Predicar el evangelio en el principio de la vidapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-3771-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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He observado que la actitud de los policías en este país es bastante buena. Anteriormente estuve en este país al menos en dos ocasiones, y ahora llevo aquí más de tres años, y nunca he visto un policía de este país que no fuese humilde, cortés, manso y amable. Sin embargo, junto con la amabilidad está la autoridad. Debemos, por tanto, ejercer la autoridad del Señor para someter a los demonios, no a las personas. En lugar de ejercer autoridad sobre las personas, debemos ejercitar amor, humildad, bondad y amabilidad al relacionarnos con ellas. En nuestro corazón y en nuestra comprensión debemos decir: “Estoy aquí con autoridad”, pero con respecto a nuestra actitud con las personas, debemos ser muy amables. No debemos decirles: “Yo soy alguien que ha sido enviado de la Jerusalén celestial”. No está bien decir esto. Cuanto más humildes, amables y bondadosos seamos, mejor.
Con el diablo y los demonios no debemos ser amables, sino autoritativos; pero con las personas debemos ser bondadosos. Si somos demasiado autoritativos con las personas, seremos usados por el enemigo. Debemos conocer los dardos sutiles del enemigo, y debemos aprender cómo afrontar la situación. Debemos ser autoritativos con el enemigo, pero amables con la gente.
Romanos 10:6-8 dice: “Pero la justicia que procede de la fe habla así: ‘No digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo?’ (esto es, para traer abajo a Cristo); o, ‘¿quién descenderá al abismo?’ (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos). Mas ¿qué dice? ‘Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón’. Ésta es la palabra de la fe que proclamamos”. Los versículos del 6 al 7 hablan de Cristo, pero en el versículo 8 el sujeto cambia a “la palabra”. La palabra que predicamos es la palabra que está en la boca del predicador; no obstante, aquí se nos dice que la palabra que predicamos está en la boca del oyente, y no sólo en su boca, sino también en su corazón. ¿Cuál es esta palabra? ¿Será simplemente una doctrina? Es preciso que comprendamos que la palabra que se menciona aquí es el Espíritu mismo. Si comparamos este versículo con Juan 6:63, podemos ver que las palabras que el Señor nos habla son espíritu y vida. Si las palabras habladas por el Señor no fueran espíritu, ¿de qué otra forma podrían entrar en el corazón de los oyentes? Ésta es la razón por la cual, mientras estamos predicando la palabra de una manera viviente, esta palabra viva llega a ser el Espíritu en los corazones de los oyentes. Nunca debemos separar las palabras del Señor del Espíritu. El Espíritu y la palabra son siempre dos en uno. Mientras predicamos la palabra, el Espíritu Santo se mezclará con la palabra. Luego, cuando la palabra llegue a los corazones de los oyentes, se convertirá en el Espíritu viviente. Si leemos repetidas veces estos versículos de Romanos 10, comprenderemos que la palabra mencionada en el versículo 8 no es una doctrina sino algo viviente. En los versículos anteriores se refiere a Cristo, pero de repente en este versículo el sujeto cambia de Cristo a la palabra.
Por consiguiente, cuando vayamos a predicar el evangelio, es bueno que enseñemos un poco, pero no demasiado. No debemos sentir que vamos a enseñarles a las personas; en vez de ello, debemos tener la certeza de que el Señor está con nosotros, y que Su Espíritu viviente está mezclado con nuestra palabra. Así pues, cuando hablemos, debemos tener la fe viva de que nuestra palabra está llena del Espíritu. Por esta razón, tenemos que aprender a no hablar conforme a las enseñanzas de la religión, sino que debemos aprender a hablar algo acerca del Cristo vivo. No estamos ministrando sólo doctrinas religiosas, sino ministrando al Cristo vivo a las personas. Por supuesto, no es necesario que les digamos a las personas que estamos haciendo esto, pero debemos hacerlo de la manera apropiada, aprendiendo a hablar de la manera adecuada. Sin importar de qué manera tengamos contacto con las personas, nuestra meta, nuestro objetivo, debe ser ministrarles a Cristo y ayudarlas a comprender que lo que ellas necesitan es a Cristo mismo, quien es el Viviente.
Según Romanos 10:6-8 mientras predicamos a Cristo, nuestra predicación se convertirá en el Espíritu viviente. Debemos decirles a las personas que Cristo hoy en día es todo-inclusivo. Dios está en Él, y el hombre también está en Él. No tengan temor que las personas no vayan a entender esto. A veces ellas pueden entender esto mucho mejor que nosotros. Hace poco algunos hermanos salieron a predicar el evangelio, y les hablaron a las personas acerca del Cuerpo de Cristo, de la economía de Dios, y del espíritu, el alma y el cuerpo. Aquellos con quienes hablaron pudieron recibirlo. Éste es nuestro evangelio. Debemos tener la certeza de que estamos ministrando a Cristo a las personas, y que este Cristo a quien ministramos es una persona todo-inclusiva. No sólo Él es el Salvador y Redentor, sino también la Cabeza, el Señor y Aquel que está en el trono con gloria y autoridad.
