerca de lo que es limpio y lo que es inmundo, acerca de lo que nos aparta o no de lo común y mundano, y acerca de cómo y cómo no comportarnos. Todos estos son reglas para una vida santa.
Estas reglas pueden resumirse en tres principios menores. El primero es que somos el pueblo que pertenece al Señor. Este es un principio menor que debe gobernarnos. Recuerde que usted pertenece al Señor, que es parte del pueblo del Señor. Si recuerda eso, será guardado de muchas cosas. ¿Cree que mientras tiene presente que es parte del pueblo del Señor, podría ir al cine? Con sólo pensarlo, se restringirá de ir. ¿Cree usted que pueda discutir con alguien y al mismo tiempo tener presente que pertenece al Señor? Trátelo. Descubrirá qué será de su discusión.
En una ocasión estando yo en el Lejano Oriente, contraté a un hombre que tiraba de un cochecillo para que me transportara. Al principio me dijo que me cobraría cinco dólares, con lo cual estuve de acuerdo. Cuando llegamos a mi destino, me di cuenta de que sólo tenía un billete de diez; así que se lo di y esperé el cambio. Después de rebuscar sus bolsillos, finalmente me dijo que lo sentía pero que sólo tenía cuatro dólares para darme el cambio. Esa era su maña. Me puse a discutir con él, pero de pronto recordé que yo era un hijo de Dios. Simplemente recordarlo me hizo detenerme. Le dije: “Está bien, está bien, olvídelo; un dólar no importa”. ¿Cómo podría yo, un hijo del Señor, discutir con el hombre del cochecillo? Eso pondría en vergüenza el nombre del Señor.
Cuando usted está a punto de hacer algo, debe recordar que es un hijo del Señor. No diga que esto es demasiado legalista. Usted y yo debemos ser así de legalistas. A veces las hermanas, especialmente en el Lejano Oriente, usan vestidos que no son apropiados para una hija del Señor. Si tan sólo recordaran que pertenecen al Señor, ese simple pensamiento las haría retraerse de usar esa clase de ropa. Sencillamente se les olvida que son hijas del Señor, y se visten como hijas del diablo. Recordar que somos el pueblo del Señor es el primer principio menor de lo que nos regula.
El segundo es que hemos sido apartados de este mundo. El Señor dijo: “Os he apartado de los pueblos”. El Señor nos ha apartado de los pueblos del mundo. Lo que ellos pueden hacer, nosotros no lo podemos hacer. Lo que ellos pueden decir, nosotros no lo podemos decir. Lo que ellos pueden poseer, nosotros no lo podemos poseer. Muchas veces he ido a las tiendas y no he podido comprar nada. Lo único que he podido hacer ha sido menear la cabeza y decir: “No, no hay nada para mí. He sido apartado”.
Desde Seattle a San Francisco y luego hasta Los Angeles, he tratado de conseguir un par de zapatos. Hay tantos estilos peculiares y modernos que es difícil encontrar un par que sea apropiado para un hijo de Dios. Si comprara uno de ésos, me temo que no me sería posible pararme para ministrar a los hijos del Señor. ¡Ay, las cosas mundanas que venden esas tiendas! Si toda la gente mundana se convirtiera y se acordara de que son hijos del Señor y que han sido apartados del mundo, todas las tiendas de departamentos se verían obligadas a cerrar. No habría clientes para ellos. Es lamentable que la mayoría de la gente no se haya convertido, pero lo más triste es que aquellos que ya han sido convertidos por el Señor todavía no se han apartado del mundo. Por lo menos, nosotros que hemos sido convertidos por el Señor debemos recordar que somos aquellos a quienes el Señor ha apartado del mundo. Este también es uno de los principios que nos debe gobernar. No diga que esto es demasiado estricto. Debemos ser así de estrictos.
El tercer principio menor es que el Señor es santo; así que, nosotros también debemos ser santos. El Señor es diferente y está separado de toda otra cosa; así que nosotros también debemos ser santificados y apartados de toda otra cosa. Debemos ser santos en todas las cosas, tal como El es santo.
Estos tres principios menores constituyen uno de los mayores principios gobernantes, y son lo que regula una vida santa. ¿Cuáles son? En primer lugar, recuerde que usted es un hijo del Señor; en segundo lugar, recuerde que ha sido apartado del mundo; en tercer lugar, recuerde que su Dios es un Dios santo y que usted debe ser tan santo como El. Estos tres reglamentos deben gobernar todo en nuestra vida.
En conclusión, la presencia del Señor es la guía para nosotros como grupo. Por la presencia del Señor sabemos si debemos irnos o quedarnos. No debemos ser guiados por nada más que Su presencia. Este es el primer principio gobernante. Luego, si hay algún problema entre nosotros, no necesitamos buscar la solución en forma externa. Tenemos la corte del sacerdocio. Por la comunión entre nosotros y el Señor bajo la unción del Espíritu Santo y por medio de estudiar en amor a todos los hermanos y hermanas a la luz de la Palabra, podemos obtener el juicio necesario, la decisión adecuada. Este es el segundo principio gobernante. Con respecto a nuestra vida y actividad diaria, nos debe gobernar la consciencia de que somos hijos del Señor, que hemos sido apartados del mundo, y que debemos ser santos como el Señor es santo. Este es el tercer principio gobernante. Si somos regidos por estos principios, estaremos preparados y capacitados para seguir adelante a poseer la buena tierra, y estaremos capacitados para entrar en el Cristo todo-inclusivo.
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