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Llevar fruto que permanece, tomo 1por Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6314-3
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Actualmente disponible en: Capítulo 3 de 17 Sección 4 de 5

PERMANECER CON EL SEÑOR, VIVIR CON EL SEÑOR
Y LLEVAR FRUTO CON EL SEÑOR

Únicamente cuando estamos con el Señor y vivimos con el Señor, podemos llevar fruto para el Señor. Los pámpanos llevan fruto al permanecer en el árbol y al vivir con el árbol. En el pasado procurábamos ser espirituales, santos y victoriosos, y de hecho muchas veces parecíamos ser bastante espirituales, santos y victoriosos, pero a pesar de ello no llevábamos fruto. Por lo tanto, hay algunos problemas con relación a este tipo de búsqueda. Como algunos santos han testificado, si salimos a tocar a las puertas pero no vemos que nadie se salva, eso es una señal, un indicio, de que tenemos un problema con Dios o con los hombres y, por eso, enseguida debemos arrepentirnos y confesar nuestros pecados. Si confesamos nuestros pecados, la próxima vez que salgamos a tocar a las puertas, llevaremos fruto inmediatamente. Por lo tanto, debemos estar unidos al Señor como una sola entidad, de un modo práctico viviendo en Él y permitiendo que Él viva en nosotros. Cuando los dos —Él y nosotros, y nosotros y Él— lleguemos a ser uno, cada vez que salgamos Él saldrá con nosotros. Cuando lleguemos a esta etapa, experimentaremos lo que es estar llenos de autoridad.

En el pasado, cuando predicamos el evangelio según nuestra manera tradicional, no llegamos a tener esta experiencia. Como resultado, pocas personas fueron salvas. La razón es que nosotros no permanecíamos en Él. Cuando permanecemos en el Señor y salimos a tocar a las puertas para visitar a las personas, la realidad de ello es que el Señor Jesús mismo sale a buscar y a salvar lo que se había perdido. No somos nosotros los que salimos a tocar a las puertas, sino que Jesucristo, quien permanece en nosotros, sale a tocar a las puertas a fin de buscar y salvar lo que se había perdido. Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). ¿Creen que Pablo vivía a Cristo a fin de ser espiritual, santo y victorioso? No, él vivía a Cristo a fin de llevar fruto. A esto se refiere 1 Timoteo 1:15, que dice: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores”. Puesto que Pablo vivía a Cristo, él era igual a Cristo en lo referido a salvar a los pecadores.

Espero que todos puedan ver que a fin de ser verdaderamente espirituales, santos y victoriosos, debemos permanecer en el Señor y también permitir que Él permanezca en nosotros. Lo que demuestra del todo si permanecemos en el Señor o no, es si llevamos fruto. Si no llevamos fruto, ello demuestra que no hemos permanecido en el Señor y que tenemos ciertos problemas en nuestra unión orgánica con Él. Esto es semejante a la circulación de la electricidad en nuestros hogares. La corriente eléctrica se interrumpe dondequiera que se produce un aislamiento. Aunque la central eléctrica está funcionando y las lámparas están puestas correctamente, si el suministro de electricidad queda bloqueado, las lámparas no se encenderán. De igual manera, si nosotros no permanecemos en el Señor, aunque al parecer sigamos yendo a las reuniones y nos abstengamos de pecar, estaremos aislados interiormente y seremos cortados del Señor. Es por ello que el Señor dijo: “El que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de Mí nada podéis hacer” (Jn. 15:5). Eso indica que si estamos separados del Señor, no podremos llevar fruto.

