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Lecciones acerca de la oraciónpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-1502-9
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 20 Sección 1 de 4

CAPÍTULO CINCO

EL ESPÍRITU DE ORACIÓN

Lectura bíblica:

Juan 4:24: “Dios es espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”.

Judas 20: “Orando en el Espíritu Santo”.

Efesios 6:18: “Orando [...] en el espíritu”.

Romanos 8:26: “El Espíritu mismo intercede por nosotros”.

I. LA ORACIÓN DEBE SER EN EL ESPÍRITU

Sabemos que la existencia y operación del universo y de todo lo que hay en él son gobernados por leyes. Si deseamos hacer alguna cosa eficazmente, debemos guardar las leyes particulares que la rigen. Con respecto a la oración, existe una ley inmutable: la oración debe ser en el espíritu, porque al orar oramos a Dios, y Dios es Espíritu. Si oramos en la mente, en la parte emotiva o en la voluntad, pero no en el espíritu, no podremos contactar a Dios ni introducirnos en Él por medio de la oración, porque dichas facultades no pueden llevarnos a Él. A fin de contactar a Dios y orar hasta introducirnos en Él, tenemos que orar en el espíritu. Cuando el Espíritu Santo expresa oraciones en nuestro espíritu y junto con nuestro espíritu, nosotros podemos tocar a Dios.

Incluso un pecador que se arrepiente y ora al Señor después de oír el evangelio debe orar desde su espíritu a fin de tocar a Dios y ser salvo. Hasta que esto suceda, él no estará regenerado, y su espíritu aún no estará vivificado; pero cuando el Espíritu Santo lo conmueve, ilumina su conciencia y causa que él se arrepienta, él orará a partir de su conciencia alumbrada. Ya que la conciencia constituye la parte principal del espíritu, la oración que se origina en la conciencia es una oración que se origina en el espíritu. Cuando una persona es iluminada por Dios y conmovida por el Espíritu Santo, su conciencia queda convicta de pecado. La súplica que brota de esa conciencia que siente condenación es, sin duda alguna, una oración en el espíritu. Por tanto, tal oración puede contactar a Dios y producir una confirmación en nuestro interior. Sin embargo, hay personas que oran cuando oyen el evangelio, pero sin efecto aparente. Ellas han escuchado cierta doctrina, han recibido ciertas instrucciones mentalmente y han hecho una confesión ante Dios según sus pensamientos, pero su conciencia permaneció sin ser tocada. Tal oración no puede tocar a Dios.

Somos hijos regenerados de Dios, en quienes mora el Espíritu Santo y, por ende, nuestras oraciones deben ser hechas en el espíritu para tocar a Dios y para recibir respuestas de Él. Éste es el primer punto que debemos tener bien claro.

II. LA ORACIÓN REQUIERE
EL EJERCICIO DEL ESPÍRITU

Puesto que la oración debe ser hecha en el espíritu, se requiere el ejercicio del espíritu. Una persona que nunca ejercita su espíritu no sabe cómo orar. Por ejemplo, un corredor debe ejercitar sus piernas para correr, y un boxeador se ejercita para concentrar toda su fuerza en sus puños. Las personas que aprenden un idioma deben adiestrar su lengua para hablar ese idioma. Aprender a hablar el mandarín es difícil, debido a los sonidos que requieren enrollar la lengua. Esto es difícil no solamente para los extranjeros, sino también para las personas de las regiones meridionales de China. Por consiguiente, en todo lo que hagamos necesitamos adiestrar la facultad correspondiente.

