Estudio-vida de Ezequielpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6480-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En la visión presentada en el capítulo 1 se usaron cosas en la esfera natural para describir cosas en la esfera espiritual. Estas cosas espirituales son profundas, pero podemos entenderlas por medio de las cosas naturales y físicas que se usaron para describirlas. Según el plan de Dios, las cosas espirituales reveladas aquí comienzan con el viento (v. 4) y terminan con el arco iris (v. 28). Como veremos en el mensaje siguiente, hay un arco iris que manifiesta el esplendor de Dios. En nuestra experiencia, el trono (v. 26) y el arco iris dependen de que tengamos un cielo que sea diáfano como el cristal.
En el último mensaje vimos que sobre las cabezas de los seres vivientes se extiende un firmamento claro, un cielo despejado, el cual está en expansión y, no obstante, es estable. Ahora en este mensaje debemos ver que sobre este cielo despejado hay un trono. Ezequiel 1:26 dice: “Por encima de la expansión que estaba sobre sus cabezas se veía la semejanza de un trono, que tenía la apariencia de piedra de zafiro; y sobre la semejanza del trono había un Ser que tenía la apariencia de hombre, sentado sobre él”. Debemos considerar el significado del trono y aplicarlo a nuestra experiencia.
Los cristianos debemos mantener un cielo despejado con el Señor. Esto significa que siempre debemos tener una comunión clara con Él. Nada debe interponerse entre nosotros y el Señor. Si nada se interpone entre nosotros y el Señor, nuestro cielo será diáfano como el cristal y nuestra conciencia será pura, libre de toda ofensa (Hch. 24:16).
Debemos ser profundamente impresionados con el hecho de que si en calidad de cristianos hemos de contar con un cielo despejado, diáfano como el cristal, delante del Señor, será necesario que tengamos una conciencia libre de toda ofensa. Siempre que hay condenación o hay una ofensa en nuestra conciencia, nuestro cielo de inmediato se vuelve nublado, oscuro y nebuloso. En tales ocasiones debemos confesar nuestro fracaso y nuestro pecado al Señor de modo que recibamos Su perdón y el lavamiento de Su preciosa sangre (1 Jn. 1:9, 7). Esto lavará nuestra conciencia para que esté libre de toda ofensa. Entonces tendremos nuevamente un cielo despejado y una comunión clara con el Señor en la que nada se interponga entre nosotros y Él.
A veces es una cosa pequeña, tal como asumir una actitud deplorable ante nuestro cónyuge, lo que puede hacer que tengamos nubes en nuestro cielo. Tal vez la otra persona se haya equivocado, pero nuestra actitud sigue siendo errónea y hace que perdamos nuestro gozo y paz. Además, por un período de tiempo podríamos dejar de tener la unción necesaria para orar. Nuestra conciencia comienza a condenarnos y nos molesta. Esto es perder el cielo cristiano despejado; es la pérdida de un cielo sin nubes. Dejamos de tener un cielo despejado sobre nosotros debido a que algo no está bien entre nosotros y el Señor. Esta situación perdurará hasta que vayamos al Señor y le pidamos Su perdón por nuestra actitud equivocada. Entonces la unción del Señor en nuestro interior hará que tengamos el sentir de que debemos confesar y pedirle perdón a nuestro cónyuge. Aunque dudemos, debido a que hemos perdido la presencia del Señor, finalmente confesamos, nos disculpamos y pedimos perdón. En cuanto hacemos esto, el “clima” cambia; las nubes desaparecen, y el cielo despejado regresa. Hay algo en nuestro interior que nuevamente está vivo, y podemos alabar al Señor. Una vez más tenemos un cielo despejado, un cielo que es como el firmamento de cristal asombroso sobre las cabezas de los seres vivientes. Debemos tener esta clase de experiencia no solamente en nuestra vida diaria, sino también en la vida de iglesia.
Siempre que tengamos tal cielo despejado en nuestra vida cristiana y en nuestra vida de iglesia, también tendremos el trono, el cual está sobre el cielo despejado (Ez. 1:26). El trono es el centro del universo y es donde está el Señor. Con frecuencia hablamos de la presencia del Señor, pero tenemos que comprender que la presencia del Señor siempre está con el trono. Allí donde está el Señor, también está Su trono. Su presencia es inseparable de Su trono. El trono del Señor está en el tercer cielo, pero Su trono también está en nuestro espíritu. Por tanto, el trono del Señor está con nosotros todo el tiempo.
Los cristianos y las iglesias locales debemos permanecer bajo un cielo diáfano como el cristal y que está en expansión. Por encima de este cielo despejado y en expansión está el trono del Señor. Al tener tal cielo despejado, espontáneamente estamos sujetos al gobierno del trono del Señor. Ahora nos encontramos bajo el gobierno y reinado del trono.
Siempre debemos estar sujetos al gobierno del trono del Señor. Debido a que estamos sujetos al trono, no necesitamos de policías ni de tribunales que rijan sobre nosotros. Si tenemos necesidad de ser gobernados por la policía y por los tribunales, esto significa que no estamos sujetos al trono.
Debemos permanecer sujetos al trono del Señor todo el tiempo. Quizás nos gustaría decir algo, pero el gobierno ejercido por el trono no nos permite decir nada al respecto. Apenas comenzamos a hablar, el trono ejerce su gobierno, y nos vemos obligados a tragarnos nuestras palabras. En otras ocasiones, tal vez nos enojemos y estemos a punto de perder los estribos, pero nos damos cuenta de que estamos sujetos al gobierno del trono y, entonces, somos subyugados. ¿Quién nos gobierna? No solamente somos gobernados por las enseñanzas de la Biblia, sino por el trono mismo.
Tanto en nuestra vida cristiana como en nuestra vida de iglesia, si el cielo está despejado, habrá un trono allí. Pero si nuestro cielo está nublado y oscuro, no veremos el trono. Cuando no vemos el trono, podemos ser negligentes y hacer muchas cosas regidos por nuestros gustos y conveniencia. En la actualidad son muchos los creyentes que son descuidados en lo referente a su vida cristiana diaria debido a que no tienen un cielo despejado con el trono encima de él. Siempre que los creyentes están en oscuridad y, por tanto, no están sujetos al trono, pueden ser muy negligentes, por lo cual hablan lo que se les antoja, expresan lo que quieren y van a donde quieren. Pero aquel que está sujeto al trono no tiene libertad para comportarse de tal modo.
En cierto sentido, debido a que hemos sido salvos, fuimos liberados; pero en otro sentido, estamos sujetos al trono y no tenemos ninguna libertad. Puedo testificar que a veces yo quería ir a cierto lugar, pero por causa del trono no tuve la libertad para ir allí. ¡Alabado sea el Señor por el cielo despejado y por el trono! Sobre nuestras cabezas está el firmamento, y encima del firmamento está el trono.
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