Cristo como la realidadpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-3063-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En la ofrenda de paz siempre se menciona el rociar de la sangre. Como ya hemos explicado, la sangre no se rociaba en el Lugar Santísimo sino alrededor del altar, en donde la gente disfrutaba y participaba de la ofrenda de paz. Esto se debe a que necesitamos ser rociados con la sangre cuando disfrutamos a Cristo. Los hijos de Israel no tenían derecho a disfrutar del cordero pascual sin antes haber untado la sangre en el exterior de las casas (Éx. 12:7-8). Esto significa que el disfrute de Cristo está bajo la cobertura de la sangre. Cada vez que venimos a la mesa del Señor, debemos darnos cuenta de que necesitamos ser cubiertos por la sangre, la cual nos redime y nos limpia. No tenemos ningún mérito de venir a la mesa del Señor aparte de Su sangre.
Al leer detalladamente 1 Corintios 10, vemos que la intención del apóstol Pablo era mostrarnos que el altar de los tiempos antiguos era un tipo de la mesa del Señor en los tiempos neotestamentarios. El pueblo de Israel tenía el altar, y hoy en día tenemos la mesa. Ellos tenían comunión alrededor del altar, y nosotros tenemos comunión alrededor de la mesa. Nuestra mesa es el altar, y el altar de ellos era la mesa. Según la tipología del altar, vemos claramente que la sangre era rociada alrededor de los cuatro lados del altar. Mientras ellos disfrutaban lo que había sobre el altar, podían ver la sangre rociada desde cualquier lado.
Hoy en día el principio es el mismo. Cada vez que venimos a nuestro altar, que es la mesa del Señor, para disfrutar y participar del Señor, debemos darnos cuenta de que necesitamos que Su sangre sea rociada. Muchas veces los santos me han preguntado por qué cuando alabo al Señor en Su mesa, siempre menciono la sangre. Me han hecho esta pregunta no sólo en este país, sino también en otros. Si ustedes me hiciesen la misma pregunta, entonces entenderé que ustedes no se han dado cuenta de cuánto necesitamos que la sangre nos limpie. No hay duda que ya hemos sido limpiados, pero necesitamos ser lavados todo el tiempo. Aún estamos en la carne, y nuestra carne es caída. No importa cuán buena, amable, pura o limpia consideren que es su carne, sigue siendo inmunda y caída. Aun si no estamos conscientes de que somos inmundos, la carne sigue siendo inmunda. Ninguna carne puede ser justificada por el Dios santo. Por lo tanto, cada vez que venimos a tener contacto con el Señor, necesitamos la sangre que nos limpia.
Algunos dirán que han sido victoriosos por muchos meses y que en todo este tiempo no se han enojado ni una sola vez; por lo cual ellos pueden pensar que están muy limpios y puros. Pero no importa qué tan buenos pensemos que somos; todos necesitamos que la sangre nos limpie a fin de poder disfrutar a Cristo. Por consiguiente, cada vez que venimos a la mesa del Señor, necesitamos aplicar la sangre. Venir a la mesa del Señor es completamente diferente de cuando tomamos una mesa en un restaurante. Lo que se pone sobre la mesa de un restaurante son cosas comunes, pero lo que se pone sobre la mesa del Señor son cosas santas. Por otro lado, nosotros somos muy sucios. A fin de tener contacto con estas cosas santas, necesitamos que la sangre nos limpie. Cada vez que venimos a la mesa del Señor, debemos aplicar la sangre limpiadora para poder disfrutar al Señor.
Otro punto sobre la ofrenda de paz es que hay diferencias en el aprecio que sentimos por el Señor. Esto se ve en los diferentes tamaños de las ofrendas. Algunos ofrecían una vaca, o sea, una ofrenda grande; otros traían un cordero, que es más pequeño; y otros incluso podían ofrecer una cabra. Todos sabemos que en la Biblia las cabras no denotan algo bueno. Las ovejas son buenas, pero las cabras no (Mt. 25:32-33). Entonces, ¿por qué la Biblia presenta algo que no es bueno como un tipo de Cristo? Es obvio que Cristo siempre es bueno; pero a veces, los que traemos a Cristo como un presente no somos buenos. No somos como un cordero, sino que más bien somos como una cabra con dos cuernos. Además, la cabra es algo más silvestre; no es tan domesticada como el cordero. A veces nos hemos percatado de que los amados hermanos que ofrecen a Cristo como la ofrenda de paz a Dios, son un poco salvajes. Nos parece que el oferente es como una cabra salvaje. No es apacible como un cordero; más bien es como una cabra.
Cristo en Sí mismo siempre permanece igual; Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Pero puede haber una diferencia en la forma en que presentamos y apreciamos a Cristo. Él se ve diferente en la ofrenda, pero no porque sea diferente en Sí mismo, sino debido a nosotros. A veces apreciamos a Cristo como una vaca grande, y otras veces como un pequeño corderito. Pero temo que la mayoría del tiempo nuestro aprecio por Cristo sea muy silvestre, salvaje, tal como una cabra. Así que necesitamos mejorar. El Señor no necesita mejorar, pero nosotros sí.
Existe una verdadera diferencia en la comprensión, experiencia y aprecio que nosotros tenemos de Cristo. Por tanto, hay una diferencia en la forma en que se presenta a Cristo. Lo que ofrecemos en las reuniones de la iglesia depende mucho de nuestra experiencia cotidiana de Cristo. Si experimentamos a Cristo en nuestra vida cotidiana de cierta manera, ciertamente cuando venimos a la reunión de la iglesia, presentaremos a Cristo de esa manera. Si lo experimentamos de una manera apacible, ciertamente presentaremos a Cristo en la reunión de forma apacible. Pero si lo experimentamos de una manera impetuosa, por supuesto que de la misma manera presentaremos a Cristo en la reunión. Lo que presentemos en las reuniones depende de lo que disfrutemos y experimentemos en nuestra vida diaria. Si disfrutamos más a Cristo, más lo presentaremos. Si lo disfrutamos menos, lo presentaremos menos.
Todos sabemos que en el cristianismo la mayor parte de los así llamados servicios, no dependen del oferente. En cierto sentido, tal vez no tengan ningún oferente. Los servicios principalmente tienen los miembros que se sientan en las bancas. Puesto que ellos no tienen oferentes, sus reuniones no dependen de los miembros, sino del orador. Si tienen un buen orador, ellos consideran que tienen un buen servicio. Pero si el orador es deficiente, ése es un servicio deficiente. Pero la reunión de la iglesia es diferente. Las reuniones de la iglesia no dependen de un orador, sino que dependen por completo de los oferentes. Aun si tenemos un orador malo, la iglesia puede tener la mejor reunión, ya que en la iglesia todos los oferentes son ricos. Ahora sabemos que la reunión de la iglesia no es como el servicio del cristianismo, sino una deleitable fiesta compuesta de todos los que aprehenden, experimentan y aprecian a Cristo. Ellos traen a su reunión al Cristo que han experimentado para ofrecerlo a Dios, y esta porción es el alimento de Dios.
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