Conocer la vida y la iglesiapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8903-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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La única meta de la obra que el Espíritu Santo efectúa en nosotros es introducirnos en la experiencia de la muerte de cruz. El Espíritu Santo desea encontrar en nuestro ser un lugar y una abertura para Cristo; Él está forjando a Cristo en nosotros para que Cristo pueda manifestarse desde nuestro interior. A fin de que Cristo entre a nuestro ser, necesitamos ser quebrantados y ensanchados, y a fin de que Cristo se manifieste desde nuestro interior, nuestro hombre exterior debe ser derribado y muchas cosas en nosotros deben ser quebrantadas.
El resultado de la obra continua del Espíritu Santo en nosotros es que Él nos llama a recibir la cruz. La cruz realiza en nosotros una obra de quebrantamiento y demolición. Dios nos puso en la cruz, en Cristo, de modo que nuestra persona, que perturba y limita a Dios, pueda recibir los tratos de la cruz.
Después que hemos visto que la cruz trata con nuestra persona, el Espíritu Santo interiormente nos llama a experimentar la cruz día tras día y momento a momento. En nuestro vivir diario y en todas las cosas grandes y pequeñas, el Espíritu Santo nos corrige y nos pregunta: “¿Estás viviendo por ti mismo, o estás permitiendo que Cristo viva en ti?”. Si estamos dispuestos a obedecer la voz del Espíritu Santo en todo, el Espíritu Santo nos preguntará: “¿Es tu hombre natural la fuente de este asunto, o es Cristo la fuente? ¿Es llevado a cabo por el hombre natural o por Cristo?”. Estas preguntas nos llevan a recibir el quebrantamiento y la demolición efectuados por la obra de la cruz.
Cuando el Espíritu hace una obra aniquiladora en nosotros, somos introducidos en la muerte de cruz. Sin embargo, no nos es fácil recibir la cruz. Aunque hemos visto la luz con respecto a la cruz, y el Espíritu interiormente nos llama a venir a la cruz, no nos sometemos a Él con facilidad. No recibimos la cruz de una manera simple, incondicional y directa; no somos personas simples. Es muy difícil tratar con el hombre, y es muy difícil tratar con nuestro “yo”. No deberíamos negar esto delante de Dios. No importa cuánta luz recibamos, cuánta verdad escuchemos, cuán a menudo leamos la Biblia, cuánto Dios nos conmueva, ni cuantas lecciones aprendamos, todavía hay lugares en nuestro ser donde no queremos ser quebrantados por la cruz. Por eso es muy difícil tratar con nuestra persona.
A Dios le fue muy fácil crear el universo. Él creó todo de la nada. Sin embargo, es gravoso y difícil para Dios tratar con nuestra persona. Al crear el universo, Dios habló, y fue hecho; Él mandó, y subsistió (Sal. 33:9). El universo fue creado en un instante. No obstante, cuando Dios trata con nosotros, le puede llevar veinte o treinta años, y posiblemente no acabe de aplicarnos Sus tratos. Un carpintero que quiere modificar un mostrador o una mesa sólo se tomará dos o tres días para acabar el trabajo, aun si le lleva mucho tiempo y esfuerzo. Sin embargo, pueden pasar varios años e incluso varias décadas, y los tratos que Dios aplica al hombre no habrán acabado. Lidiar con el hombre es en verdad un gran problema.
Algunos no están dispuestos a recibir el quebrantamiento de la cruz aunque pasen por mucha disciplina; ellos pasan por muchas dificultades, pero aun así no pueden someterse. Sufren el trato y la disciplina de Dios por varios años, y sufren muchas cosas al punto que pareciera que ya no tienen fuerzas para estar en pie. Sin embargo, cuando uno los contacta, ellos no han cambiado en nada; permanecen intactos a pesar de que están llenos de heridas y cicatrices. Han sufrido mucho, pero son muy superficiales en el sentido de que experimentan muy poco aprendizaje y quebrantamiento, y tienen muy poca o ninguna experiencia de la cruz. Durante sus padecimientos, encuentran muchas dificultades —la esposa parte con el Señor, sus hijos se enferman, sus negocios fracasan y su salud se deteriora. Parece que para ellos todo son golpes y aflicciones, pero su persona no es quebrantada. A menudo creemos que los que pasan por muchas aflicciones y sufrimientos delante del Señor con seguridad han aprendido algunas lecciones, han recibido cierta gracia y experimentado el quebrantamiento de la cruz. Esto no es necesariamente cierto. Algunos pueden estar llenos de heridas y cicatrices y, al mismo tiempo, siguen intactos e inquebrantables sin aprender ninguna lección. Cuando nos encontramos con ellos, causan preocupación, pesar y dolor. Parece que cuanta más disciplina y aflicciones sufren, tanto más obstinados y duros se vuelven. Aunque ellos podrían ser comparados con una bola de algodón antes de sufrir los tratos disciplinarios, después que los han experimentado es como si ellos se hubieran convertido en una sólida piedra. ¡Esto es lamentable! Por consiguiente, debemos comprender que es difícil tratar con nuestra persona.
Nadie es fácil de tratar; todos somos personas difíciles. Es posible que las hermanas sientan que ellas son más mansas que los hermanos, pero hablando con propiedad, cuánto más mansa sea ella, más dura de tratar será. Muchas personas son de dura cerviz y sólo se someten ante una gran dificultad. Si golpeamos una pieza de vidrio, éste fácilmente se rompe; sin embargo, si golpeamos una pieza de hule, no se romperá, por mucho que lo intentemos. Los hermanos pueden compararse al vidrio, que se quiebra de inmediato, pero las hermanas pueden compararse al hule, que no se rompe por mucho que se le golpee. Dado que el hombre es un caso tan difícil, luego que éste cayó, Dios le asignó sufrimientos. Para el varón, Él le dio los sufrimientos fuera del cuerpo; para la mujer, Él le dio los sufrimientos dentro del cuerpo. Si le prestamos atención a la gracia, veremos que es más fácil tratar con los hermanos y más difícil tratar con las hermanas. En la vida de iglesia no necesitamos preocuparnos mucho si tenemos que confrontar a los hermanos, pero toma mucho más esfuerzo tratar con las hermanas porque a ellas no podemos convencerlas con razonamientos ni con sentido común. Si no podemos convencer a los hermanos mediante los razonamientos, podemos hacerlo empleando el sentido común; sin embargo, al tratar con algunas hermanas, somos totalmente incapaces de convencerlas. Ellas tienen sus propios razonamientos y su propio yo. Las hermanas a menudo piensan que sus razonamientos son correctos y que ellas son incluso la corporificación misma del sentido común; por consiguiente, sienten que todos deben ceder ante ellas. Es muy difícil tratar con las hermanas. Así que, bajo el plan de Dios, los sufrimientos a menudo son más difíciles para las hermanas que para los hermanos.
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