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Predicar el evangelio en el principio de la vidapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-3771-7
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Actualmente disponible en: Capítulo 4 de 14 Sección 2 de 3

PREDICAR EL EVANGELIO
TRAERÁ UN AVIVAMIENTO A LA IGLESIA

Si tenemos esta práctica al predicar el evangelio, nuestra vida mejorará notablemente. Creceremos. Es posible que durante muchos años no hayamos crecido mucho en la vida divina; no obstante, si predicamos el evangelio de esta manera, notaremos nuestro crecimiento en la vida divina. Entonces la iglesia crecerá no sólo en cantidad, sino también en calidad. En número de miembros es la cantidad, y el crecimiento de vida es la calidad. En las iglesias en el pasado aprendimos el secreto. Por mucho tiempo muchos enseñaron, predicaron y participaron en la edificación, pero no hubo mucho progreso. No hubo ningún resultado, y los hermanos y hermanas se cansaron de todas esas cosas. Sin embargo, si procuramos conocer la mente del Señor, Él nos mostrará claramente que tenemos que realizar la obra de predicar el evangelio; tenemos que poner la carga en los hombros de los hermanos y hermanas para que ellos prediquen el evangelio. Sencillamente mediante la predicación del evangelio, la iglesia será avivada. La iglesia cobra vida cuando predica el evangelio. Esto definitivamente ayuda.

ACABAR NUESTRA OBRA
CON LOS INCRÉDULOS EN UN SOLO DÍA

A fin de realizar eficazmente la labor de invitar a las personas, tenemos que prestar atención a los asuntos anteriormente mencionados; es decir, tenemos que darle órdenes al Señor, contactar a las personas, orar y ayunar por ellas, y luego, el día de la reunión del evangelio, tenemos que ir por ellas, gastando lo que tengamos que gastar, cueste lo que cueste.

Si es posible, después de la predicación también deberíamos almorzar con el amigo que invitamos. Muchos hermanos y hermanas fueron salvos durante estos almuerzos. Durante la reunión del evangelio se trabaja en los incrédulos, pero algunas veces la obra no es terminada allí. Es en estos casos que algunos son salvos cuando almorzamos con ellos. Esto indica que necesitamos pasar más tiempo con ellos. No debemos invitarlos al día siguiente, sino inmediatamente después de la reunión. Si empezamos a cocinar algo, debemos terminar de cocinarlo. No debemos dejar nada crudo para el día siguiente. Si hacemos esto, jamás acabaremos lo que hemos empezado. Así que, debemos hacer estas cosas en un solo día. Si decimos, de la persona por quien sentimos carga, que debe ser salva en un día específico, el Señor nos respaldará. No debemos ser negligentes ni indiferentes; antes bien, seamos diligentes y persistentes. En otros asuntos tal vez debamos ser más pacientes para esperar en el Señor, pero con respecto a la predicación del evangelio no debemos ser muy pacientes; antes bien, debemos decirle al Señor: “Señor, no tengo tiempo para esperar. Tú tienes que hacerme esto rápidamente”. Aprendan a hacer esto e inténtenlo. No les estoy hablando de algo que yo no haya visto. Hace veinte años yo laboré mucho en la predicación del evangelio, no sólo desde el púlpito, sino también invitando a las personas y visitándolas.

DEBEMOS APOYAR AL HERMANO
QUE COMPARTE EL MENSAJE DEL EVANGELIO

Si no tenemos un salón apropiado donde reunirnos, éste se llenará demasiado. Tenemos que aprender a sentarnos apropiadamente. Debemos dejar los asientos para nuestros amigos, pero al menos necesitamos que un hermano o hermana se siente con dos personas nuevas. Si hay cien incrédulos en la reunión, debe haber cincuenta hermanos o hermanas con ellos. Éste es un factor determinante. Si el salón está lleno de incrédulos, y todos los hermanos y hermanas se quedan afuera, dejando al hermano que comparte el mensaje solo, dicho hermano será despojado por el enemigo. Cuando un hermano se pone en pie para compartir la palabra, los demás deben sentarse al frente o ponerse de pie junto con él. En el Día de Pentecostés Pedro se puso en pie, y los once apóstoles se pusieron de pie junto con él (Hch. 2:14). Así pues, cuando el hermano diga: “Amigos, ustedes tienen que creer en Jesús”, los demás hermanos podrán decir “Amén”. Esto añadirá peso a sus palabras. Si un hermano comparte la palabra y por lo menos cinco o seis se ponen de pie junto con él, veremos el impacto.

Aprendimos esta lección en el pasado cuando echamos fuera demonios. Cuantos más hermanos o hermanas estén con nosotros, mayor será el efecto en las personas. Cuando tenía que ir a echar fuera demonios, no me atrevía a ir solo, sino que siempre pedía que el mayor número posible de hermanos y hermanas me acompañaran. Entonces me sentía animado y fortalecido, y teníamos el impacto.

Necesitamos que algunos hermanos acompañen al orador, y también que muchos otros hermanos y hermanas estén allí presentes, acompañándolo desde sus asientos. Entonces tendremos el impacto. Cuando un hermano comparte la palabra, los hermanos que están de pie con él deben decir “Amén”, y el resto de la congregación también podrá decir “Amén”. Esto subyuga a los incrédulos y echará de sus corazones al espíritu de falsedad, mentira y engaño. Podemos comparar esto a un partido de fútbol en el cual el equipo que tiene más impacto es el que cuenta con el mayor número de aficionados.


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