De igual manera, si deseamos orar, debemos ejercitar nuestro espíritu. Si una persona no puede orar bien o no está dispuesta a orar, debe ser porque su facultad de oración carece de ejercicio. Siempre que un órgano carezca de ejercicio, deja de funcionar correctamente. Los médicos dicen que si cubrimos nuestros ojos y permanecen sin luz por tres años, cuando les quiten la cubierta, no podremos ver nada. Aunque el resto del cuerpo esté fuerte, los ojos habrán perdido su función después de un período tan largo sin haberse ejercitado. En una ocasión, una enfermedad me forzó a reposar en cama por seis meses seguidos. Después de recuperarme, me levanté de la cama y, para mi sorpresa, caí al suelo. No podía estar de pie ni caminar. Entonces me di cuenta que debido a que no había usado mis piernas ni mis pies por seis meses, éstos habían perdido la capacidad de estar de pie. Por tanto, tuve que aprender a ponerme de pie, y entonces, después de un período largo de ejercicio, pude caminar otra vez. Aunque tengan piernas y pies, que son los miembros correspondientes para caminar, éstos se vuelven inútiles a menos que sean ejercitados. Igualmente, el espíritu es el órgano adecuado para orar. Para orar necesitamos ejercitar el espíritu. Nunca consideremos que porque tenemos un espíritu, de seguro podremos orar apropiadamente. De hecho, a menos que nuestro espíritu haya sido ejercitado, no podremos orar y no nos gustará orar. Cuanto menos practicamos algo, menos nos gusta hacerlo y menos somos capaces de hacerlo.

Así que, si una persona no ora regularmente y le piden que ore, será muy difícil para él. Esto no se debe a que tenga una disposición perezosa; más bien, se debe a que su espíritu es perezoso. Las personas que no pueden caminar bien sufren mucho si se les obliga a caminar. Por otra parte, las personas que gustan de caminar, aceptarán con entusiasmo una invitación a caminar a cualquier parte. Esto es así porque sus piernas son muy fuertes y ágiles debido al ejercicio. Algunos hermanos y hermanas tienen un espíritu de oración muy fuerte y ágil. Antes de acabar de mencionar un asunto, esa persona ya habrá comenzado a orar en su espíritu. Pero otras personas tienen un espíritu de oración muy perezoso, porque no utilizan su espíritu con regularidad. Algunos otros tienen una voluntad muy fuerte, de modo que cuando se enfrentan a algo, no es su espíritu el que se manifiesta primero, sino su voluntad. Otras personas son muy emotivas, de modo que cuando sucede algo, sus emociones toman la iniciativa. Otras personas son sensatas y muy rápidas para pensar; así que su mente toma la delantera en cualquier situación. Pero todas las personas que aprenden cómo orar deben ejercitarse y dejar que su espíritu sea el que domine en toda situación, y no deben permitir que su mente, voluntad o parte emotiva tomen la iniciativa. Necesitamos adiestrarnos para que siempre que nos enfrentemos a un problema podamos ejercitar nuestro espíritu inmediatamente.

Algunas personas han escuchado la enseñanza acerca del ejercicio del espíritu, pero como en realidad no lo practican mucho, su espíritu sigue siendo débil. A dichas personas les es muy difícil ejercitar su espíritu en oración. Tal y como cuando me quedé acostado en cama por seis meses y mis piernas se volvieron las partes más débiles de todo mi ser, cuando uno no ejercita su espíritu, éste se vuelve la parte más débil de todo nuestro ser. Mi peso aumentó, y mi recuento sanguíneo mejoró, pero debido a la falta de ejercicio, la capacidad de mis piernas para caminar disminuyó. Debido a la falta de ejercicio muchos de los espíritus de los hermanos y hermanas se han vuelto extremadamente débiles y apagados, de modo que incluso cuando se les anima a orar, su espíritu no puede ser reanimado. Por tanto, no sólo necesitamos ejercitar nuestro espíritu a la hora de la oración, sino que siempre que suceda algo en nuestra vida diaria, debemos regresar a nuestro espíritu, ejercitar nuestro espíritu en cuanto a tal asunto, y después seguir el sentir de nuestro espíritu para discernir la situación. En ese momento, el espíritu debe tomar la delantera y las demás facultades del alma deben esperarse.