Cada uno de nosotros es un pámpano de Cristo y, como tales, debemos llevar fruto. Si no llevamos fruto, debemos comprender que tenemos un problema. Si hemos vivido la vida cristiana por décadas, pero durante todos esos años no hemos dado fruto, eso indica que durante todo ese tiempo hemos tenido ciertos problemas. Lo que demuestra si realmente somos espirituales o no es si damos fruto. Si no somos espirituales, ciertamente nos será difícil ganar a las personas por medio de la práctica de tocar a las puertas. No debemos pensar que tocar a las puertas para visitar a las personas es algo fácil. Los que tienen más experiencia saben que no es fácil. Sin embargo, si estamos dispuestos a orar con seriedad y a unirnos al Señor como es debido, de inmediato veremos los resultados. El suministro de la “electricidad” vendrá una vez más. Aunque el fluir de la “electricidad” se había interrumpido, éste será recobrado y espontáneamente nuestro contacto con las personas será eficaz.

Temo que muchos de nosotros hayamos estado llevando una vida en la que no llevamos fruto. No debiera ser así. Hablándoles con franqueza, predicar el evangelio para conducir a las personas a la salvación no es tan difícil como era antes; ahora es mucho más fácil. Hace poco dos hermanas de Dinamarca y Alemania testificaron que ellas le predicaron el evangelio al dueño de un restaurante en Yang Ming Shan, y que él de inmediato creyó en el Señor Jesús. Esto nos muestra que gradualmente la tierra será llena de cristianos. No tenemos que invertir todo nuestro esfuerzo en invitar a las personas a ágapes para que escuchen el evangelio, como lo hicimos en el pasado. Muchos de los que invitamos no vinieron ni aun después de diez invitaciones, y finalmente se enfadaron con nosotros. Era difícil salvar a cualquiera de la manera en que lo hicimos en el pasado. Sin embargo, ahora es mucho más fácil lograr que la gente sea salva.

Lo que determina si la predicación del evangelio ha de ser fácil, depende enteramente de la clase de personas que seamos. Si somos personas apropiadas, será fácil, pero si no lo somos, entonces la predicación no será fácil. Si alguien es un cocinero que no ha sido adiestrado en ese oficio, no tendrá la destreza requerida ni el denuedo para matar un pollo, aunque le den el cuchillo apropiado. La razón es que él no es la persona apropiada para ese trabajo. Sin embargo, si alguien recibe el adiestramiento, podrá hacer el trabajo sin mayor esfuerzo. Cuando somos adiestrados para predicar el evangelio, nuestra tasa de éxito es bastante elevada. En sólo tres días algunos santos han bautizado a más de setenta personas. Esto fue fácil para ellos, pero no siempre es fácil para otros. Lo que determina si esto es fácil o no depende completamente de la clase de personas que seamos. Si somos personas apropiadas, será fácil, pero si no lo somos, será difícil.

Debemos ser adiestrados para ser expertos en la predicación del evangelio y en conducir a las personas a la salvación, para que podamos conducir a la salvación a todos aquellos con quienes nos encontremos. Nunca debemos decir que eso es muy fácil. Quizás otras personas cuando salen pueden lograr que todos aquellos con quienes se encuentren sean bautizados, pero nosotros no podamos hacerlo. Satanás ejerce su autoridad sobre los hombres. Si no oramos de una manera detallada y exhaustiva, Satanás no los soltará. Cuando nosotros le decimos a alguien que debe ser bautizado, es posible que no esté dispuesto ni dé su consentimiento. Esto se debe a que Satanás rehúsa soltarlo. Únicamente cuando oremos de manera exhaustiva y detallada, tendremos poder. Esta clase de oración es como el trabajo de un cirujano. Antes de operar a un paciente, el doctor primero debe esterilizar todo lo que va a utilizar para matar los gérmenes. Una vez que todo sea esterilizado completamente, podrá empezar la cirugía. En principio, ésta es la clase de persona que nosotros necesitamos ser. Quien sale a tocar a las puertas y trae personas a la salvación es alguien que es verdaderamente espiritual, santo y victorioso. Esto es una prueba de si verdaderamente somos espirituales, victoriosos y santos. Si no nos resulta fácil conducir a las personas a la salvación, esto demuestra que no somos verdaderamente espirituales, santos ni victoriosos. El asunto de llevar fruto es una manera muy buena de someter a prueba nuestra espiritualidad.


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