Lo que el reino es para los creyentespor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7228-2
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Apocalipsis 1 y 5 revelan que el Señor nos compró con Su sangre para hacer de nosotros Su reino. La palabra reino en 1:6 y 5:10 se traduce “ciudadanos” en la versión Chinese Union. Pero la palabra griega en estos dos versículos significa “reino”, que también conlleva el significado de un “rey”. En griego, al igual que en español, las palabras rey y reino comparten la misma raíz, y cualquiera de las dos palabras, rey o reino, denotan autoridad o soberanía real.
En el capítulo anterior vimos que la meta del evangelio de Dios es el reino de Dios. La razón por la que Dios nos salva por medio del evangelio es introducirnos en Su reino. En este capítulo proseguiremos a ver en el libro de Apocalipsis que Dios, al salvarnos por medio de la sangre de Jesús, no sólo desea trasladarnos a Su reino, sino también hacer de nosotros Su reino. En otras palabras, a los ojos de Dios, los que hemos sido salvos no sólo somos salvos para entrar en Su reino, sino también para ser constituidos de tal modo que lleguemos a ser Su reino. Dios nos compró con la sangre de Jesús con el propósito de hacernos Su reino.
¿Cómo podemos llegar a ser el reino de Dios? El gobierno de Dios no se ve en la humanidad caída ni entre ella. En este mundo caído muchas personas dicen: “¿Dónde está Dios? ¿Por qué debe Él controlar mi vida? Si deseo hacer el bien, haré el bien; y si quiero practicar el mal, practicaré el mal. Ése es mi derecho soberano”. Ésta es la actitud del mundo para con Dios; la mayoría de las personas tiene esa actitud. Aunque quizás algunos no tengan esta actitud, tampoco están bajo el gobierno de Dios. Todos los seres humanos caídos rechazan la autoridad de Dios y hacen lo que les place. Creen que mientras no quebranten las leyes nacionales ni violen las normas humanas, pueden hacer lo que deseen según su voluntad. Esto pone en evidencia el hecho de que la autoridad de Dios no tiene en absoluto ninguna cabida en el hombre caído. Pareciera que la autoridad de Dios puede ejercerse en el cielo mas no en la tierra, pues no hay nadie en la tierra que esté dispuesto a someterse a la autoridad de Dios.
La primera frase que Dios habló en el Nuevo Testamento por medio de Juan el Bautista, la misma que Él repitió después por medio del Señor Jesús, fue: “El reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2; 4:17). La palabra griega traducida “reino” aquí también puede traducirse “soberanía”. Por consiguiente, el que el reino de los cielos se hubiese acercado significa que la soberanía de los cielos se había acercado. Esto muestra que una autoridad venía a la tierra, y que esta autoridad no era una autoridad ordinaria, sino la autoridad real de los cielos. La palabra griega traducida “reino” también denota autoridad real, y una autoridad real implica un reino. En el cielo hay una autoridad, pero no es una autoridad ordinaria, sino la autoridad de la Cabeza del universo. La autoridad de la Cabeza del universo es una autoridad real. En esta autoridad y bajo la misma, naturalmente existe un reino; esta autoridad forma un reino.
En la era del Antiguo Testamento, pareciera que Dios estaba contento de mantener Su autoridad en el cielo; pero en la era del Nuevo Testamento, la intención de Dios es traer Su autoridad del cielo a la tierra. Su deseo es gobernar la tierra y ejercer Su autoridad celestial sobre un grupo de personas. Sin embargo, estas personas son pecaminosas (Ro. 3:23), corruptas a lo sumo en su naturaleza (Jer. 17:9), y están muertas en sus delitos y pecados (Ef. 2:1). Debido a que el pecado y la muerte reinan en ellas (Ro. 5:14; 6:12), ellas no pueden aceptar la autoridad de Dios. Sin embargo, Dios desea ejercer Su autoridad celestial en la tierra y en el hombre. A fin de hacer esto, Dios primero tiene que resolver los problemas del hombre, esto es, los problemas del pecado y la muerte.
En la cruz el Señor Jesús llevó los pecados de la humanidad caída; Él los limpió de sus pecados al morir y derramar Su sangre (1 P. 2:24). De este modo, resolvió el problema del pecado de la humanidad (Jn. 1:29; He. 9:22). Luego, al tercer día, resucitó de los muertos, y en Su resurrección liberó Su vida para impartirla en los que fueron limpiados a fin de que sus espíritus, que estaban en muerte, pudiesen ser vivificados y que ellos pudieran ser regenerados (Jn. 12:24; 3:6; Ef. 2:5-6; Jn. 10:10b). Fue así como Él puso fin a la muerte, el problema que ellos tenían (cfr. 1 Co. 15:55). Por consiguiente, la muerte del Señor Jesús en la cruz resuelve el problema de nuestro pecado, y Su resurrección resuelve el problema de nuestra muerte (Ro. 4:24-25).
Ahora somos personas limpiadas y regeneradas cuyos espíritus han sido vivificados. Debido a que fuimos limpiados y vivificados, ahora Dios puede ganar el terreno y encontrar una vía libre en nosotros para traer la autoridad del cielo a la tierra. En otras palabras, ahora Dios puede ejercer Su autoridad celestial, Su reino celestial, sobre nosotros.
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