Otras personas tienen pensamientos tan claros y profundos, que siempre que se enfrentan a una situación, el primer órgano que utilizan es su mente, y así consideran el asunto una y otra vez. Esto no quiere decir que sea incorrecto utilizar la mente. Lo que queremos decir es que en principio es incorrecto para un cristiano ejercitar la mente primero y después el espíritu, o incluso ejercitar solamente la mente y no el espíritu. Para un cristiano, el principio a seguir al ocuparse de cualquier asunto es primero percibir el asunto mediante el ejercicio del espíritu y después considerarlo con la mente. La mente debe ser un esclavo, un instrumento, del espíritu. No debemos permitir que la mente asuma el control; más bien, debemos permitir que nuestro espíritu tome la delantera para tocar cualquier asunto. Por ejemplo, un hermano puede venir a verle y hablar con usted. La actitud de usted debería ser la de usar su espíritu primero para contactar y percibir la situación del hermano; luego usar la mente para captar el sentir de su espíritu. Muchas personas, cuando conocen a alguien o escuchan algo, ejercitan inmediatamente su mente para pensar y reflexionar. Esto es invertir el orden. Cuando contactamos a las personas o nos ocupamos de algún asunto, es especialmente importante que primero ejercitemos nuestro espíritu y después nuestra mente.

El principio es el mismo en cuanto a la voluntad. Nunca utilicen su voluntad para tomar una decisión referente a algún asunto, ni ignoren el sentir de su espíritu. Primero deben percibirlo con su espíritu, y después permitir que su voluntad sirva como un instrumento del espíritu para tomar la decisión por ustedes. Al tomar cualquier decisión, debemos someter nuestra voluntad totalmente al control del espíritu.

Esto también se aplica a la parte emotiva. Las hermanas generalmente son muy emotivas. Muchas veces el espíritu de una hermana no es muy fuerte porque ha estado sometido a su parte emotiva. La parte emotiva incluye muchos aspectos, tales como las preferencias humanas, el odio, el miedo, el valor, etc. Nunca consideremos que todas las hermanas sean tímidas. Las hermanas son muchas veces más valientes que los hermanos, porque están más en su parte emotiva. Cuando las hermanas se proponen algo, son tan valientes que no le temen ni al cielo ni a la tierra. Pero en ocasiones, cuando tienen temor de algo, le temen hasta el punto que no les importa la lógica ni ninguna otra cosa. Todo esto está relacionado con la parte emotiva. Por tanto, si deseamos aprender a ser cristianos apropiados, en cada situación primero debemos volvernos a nuestro espíritu y percibir cómo se siente nuestro espíritu acerca de ese asunto en particular. Debemos aplicar este principio en nuestra vida diaria, lo cual incluye nuestras acciones, nuestra actitud hacia otras personas, nuestra ayuda a los demás e incluso nuestro servicio en la iglesia. No debemos decir: “Esto está bien, ¿por qué no lo hacemos?”. No es un asunto del bien o del mal, sino de lo que nuestro espíritu diga. No importa qué tan bueno parezca ser algo, si nuestro espíritu no aprueba tal acción, no debemos hacerlo. Siempre debemos permitir que nuestro espíritu tome la delantera en todas las cosas.

Consideremos una explicación adicional. Cuando alguien le presente a usted cierto asunto, no debe dejar que su preferencia o sus temores tomen la delantera. No debe aprobar el asunto simplemente porque le gusta, ni rechazarlo porque lo asusta, o ponerlo a un lado porque le fastidia. En vez de ello, primero usted debe usar su espíritu para abordar dicho asunto y permitir que su espíritu tome la delantera, superando así el gusto y la aprobación, el miedo y el desagrado, e incluso la mente y la voluntad de su alma. Siempre ejercite primero su espíritu frente a todo lo que se le presente. Para ser cristianos apropiados, necesitamos tener un espíritu fuerte. Necesitamos ejercitar nuestro espíritu en todas las cosas. Puede ser que no me agrade cierta persona, pero si ella viene a verme hoy, sin excepción debo tocar el sentir de mi espíritu. No debo reaccionar según mi preferencia ni mis aversiones personales, sino según mi espíritu.

Creo, hermanos y hermanas, que ya tienen claro este asunto. Espero que de ahora en adelante lo pongan en práctica, de modo que su espíritu llegue a ser la parte más fuerte de todo su ser. Una vez vi a un niño que aprendía a tocar el piano, invirtiendo muchas horas de práctica. Él practicaba continuamente hasta que sus manos llegaron a ser las partes más diestras de su cuerpo, y llegó a tocar muy bien el piano. La parte más fuerte de un cristiano debe ser su espíritu. Cuando nuestro espíritu es fuerte y viviente, podemos orar bien. Sin embargo, meramente conocer esta enseñanza es inútil; es imprescindible que la pongamos en práctica fielmente.


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