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Obra de edificación que Dios realizapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7020-2
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Actualmente disponible en: Capítulo 8 de 59 Sección 1 de 4

EL EDIFICIO DE DIOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
—EL TABERNÁCULO Y EL TEMPLO—
TENÍA COMO SU CENTRO
LA MEZCLA DE DIOS CON EL HOMBRE

Debemos pedirle al Señor que nos ilumine a fin de poder ver que el edificio, la casa, que Dios desea obtener en el universo no es en absoluto una casa física, sino un edificio espiritual producto de la mezcla de Dios con el hombre. Es cierto que el Antiguo Testamento dice que Dios moró en el tabernáculo y luego en el templo, pero aquello sólo era un símbolo de la unión de Dios con los hijos de Israel. En Isaías Dios claramente dijo que el cielo es Su trono y la tierra el estrado de Sus pies, y que la casa que los hijos de Israel le habían edificado no era el lugar de Su reposo (66:1). Su deseo era estar con Su pueblo y morar entre ellos, tomándolos como Su morada. Por lo tanto, estrictamente hablando, Dios no moró en el tabernáculo material ni en el templo material, sino entre los hijos de Israel, quienes eran Su morada. Dios se unió a los hijos de Israel y llegó a ser una sola entidad con ellos, y esta entidad única y singular era una casa espiritual en la cual moraban Dios y las personas piadosas de Israel.

Si ustedes reflexionan el cuadro del tabernáculo, se percatarán de cuán significativo era el tabernáculo. Cuando los hijos de Israel estuvieron en el desierto, las doce tribus acampaban alrededor del tabernáculo, y dentro del tabernáculo estaba la gloria de Dios. Cuando la nube se alzaba y la gloria de Dios empezaba a retirarse, ellos sabían que Dios estaba moviéndose, por lo cual las doce tribus emprendían la marcha e iban detrás. Cuando la gloria de Dios descendía sobre algún lugar, ellos sabían que Dios se había establecido allí, por lo que ellos también se establecían allí y detenían su viaje. El mover de ellos dependía enteramente del mover de Dios en el tabernáculo. Más aún, el tabernáculo se convirtió en el lugar donde Dios se reunía con Su pueblo. Dios hablaba con Su pueblo desde el tabernáculo. Estos cuadros nos muestran que Dios moraba entre los hijos de Israel por medio del tabernáculo. El tabernáculo era la casa de Dios, en la cual Dios moraba y en la cual entraban aquellos que buscaban a Dios. Éste era el lugar donde se reunían Dios y el hombre.

Después que los hijos de Israel entraron en Canaán, el tabernáculo fue reemplazado por el templo. El templo era un tabernáculo estable y firme. El templo también era claramente un centro. Todas las obras de Dios se concentraban allí, y Dios mismo y Su gloria también estaban allí. Además, los hombres piadosos, que eran hombres de Dios y estaban en unidad con Dios, también moraban allí. Ahora ustedes pueden entender pasajes en el libro de Salmos que hablan del templo. Los salmistas anhelaban morar en el templo de Dios porque sabían que podían estar en unión con Dios, y porque allí Dios podía morar en ellos y ellos podían morar en Dios. Por lo tanto, ellos aparentemente se mostraban deseosos de morar en el templo de Dios; pero en realidad anhelaban morar en Dios, tomándolo como su morada.

En Salmos 90:1 Moisés oró, diciendo: “Oh Señor, Tú has sido nuestra morada / en todas las generaciones”. Si ustedes le preguntaran a Moisés dónde moraba, estoy seguro de que él les diría que moraba en Dios, es decir, que su casa, su morada, era Dios mismo. En Salmos 91:1 el salmista dijo: “El que habita en el lugar secreto del Altísimo / morará a la sombra del Todopoderoso”. Luego en Salmos 92:12-13 el salmista dijo que el justo es como un árbol plantado en la casa de Jehová y que florece en los atrios de Dios.

A muchos les encanta leer el salmo 23. La primera parte de este salmo dice: “Jehová es mi Pastor; nada me faltará. / En verdes pastos me hace recostar; / junto a aguas de reposo me conduce” (vs. 1-2). Muchos leen sólo hasta este punto y piensan que es suficiente. Sin embargo, el salmista no pensó que eso era suficiente. Esto es apenas el comienzo. Alimentarnos y estar satisfechos en los verdes pastos, y descansar y beber hasta saciarnos junto a aguas de reposo son experiencias de un nuevo creyente. Por lo tanto, el salmista continúa diciendo que aún tenemos que andar por las sendas de justicia que están delante de nosotros, andar por el valle de sombra de muerte y estar en el campo de batalla cenando en la mesa que Dios adereza para nosotros en presencia de nuestros adversarios (vs. 3-5). Finalmente, el salmista dice: “Y moraré en la casa de Jehová por la duración de mis días” (v. 6b).

