Arbol de la vida, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-1-57593-813-4
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Hemos visto que después de que Dios creó al hombre, lo puso delante del árbol de la vida. Dios tenía la intención de que el hombre participara del árbol de la vida, el cual simboliza a Dios en Cristo por medio del Espíritu Santo como vida para nosotros en forma de alimento. No obstante, el hombre no tuvo contacto con el árbol de la vida, porque el enemigo de Dios, Satanás, intervino para seducir al hombre y así apartarle del árbol de la vida engañándole con otra fuente, el árbol del conocimiento. Junto con el árbol del conocimiento encontramos no sólo el mal sino también el bien. Es el árbol del conocimiento del bien y del mal y da por resultado la muerte. El hombre fue seducido, tentado, a participar de este árbol, y así cayó.
Después de que el hombre cayó, lo primero que hizo Dios por el hombre fue proveerle un sacrificio. Adán disfrutó y participó de ese sacrificio (Gn. 3:21). Abel, después de Adán, participó del mismo sacrificio (4:4). Noé construyó un altar y ofreció en él sacrificios (8:20). Más tarde, Abraham siguió los mismos pasos: construyó un altar y ofreció un sacrificio (12:7-8). Isaac (26:24-25) y Jacob (35:1, 7) también siguieron los pasos de sus antepasados construyendo un altar y ofreciendo sacrificios. El cordero Pascual fue el primer aspecto principal de Cristo disfrutado por los hijos de Israel (Ex. 12:3-7). De Adán a los hijos de Israel, los que fueron escogidos o elegidos por Dios, disfrutaron el mismo sacrifico.
A partir de Exodo 12 los hijos de Israel empezaron a disfrutar el cordero, el cual tipifica a Cristo. Cristo mismo es el Cordero de Dios, sacrificio único en su género, que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29). El cordero mencionado en Exodo 12 tiene dos aspectos: la sangre que redime externamente y la carne que alimenta interiormente. La sangre constituye el aspecto redentor del cordero, y la carne, el aspecto alimentador del cordero. Mediante Cristo, el Cordero de Dios, fuimos llevados de nuevo a disfrutarle como el árbol de la vida. Con el sacrificio del cordero pascual, los hijos de Israel disfrutaron el pan sin levadura y las hierbas amargas (12:8). Luego experimentaron la columna de nube durante el día y la columna de fuego durante la noche (13:21-22), el maná celestial (16:31), y el agua viva que fluyó de la roca hendida (17:6). Finalmente, disfrutaron todas las ofrendas (Lv. 6:8—7:34), el sacerdocio (Ex. 40:13-15), el tabernáculo (Ex. 25:9), todas las riquezas de la buena tierra (Dt.8:7-10) y, por último, disfrutaron de manera más completa a Cristo como el templo (1 R. 7:51). El cordero pascual, el pan sin levadura, las hierbas amargas, el maná celestial, el agua viva, las diferentes clases de ofrendas, y el rico producto de la buena tierra constituyen diferentes aspectos del árbol de la vida. Recordemos que todo el Antiguo Testamento nos habla de una sola cosa: Dios primero se presentó a Sí mismo como el árbol de la vida para que participáramos de El como alimento y le disfrutáramos como nuestra vida y nuestro todo. Después de que el hombre cayó, Dios le proveyó al hombre del cordero para que pudiese ser redimido, y finalmente Dios mismo llegó a ser el templo para el hombre.
Un día el Dios Triuno, quien es la realidad del árbol de la vida y de todas las otras cosas positivas del Antiguo Testamento, se hizo hombre. El se encarnó. El Evangelio de Juan nos dice que en el principio era el Verbo, el Verbo era Dios, y el Verbo se hizo carne (1:1, 14). Juan 1:29 nos dice que éste es el Cordero de Dios. En Juan 2 el Señor revela que El es el templo (vs. 20-22).
En el salmo 23 primero disfrutamos al Señor como el pasto viviente (v. 2), y finalmente le disfrutamos como el templo. El salmista dice: “En la casa de Jehová moraré por largos días” (23:6). El templo no solamente es la morada de Dios, sino también la de nosotros, los que buscamos más a Dios. En Juan 15 el Señor Jesús nos dijo que debemos permanecer en El; luego El permanecerá en nosotros (vs. 4-5). Llegamos a ser una morada para El, y El se convierte en morada para nosotros. Esta es una morada mutua. El es nuestra morada, nuestra habitación, nuestro templo (Ap. 21:22). En Juan 14 el Señor nos dijo que en la casa de Su Padre había muchas moradas (v. 2). El Señor es nuestra morada, nosotros somos las Suyas. Esta morada mutua indica la mezcla del Señor como Espíritu (2 Co. 3:17) con nosotros en nuestro espíritu. “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El” (1 Co. 6:17). El Espíritu divino y el espíritu humano se mezclan juntos como un solo espíritu, y esta mezcla es la morada mutua. Somos la morada de Dios, y El es nuestra morada; El y nosotros somos mezclados.
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