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Autoridad y la sumisión, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-0-7363-3690-1
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EL JUICIO DEL SEÑOR Y EL DE PABLO

En Mateo 26 y 27 el Señor pasó por dos clases de juicios: el de la religión, ante el sumo sacerdote (26:57-66), y el del gobierno civil, ante Pilato (27:11-14). Cuando Pilato lo interrogó, el Señor podía guardar silencio, porque El no estaba atado a las leyes terrenales. Pero cuando el sumo sacerdote le conjuró por el Dios viviente, el Señor tuvo que contestar, pues el asunto se relacionaba con la sumisión a la autoridad. También en Hechos 23 cuando Pablo fue juzgado, al darse cuenta de que Ananías era el sumo sacerdote de Dios, se le sujetó. Los obreros del Señor debemos encontrarnos cara a cara con la autoridad. De lo contrario, nuestra obra no se regirá por el principio de la voluntad de Dios, que es la sumisión a la autoridad, sino que nos encontraremos en el principio de la rebelión de Satanás, que consiste en obrar fuera de la voluntad de Dios. Este asunto requiere en verdad una revelación profunda.

En Mateo 7:21-23 el Señor reprendió a los que profetizaron, echaron fuera demonios e hicieron milagros en Su nombre. ¿Que había de malo en las obras realizadas en nombre del Señor? El problema radicaba en que el hombre era la fuente de todas esas obras. Externamente se veía al hombre trabajar en nombre del Señor, pero en realidad era la actividad de la carne. Por esta razón, el Señor los consideró hacedores de maldad. Más adelante el Señor dice que sólo quienes hacen la voluntad de Dios pueden entrar en el reino de los cielos. Esto nos muestra que todas las acciones deben originarse en la sumisión a la voluntad de Dios. El tiene que ser la fuente y el que designa todas las obras. No debemos buscar ninguna obra en el hombre. Sólo cuando el hombre entiende la voluntad de Dios en la obra que se le ha asignado, puede experimentar la realidad de la autoridad del reino de los cielos.

CONOCER LA AUTORIDAD
ES UNA GRAN REVELACION

En el universo existen dos grandes acciones: creer para ser salvo, y someterse a la autoridad. En otras palabras, confiar y obedecer. La Biblia nos muestra que el pecado es la infracción de la ley (1 Jn. 3:4). En Romanos 2:12 la expresión “sin ley” equivale a “infringir la ley”. Vivir sin ley significa hacer a un lado la autoridad de Dios, lo cual es pecado. La transgresión se relaciona con la conducta, mientras que vivir sin ley tiene que ver con la actitud y con los motivos del corazón. La edad presente es una edad rebelde; el mundo está lleno de pecados de rebelión. Inclusive, el inicuo está a punto de manifestarse. Al mismo tiempo, la autoridad va siendo cada vez más desplazada en el mundo. Al final, toda la autoridad será desechada, y lo único que quedará será un reino de rebeldía.

Por consiguiente, existen dos principios en el universo: la autoridad de Dios y la rebelión de Satanás. No podemos servir a Dios y, al mismo tiempo, tomar el camino de la rebelión, adoptando un espíritu de rebelión. Aunque una persona rebelde puede predicar el evangelio, Satanás se ríe de ella, porque el principio de él está presente en esa predicación. El servicio siempre debe ir a la par de la autoridad. ¿Queremos someternos a la voluntad de Dios o no? Los que servimos a Dios debemos llegar a comprender este hecho. Es como tocar la electricidad. Una vez que uno la toca, jamás la vuelve a tratar descuidadamente; del mismo modo, cuando el hombre se encuentra con la autoridad de Dios y es azotado por ella, sus ojos serán iluminados. Podrá discernir no sólo lo que hay en sí mismo sino en otros también. El sabrá quien es rebelde y quien no lo es.

Que Dios tenga misericordia de nosotros para que seamos liberados de la rebelión. Entonces, al conocer Su autoridad y haber aprendido las lecciones necesarias acerca de la sumisión, podremos guiar a los hijos de Dios por la debida senda.


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