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Cristo crucificado, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3691-8
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Actualmente disponible en: Capítulo 5 de 14 Sección 2 de 4

NO DEBEMOS SIMPLEMENTE OBEDECER
A LAS ENSEÑANZAS BÍBLICAS, SINO PERMITIR
QUE EL SEÑOR SE EXPRESE EN NUESTRO VIVIR A TRAVÉS DE NOSOTROS

No debemos pensar que es fácil ser obedientes, pues no es así. Obedecer a las enseñanzas de la Biblia aparentemente es una tarea sencilla, pero obedecer a Aquel que mora en nosotros no es muy fácil. Por esfuerzo propio, una persona puede ser ferviente según la norma de la Biblia; pero de ningún modo podrá obedecer al Señor. Lo que el Señor desea, no es que nosotros amemos a otros después de leer sobre ello en la Biblia, sino que más bien, Él mismo pueda manifestar Su amor en nuestro vivir y amar a otros por medio de nosotros.

TANTO EL AMOR COMO EL ODIO
SON LA EXPRESIÓN
DE NOSOTROS MISMOS

Probablemente hayamos tenido una experiencia similar a ésta: después de leer en la Biblia que debemos amar a otros, por casualidad alguien que nos cae bien está a nuestro lado y en seguida empezamos a mostrarle nuestro amor. Aparentemente lo amamos verdaderamente y muchas personas pueden hacer público el hecho de que amamos a los demás. Sin embargo, este amor procede de nosotros en un ciento por ciento. Cuando somos nosotros los que amamos, el Espíritu Santo nos dará el sentir de que este amor procede de nuestro hombre natural y de que en realidad dicho amor es nosotros mismos. Así como nuestro odio es la expresión de nosotros, así también nuestro amor es la expresión de nosotros mismos.

Ya sea que tenga puesto un traje occidental o una larga bata china, sigo siendo la misma persona. Aun cuando me ponga el mejor vestido del mundo, seguiré siendo la misma persona sin cambiar en lo absoluto. Del mismo modo, puedo ponerme un “vestido” de amor o un “vestido” de odio. Aunque aparentemente hay una diferencia entre estos dos, sigo siendo la misma persona. Soy yo quien odio y también yo soy quien ama; yo soy el que hace ambas cosas.

LA EXPERIENCIA
DE LA CRUZ
ACABA CON NOSOTROS MISMOS

La experiencia de la cruz no consiste simplemente en que experimentemos sufrimiento, sino en que seamos aniquilados. Ya sea que amemos u odiemos a las personas, necesitamos ser aniquilados. A menos que se nos ponga fin, Cristo no podrá brotar de nosotros; no podrá salir de nosotros ni manifestarse a través de nosotros. Si amamos a los demás por nuestra propia cuenta, las personas podrán percibir nuestro amor y nuestra persona, mas no percibirán a Cristo. Esto se debe a que la cruz no ha operado en nosotros. En otras palabras, la cruz aún no ha puesto fin a nuestro amor; la cruz todavía no nos ha dado muerte.

NEGARNOS A NOSOTROS MISMOS,
TOMAR LA CRUZ Y SEGUIR AL SEÑOR

El Señor Jesús dijo que si alguno quería venir en pos de Él, debía tomar su cruz (Mt. 16:24). Antes de esto, el Señor dijo que el hombre debía negarse a sí mismo. Es necesario que veamos que la cruz es un adversario del yo y que lo que la cruz elimina es el yo. El Señor dijo estas palabras dentro de cierto contexto. Ese día el Señor les dijo muy solemnemente a los discípulos que Él iría a Jerusalén a padecer la muerte. Entonces Pedro, tomándole aparte, empezó a reprenderle diciendo: “¡Dios tenga compasión de Ti, Señor! ¡De ningún modo te suceda eso!”. Pero el Señor, volviéndose, le dijo a Pedro: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mente en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (vs. 21-23). Lo que Pedro expresó no era odio sino compasión, amor y preocupación. Sin embargo, ese amor provenía del yo, y Satanás se halla oculto dentro del yo. Quiera Dios abrir nuestros ojos y que un día nos muestre que Satanás se esconde en nuestro yo y se halla mezclado con él. No sólo nuestro odio es Satanás, sino que incluso nuestro amor por otros tiene oculto a Satanás.

Lamentablemente, hoy en día casi nadie sabe esto. Ni siquiera Pedro sabía esto. ¿Creen ustedes que él odiaba al Señor o que lo amaba? Por supuesto que él amaba al Señor. Jamás nadie diría que Pedro odiaba al Señor; con todo y eso, el Señor lo llamó “Satanás”. Muchas veces nuestros pensamientos de amar al Señor, de hacer el bien y de agradar a Dios provienen de Satanás. ¿Por qué es esto posible? Como el Señor dijo: “No pones la mente en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”. Cada vez que estamos en nosotros mismos, es decir, siempre que ponemos la mente en las cosas de los hombres, somos Satanás.

Si alguien nos dijera que estamos llenos de Satanás, sin duda nos enojaríamos. Sin embargo, éste es un retrato del hombre, no es una frase para reprender a la gente. Si realmente conociéramos nuestro yo, veríamos que lo que hay en usted y en mí, los descendientes de Adán, no es nada menos que Satanás. De manera que el elemento negativo es Satanás, y el elemento positivo también es Satanás. En el árbol del conocimiento del bien y del mal, se encuentra tanto el bien como el mal. Todo lo que procede de nosotros es inmundo debido a que está mezclado con Satanás.

El Señor Jesús dijo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (v. 24). Si alguien está dispuesto a renunciarse a sí mismo y a negarse a sí mismo, Satanás no tendrá cabida en ella. Satanás se mezcla con las intenciones del hombre, pero la cruz, la cual está del lado de Dios, acaba con el hombre. Todo lo que es del hombre procede de Satanás. Si odiamos a Dios por nosotros mismos, definitivamente no podremos agradar a Dios. No obstante, aun si amamos a Dios por nosotros mismos, aún no podremos agradar a Dios, puesto que Satanás está en nuestro yo. Por consiguiente, en cierto sentido, Dios no presta atención a aquello que se expresa, sino más bien a la persona que lo expresa, esto es, si es Cristo o si somos nosotros. Si somos nosotros, entonces no sólo necesitamos arrepentirnos, sino también necesitamos ser crucificados. La cruz exige que los que seguimos al Señor nos renunciemos a nosotros mismos y nos neguemos a nosotros mismos. Si deseamos seguir a Cristo, tendremos que negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz y seguirle.


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