Información del libro

Mensajes para creyentes nuevos: Si alguno peca #6por Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-0129-9
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea

    Por favor, utilice Firefox o Safari
Actualmente disponible en: Capítulo 7 de 1 Sección 3 de 3

IV. LA NECESIDAD DE CONFESAR

Estudiamos ya el aspecto de la obra redentora del Señor, la cual elimina nuestros pecados. Pero, ¿qué debemos hacer nosotros?

En 1 Juan 1:9 dice: “Si confesamos nuestros pecados, El es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia”. En este versículo, la expresión si confesamos se refiere a los creyentes, no a los pecadores. Cuando un hijo de Dios peca, debe confesar sus pecados, porque si no lo hace, no podrá ser perdonado. No debemos encubrir el pecado. En Proverbios 28:13 dice: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia”. Cuando un creyente peca, debe confesar su pecado. No le cambiemos el nombre al pecado, ni nos justifiquemos. Mentir es un pecado. Así que cuando mintamos, debemos confesar que hemos pecado. No debemos decir a manera de pretexto: “Exageré un poco en lo que dije”. Lo correcto es confesar: “He pecado”. No demos explicaciones tratando de encubrir el pecado; sencillamente confesemos que hemos mentido. La mentira es pecado y debemos condenarla.

Confesar es mantenerse del lado de Dios y condenar al pecado como tal. Tenemos aquí tres entes: Dios, nosotros y los pecados. Dios está en un extremo, los pecados en el otro y nosotros en el centro. ¿Qué significa cometer un pecado? Es estar del lado del pecado, y lejos de Dios. No podemos estar en la presencia de Dios si nos unimos a nuestros pecados. Cuando Adán pecó, inmediatamente se escondió tratando de evitar a Dios (Gn. 3:8). En Colosenses 1:21 dice: “Y a vosotros también, aunque erais en otro tiempo extraños y enemigos en vuestra mente por vuestras malas obras”. El pecado ocasiona que Dios nos vea como extraños. ¿Qué significa confesar nuestros pecados? Significa que regresamos a Dios y reconocemos que pecamos. Sólo aquellos que andan en la luz y tienen un profundo sentimiento de repulsión por el pecado, confiesan genuinamente sus faltas. Los que se han endurecido y piensan que pecar es normal, no confiesan de corazón. Los creyentes somos hijos de luz (Ef. 5:8) e hijos de Dios (1 Jn. 3:1). Ya no somos extranjeros, sino miembros de la familia de Dios; por consiguiente, debemos conducirnos con dignidad. Somos hijos de Dios y debemos reconocer el pecado. Si pecamos, debemos admitir nuestra culpa. En la casa de Dios hay confesión cuando los hijos condenan el pecado como lo hace el Padre. Así como el Padre rechaza y repudia el pecado, nosotros también debemos hacerlo.

Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda injusticia. Si después de pecar admitimos que lo hicimos y lo confesamos, Dios nos perdona y nos limpia de toda injusticia, porque El es fiel, lo cual significa que honra y cumple Sus propias palabras y promesas. El también es justo; por tanto, tiene que aceptar la obra redentora de Su Hijo. Debido a Su promesa y a Su redención El tiene que perdonarnos. El es fiel y justo; por tanto, debe perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda injusticia.

Necesitamos prestar atención a las palabras todo y toda en 1 Juan 1:7 y 9. El Señor nos perdonó y nos limpió de “todo pecado” y de “toda injusticia”, lo cual indica que no solamente perdonó los pecados que cometimos en el pasado, antes de creer, sino la totalidad de ellos.

V. UN ABOGADO ANTE EL PADRE

En 1 Juan 2:1 dice: “Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis”. Estas cosas se refieren al perdón y a la limpieza de nuestros pecados por medio de las promesas y la obra de Dios. Juan escribió estas cosas para que no pequemos. Esto muestra que el Señor perdonó todos nuestros pecados, y como resultado, ya no pecamos. El perdonó nuestros pecados para que dejásemos de pecar, no para que siguiésemos pecando.

Después de esto dice: “Y si alguno peca, tenemos ante el Padre un Abogado, a Jesucristo el Justo”. La expresión “ante el Padre” nos muestra que éste es un asunto familiar. Cuando creemos y somos salvos, llegamos a ser hijos de Dios; así que ahora tenemos un Abogado ante el Padre, a Jesucristo el Justo. “El mismo es la propiciación por nuestros pecados”. La muerte del Señor Jesús como propiciación por nuestros pecados, lo hace nuestro Abogado ante el Padre. Estas palabras fueron dirigidas a los creyentes.

La propiciación que mencionamos aquí es la realidad del tipo de las cenizas de la vaca alazana descrito en Números 19. Por la obra que el Señor efectuó en la cruz, recibimos perdón por los pecados que cometeremos en el futuro. La obra de la cruz se efectuó una sola vez y es suficiente. No necesitamos otra cruz. Nuestros pecados fueron perdonados debido a la redención eterna realizada en la cruz. Tal sacrificio no fue común. Fue un sacrificio cuya eficacia está vigente en todo momento. Aquellas cenizas se podían utilizar todo el tiempo. Basándonos en la sangre del Señor Jesús, podemos acudir a El como nuestro Abogado. El efectuó la redención en la cruz, y sobre esa obra consumada, podemos ser limpios de todo pecado. Si pecamos involuntariamente, no debemos desanimarnos ni permanecer en el pecado; simplemente confesemos que pecamos. Si Dios dice que lo que hicimos está mal y es pecado, debemos admitirlo y pedirle que nos perdone. Cuando hacemos esto, Dios nos perdona, y nuestra comunión con El se restaura inmediatamente.

A los ojos de Dios, ningún creyente debería pecar. Pero si alguno peca inconscientemente, debe, delante de Dios, resolver el asunto de inmediato. No nos demoremos. Debemos confesarle a Dios: “¡Señor, he pecado!” Nuestra confesión es la sentencia que dictamos sobre nosotros mismos. Si confesamos nuestros pecados, Dios es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda injusticia.

Cuando un hijo de Dios peca y no confiesa su pecado, pierde su comunión con Dios e interrumpe la relación íntima que había entre él y Dios. Si nuestra conciencia no nos reprende, no podemos estar en la presencia de Dios. Y aunque posiblemente todavía tengamos una leve comunicación con El, ésta no es agradable y nos aflige. Cuando un niño que ha cometido una travesura, llega a casa y ve que su padre no le habla, advierte que algo no anda bien. Sabe que se ha levantado una barrera entre él y su padre porque la comunión íntima que tenían se ha interrumpido. Perder la comunión nos causa dolor.

Esta comunión sólo se puede restaurar de cuando confesamos nuestros pecados. Tenemos que creer que el Señor Jesucristo es nuestro Abogado y que llevó en Sí mismo todos nuestros pecados. Tenemos que humillarnos y confesar nuestros fracasos y faltas delante de Dios. Debemos buscarlo para poder emprender de nuevo este peregrinaje. No seamos orgullosos ni negligentes, ni pensemos que somos mejores que los demás. Debemos darnos cuenta de que podemos caer en cualquier momento. Pidamos a Dios que nos conceda Su misericordia y nos fortalezca para seguir adelante. Cuando confesamos nuestros pecados, la comunión con Dios se restaura de inmediato, y recobramos el gozo y la paz que habíamos perdido.

Para finalizar, debemos recalcar una vez más que los cristianos no debemos pecar. El pecado nos perjudica y nos hace sufrir. Que Dios tenga misericordia de nosotros y nos guarde, nos preserve y nos guíe en el camino de una perpetua comunión con El.


Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.

Back to Top