Sacerdocio, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-0324-8
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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El sacerdocio también debe quemar el incienso sobre el altar de oro en el Lugar Santo. Al mismo tiempo que se prende la lámpara se debe quemar el incienso; no se pueden hacer estas dos cosas por separado. “Y lo pondrás (el altar del incienso) delante del velo que está junto al arca del testimonio, delante del propiciatorio que está sobre el testimonio, donde me encontraré contigo. Y Aarón quemará incienso aromático sobre él; cada mañana cuando aliste las lámparas lo quemará. Y cuando Aarón encienda la lámpara al anochecer, quemará el incienso; rito perpetuo delante de Jehová por vuestras generaciones” (Ex. 30:6-8).
Si quemamos el incienso, debemos encender el candelero y si encendemos el candelero, debemos quemar el incienso. Esto nos muestra que para recibir luz de la Palabra, debemos orar quemando el incienso; y si lo hacemos, debemos prender la lámpara leyendo la Palabra. El leer y el orar deben mezclarse y unirse; mientras oramos debemos leer, y mientras leemos debemos orar. Leer la Palabra equivale a prender la lámpara, y orar a quemar el incienso.
¿Qué es el incienso? Es la dulzura de Cristo, Su dulce fragancia, la cual nos hace aceptos delante de Dios. Cuando experimentamos a Cristo internamente, El llega a ser nuestra vida, suministro y luz interiores y, al mismo tiempo, tenemos una profunda sensación de que la dulce fragancia de Cristo asciende a Dios. La preciosidad de Cristo llega a ser el factor por el cual Dios nos acepta. No es un asunto de mejorar nuestro comportamiento, sino de tener esta dulce fragancia internamente. Cuando experimentamos a Cristo como la vida y la luz internas y lo disfrutamos como nuestro suministro de vida, tenemos una agradable sensación de que Dios nos acepta. Esta es la experiencia de quemar el incienso sobre el altar de oro, que es Cristo como el incienso aromático que asciende a Dios, y es la base para que nos acepte.
“Y habló Josué a los sacerdotes, diciendo: Tomad el arca del pacto, y pasad delante del pueblo. Y ellos tomaron el arca del pacto y fueron delante del pueblo. Entonces Jehová dijo a Josué ... Tú, pues, mandarás a los sacerdotes que llevan el arca del pacto, diciendo: Cuando hayáis entrado hasta el borde del agua del Jordán, pararéis en el Jordán ... Y cuando las plantas de los pies de los sacerdotes que llevan el arca de Jehová, Señor de toda la tierra, se asienten en las aguas del Jordán, las aguas del Jordán se dividirán; porque las aguas que vienen de arriba se detendrán en un montón” (Jos. 3:6, 7, 8, 13).
Además, el sacerdocio debe encargarse del arca, que es el testimonio de Dios, Cristo mismo. No sólo necesitamos experimentar a Cristo como las ofrendas, la vida y la luz internas, y ser aceptados internamente, sino también como el testimonio de Dios. Los sacerdotes debían cargar el arca, lo cual vemos claramente en el capítulo tres de Josué. Como sacerdotes, debemos experimentar a Cristo como la vida y la luz, como El que nos hace aceptos delante de Dios y, especialmente, llevarlo como el testimonio completo de Dios. Para ser este testimonio viviente del Cristo que lo es todo, quien es el testimonio de Dios, necesitamos experimentar las riquezas de Cristo, las ofrendas, el pan de la proposición, el candelero y el incienso. Estas son las experiencias de los diferentes aspectos de las riquezas de Cristo, y nos conducen a El, como testimonio de Dios.
No es suficiente experimentar a Cristo como nuestra vida y luz, ni como el que nos hace aceptos ante Dios; sino que debemos experimentarlo como el testimonio total y completo de Dios. El es el testimonio vivo de Dios que lleva el sacerdocio, ya que éste carga y cuida del arca. Si estamos verdaderamente en el sacerdocio, llevaremos a Cristo como el testimonio viviente de Dios, el cual es completo en todos los aspectos. Llevaremos a Cristo, el testimonio completo de Dios.
Hemos visto que el sacerdocio se encarga de cinco cosas: las ofrendas, el pan de la proposición, el candelero, el incienso y el arca. Llegamos ahora al tabernáculo, el cual tipifica al Cristo agrandado para ser la morada de Dios. Después de que nosotros los sacerdotes experimentamos ricamente a Cristo, debemos cuidar de toda la iglesia, el Cuerpo de Cristo. La iglesia es el Cristo agrandado, y el Cuerpo es el Cristo aumentado.
En el capítulo cuatro del libro de Números vemos que los sacerdotes cuidaban del tabernáculo, las tablas, las cubiertas y todos los utensilios que estaban dentro de él cuando acampaban o cuando viajaban. Esto muestra que el sacerdocio tenía que encargarse de la iglesia, o sea, el Cuerpo de Cristo. Todas las experiencias que tenemos de Cristo como las ofrendas, la vida interna y la luz interna, como el que nos hace aceptos ante Dios y como el testimonio de Dios, tienen como fin la iglesia. Cuánto más experimentemos a Cristo en todos estos aspectos, más beneficio traemos al Cuerpo de Cristo, la iglesia. Como sacerdotes de Dios —los que experimentamos a Cristo en todo— debemos cuidar de la iglesia a fin de que el Cuerpo de Cristo llegue a ser morada de Dios en la tierra. Todas las experiencias que tengamos de Cristo finalmente beneficiarán a la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Lo que participemos de Cristo, en Sus muchos aspectos como nuestra vida, redunda en bien de la vida de iglesia, la cual proviene de nuestras experiencias de Cristo como nuestra vida interna. Esto es todo lo que el sacerdocio debe tener y de lo que se debe ocupar. Nosotros, por lo tanto, debemos pedirle al Señor que nos lleve a todas estas experiencias a fin de que sean nuestra realidad.
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