Todos los que entienden las Escrituras saben que el Antiguo Testamento principalmente trata del tabernáculo y el templo. Prácticamente podría decirse que la historia del Antiguo Testamento es una historia acerca del tabernáculo y del templo. Esto se debe a que la obra de Dios a lo largo del Antiguo Testamento se centraba en este único asunto: la intención de Dios de edificar una morada a fin de poder morar con el hombre. Sin embargo, en realidad el tabernáculo y el templo visibles no eran más que tipos. Los hijos de Israel eran el verdadero templo, la verdadera morada de Dios. Por esta razón, cuando los hijos de Israel estaban en desolación, Dios no podía morar más entre ellos, y no tenía más alternativa que regresar a los cielos. En esos momentos Dios también hacía que el templo fuera destruido inmediatamente. Asimismo, la tierra de Canaán en la cual los hijos de Israel moraban tampoco era su morada; su verdadera morada era Dios mismo. Por lo tanto, cuando ellos perdían su comunión con Dios y tenían problemas con Él, tampoco podían continuar morando en Canaán y eran echados fuera por Dios para vagar entre las naciones.

Éste es un asunto maravilloso, pero a la vez serio. Cuando la condición de los hijos de Israel era normal, Dios era uno con ellos, podía morar en medio de ellos, y ellos aprendían a vivir delante de Él. Ambos —Dios y los hijos de Israel, los hijos de Israel y Dios— estaban en unión, en unidad, y en medio de ellos había un templo, una morada, que era la casa de Dios. Dios podía morar en ella, y ellos también. Los hijos de Israel y Dios llegaron a ser una morada el uno para el otro. Sin embargo, cuando la condición de ellos delante de Dios era anormal, es decir, cuando tenían problemas con Dios, Dios no tenía otra alternativa que regresar a los cielos. Él ya no podía estar unido a ellos ni morar entre ellos. En estas circunstancias, ¿podían ellos estar en paz y sin problemas? No, pues Dios los echaba a las naciones. Puesto que ellos no eran la morada de Dios, Dios tampoco sería su habitación. Así pues, Dios llegaba a ser un Dios sin hogar, y Él también hacía que Su pueblo llegara a ser un pueblo errante, sin hogar. Por lo tanto, cuando el templo era destruido, Dios llegaba a ser “el Dios de los cielos”, así como Él fue llamado en los libros proféticos escritos después del cautiverio. Él no tenía una morada ni un lugar de reposo en la tierra. Por otra parte, los hijos de Israel, quienes lo habían rechazado, fueron echados para vagar entre las naciones. Así pues, cuando Dios pierde al hombre, llega a ser un Dios sin hogar; y cuando el hombre pierde a Dios, también llega a ser un hombre sin hogar.

Por lo tanto, el centro en torno al cual gira el relato completo del Antiguo Testamento es el templo, el cual representa la mezcla de Dios con el hombre. Cuando esta mezcla de Dios con el hombre se efectúa apropiadamente, Dios obtiene una morada y el hombre también obtiene una habitación. De este modo, hay un edificio en el universo, una casa universal. Pero cuando la mezcla de Dios con el hombre no se efectúa de la manera apropiada, o cuando hay algún problema relacionado con esta mezcla, este edificio es destruido. Cuando esto sucede, Dios no tiene un hogar en la tierra y el hombre también queda sin hogar y vaga de un lugar a otro.

Debemos ver que esto es aquello a lo cual Dios presta atención y lo que desea obtener, y también lo que Satanás aborrece y desea destruir. En el Antiguo Testamento el enemigo, Satanás, destruyó este templo. Cuando las personas eran instigadas por Satanás para atacar a los hijos de Israel, su meta final era derribar el templo. Asimismo, cuando el pueblo de Dios era avivado, su meta final era edificar el templo. Por lo tanto, el Antiguo Testamento termina con el recobro del templo. Esto representa la restauración de la comunión entre Dios y el hombre, y el recobro de la mezcla de Dios con el hombre, a fin de que Dios pueda morar en el hombre, y el hombre pueda morar en Dios.


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