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Visión del edificio de Dios, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6775-2
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CAPÍTULO QUINCE

DONES Y FUNCIONES
NECESARIOS PARA EL EDIFICIO

CRISTO NOS ES VIDA CON MIRAS A PRODUCIR
EL EDIFICIO DE DIOS

Los cuatro Evangelios, especialmente el Evangelio de Juan, revelan el propósito por el cual Cristo vino a la tierra. Él vino a fin de que nosotros podamos experimentar la realidad del edificio de Dios. Hemos visto en muchos pasajes cómo Cristo está relacionado con el edificio de Dios. Toda la obra de Cristo tenía como propósito ser vida para nosotros a fin de que el tabernáculo de Dios sea agrandado. La manera en que Cristo agranda el tabernáculo de Dios es impartirse en nosotros como vida. La mayoría de los cristianos captan que Cristo vino para que tengamos vida en abundancia, pero pocos saben el propósito por el cual Él llegó a ser nuestra vida. El propósito es que tengamos vida en abundancia por causa del edificio de Dios. La impartición de vida por parte de Cristo no es la meta, sino el proceso. La meta es el edificio de Dios.

Al final de las Escrituras, vemos una ciudad edificada con Cristo, su propio centro. De Cristo fluye un río de vida, y en ese fluir de vida se halla el árbol de la vida. Este río y este árbol ministran vida a todos los que forman parte de esta ciudad, el edificio consumado de Dios. Este cuadro claramente revela que el propósito por el cual Cristo es vida para nosotros es que sea edificada una ciudad a partir de esta vida y con esta vida. Debemos entender que incluso hoy en día el propósito por el cual Cristo es nuestra vida es el edificio de Dios.

Cuando Cristo estuvo en la tierra, Él mismo era el tabernáculo, el edificio de Dios. Él era la morada que le permitía a Dios expresarse a Sí mismo. Pero este tabernáculo tiene que ser agrandado, y se agranda a medida que nosotros experimentamos a Cristo como nuestra vida. A medida que disfrutamos a Cristo como nuestra vida, somos trasladados de Adán a Cristo; somos transformados del carácter y naturaleza de Adán al carácter y naturaleza de Cristo. De este modo, llegamos a ser el tabernáculo agrandado, la ciudad santa, la Nueva Jerusalén. Cristo vino a ser nuestra vida específicamente con el propósito de que Él —la morada de Dios— pudiera ser agrandado. Él es el único grano, a partir del cual muchos granos son producidos. Él es la única vid, de la cual proceden los muchos pámpanos que son el agrandamiento de la vid.

El Evangelio de Juan presenta a Cristo mismo como el tabernáculo, mientras que el libro de Apocalipsis revela la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, como el tabernáculo. Éstos no son dos tabernáculos, sino uno solo en dos etapas. La primera etapa es Cristo como un solo individuo, mientras que la última etapa es Cristo agrandado en millones de Sus creyentes. Éste es el Cristo corporativo. Así pues, hemos abarcado los cuatro Evangelios y el ministerio del apóstol Juan.

TODOS LOS DONES Y FUNCIONES
SON NECESARIOS PARA EL EDIFICIO DE DIOS

Conforme al orden presentado en el Nuevo Testamento, primero Cristo vino a ser vida para nosotros. Después de Él, tenemos los apóstoles, las personas dotadas, que poseen ciertas clases de ministerios. Después de ellos, vienen todos los cristianos, que ejercen diferentes funciones y sirven como miembros del Cuerpo. Así que, la consecuencia, o resultado, de que Cristo sea vida para los creyentes es que se produzcan las personas dotadas con sus ministerios, y como resultado de sus ministerios se producen los miembros, los cristianos, quienes ejercen sus diferentes funciones y sirven. El propósito de que Cristo sea vida es la edificación, el propósito del ministerio de las personas dotadas es la edificación y el propósito de las funciones que ejercen todos los miembros también es la edificación. Así pues, todo tiene como único propósito que el Cuerpo de Cristo sea producido, preparado y edificado.

Efesios 2:20-22 dice que nosotros somos “edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la piedra del ángulo Cristo Jesús mismo, en quien todo el edificio, bien acoplado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu”. Luego, Efesios 4:11-16 continúa diciendo: “Él mismo dio a unos como apóstoles, a otros como profetas, a otros como evangelistas, a otros como pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y zarandeados por todo viento de enseñanza en las artimañas de los hombres en astucia, con miras a un sistema de error, sino que asidos a la verdad en amor, crezcamos en todo en Aquel que es la Cabeza, Cristo, de quien todo el Cuerpo, bien unido y entrelazado por todas las coyunturas del rico suministro y por la función de cada miembro en su medida, causa el crecimiento del Cuerpo para la edificación de sí mismo en amor”.

En 1 Corintios 14:12 leemos: “Así también vosotros: puesto que estáis ávidos de espíritus, procurad sobresalir en la edificación de la iglesia”. Los dones son necesarios para la edificación de la iglesia. Romanos 12:4-10 dice: “De la manera que en un cuerpo tenemos muchos miembros, pero no todos los miembros tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo Cuerpo en Cristo y miembros cada uno en particular, los unos de los otros. Y teniendo dones que difieren según la gracia que nos es dada, si el de profecía, profeticemos conforme a la proporción de la fe; o si de servicio, seamos fieles en servir; o el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que da, con sencillez; el que toma la delantera, con diligencia; el que hace misericordia, con alegría. El amor sea sin hipocresía. Aborreced lo malo, adheríos a lo bueno. Amaos entrañablemente los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a conferir honra, adelantándoos los unos a los otros”.


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