Debemos hablarles a las personas acerca de Cristo de una manera viviente. No debemos predicar un evangelio viejo. Si predicamos a un Cristo vivo, el Espíritu Santo respaldará nuestra predicación, y la palabra que hablemos a las personas se convertirá en Espíritu y vida. Nuestras palabras se convertirán en la palabra que está en su corazón y en su boca. Entonces podremos mostrarles que Cristo está ahora en su corazón y en su boca, porque hoy en día Cristo está en el Espíritu y es el Espíritu mismo. Podemos darles el ejemplo de la electricidad y de las ondas radiales. Cuando la palabra es hablada en la estación radial, ésta se convierte en ondas radiales que transmiten la palabra a todos los rincones de la tierra. En este sentido llega a ser la palabra viva. Podemos decirles a las personas: “Ahora le estoy hablando en el Espíritu, y el Espíritu es como la electricidad. Puesto que las palabras que le hablo se hallan en el Espíritu, también están en usted, en su corazón, como el Espíritu viviente, quien también es Cristo. Todo lo que necesita hacer es creer en Él y decirle: ‘Señor Jesús’. Si usted abre su boca para invocar a Jesús el Señor, eso significa que usted es salvo”. Entonces podemos leerles 1 Corintios 12:3, que dice: “Por tanto, os hago saber que nadie que hable en el Espíritu de Dios dice: Jesús es anatema; y nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo”. Si alguien dice: “¡Oh Señor Jesús!”, eso significa que el Espíritu Santo se está moviendo dentro de él.
No es necesario que salgamos a enseñar a las personas. Simplemente debemos ir de esta manera a hacer de las personas verdaderos cristianos. Podemos hacerlo muy rápidamente. En tan solo un minuto una persona puede convertirse al Señor. Podemos decir: “Estoy hablándole por Cristo y en Cristo. Ahora Cristo está en usted. ¿Puede decir: ‘Señor Jesús’?”. Si ella hace esto, habrá sido salva. Ello dependerá de la fe que ejercitemos. Si nos acercamos a hablar con una persona y ejercitamos nuestra fe hasta este grado, el Espíritu Santo nos respaldará. Entonces veremos una verdadera conversión, un verdadero cambio en la vida de dicha persona. Algo muy real estará moviéndose en ella. Éste será el comienzo de la obra que realiza el Espíritu Santo. Ella amará al Señor, amará las Escrituras, le encantará tener contacto con verdaderos cristianos y también le gustará mucho venir a las reuniones. Ésta será la prueba de que ha sido salva. No tiene ninguna importancia que ella no sepa mucha doctrina. En lugar de ello, debemos ayudarla de una manera viva.
Además, debemos hacer lo posible por no discutir con las personas, diciendo: “Señor, ¿cree usted que Dios existe?”. Esto abrirá la puerta al enemigo para que provoque discusiones. Abrirá la puerta de discusiones y cerrará la puerta de la fe. El hecho ya está establecido, así que no hay necesidad de discutir al respecto. Dios existe, no hay ninguna duda al respecto. Ya sea que alguien reconozca o no que hay un Dios, todos creen en lo profundo de su ser que Dios existe. Por consiguiente, debemos simplemente hablar algo de Cristo de una manera viva. Sólo unas cuantas palabras serán suficientes. Entonces la persona con quien hablamos podrá orar, diciendo: “Oh Señor Jesús”. Con eso bastará. Una vez que alguien invoque a Jesús el Señor, será salvo. Simplemente debemos decirles a las personas que lo invoquen, llamándolo el Señor.
También debemos ayudar a las personas a comprender que Cristo está en todas partes. Cristo es omnipresente, porque Él está en el Espíritu y porque hoy en día Él mismo es el Espíritu. Él es como la electricidad y como el aire. Dondequiera que estemos, allí también están la electricidad y el aire. La manera de recibirlo a Él es simplemente decir: “Señor Jesús”. Cada vez que alguien abre su boca para decir: “Señor Jesús”, nosotros decimos: “¡Aleluya! ¡Alabado sea el Señor! He aquí un alma que ha sido ganada por medio de mí”.
Como segundo paso, debemos decirle a esta persona que todos somos seres pecaminosos y que tenemos que confesar nuestros pecados. Entonces ella dirá: “Señor Jesús, soy pecaminoso”, y podremos ayudarla a ver que todos sus pecados fueron puestos en Jesús cuando Él fue crucificado. Podemos ministrarle el evangelio de esta manera. Muchas veces tenemos que ministrarle el evangelio a alguien después de que ha invocado al Señor Jesús. Esto puede compararse al hecho de traer a alguien a los Estados Unidos y después mostrarle las cosas de este país. No necesitamos contarle de las cosas de los Estados Unidos mientras aún está en el exterior. Más bien, podemos traerlo a los Estados Unidos y decirle: “Mire, aquí está la ciudad de Los Ángeles; usted está aquí”. Debemos introducirlo en Cristo, y luego hablarle de las cosas que están en Cristo. Hermanos, vayan y hagan esto. Éstos son algunos secretos útiles para predicar el evangelio.
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