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Vida que vence, Lapor Watchman Nee

ISBN: 978-1-57593-909-4
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Actualmente disponible en: Capítulo 1 de 11 Sección 4 de 4

Renuencia a obedecer la palabra de Dios

No sólo tenemos los pecados en el lado negativo, pues la Biblia nos muestra que ser negligentes delante de Dios en nuestra intención de obedecer Su palabra también es pecado. Hermanos y hermanas, ¿cuántos mandamientos de Dios han leído, y cuántos han obedecido? ¿Cuántas personas aman a sus cónyuges? Una hermana dijo en cierta ocasión que ella sabía que debía someterse a su esposo, pero siempre discutía un poco antes de someterse. Ella se dio cuenta con el tiempo de que nunca había tenido una verdadera sumisión según la norma de Dios. Esto, por supuesto, es pecado.

¿Cuántos cristianos piensan que estar triste es pecado? La Biblia dice que debemos regocijarnos siempre. ¿Cuántos cristianos han obedecido éste mandamiento? Debemos ver que estar triste es pecado. Todos los que no se regocijan, pecan. El mandamiento de Dios dice que por nada debemos estar afanosos. Si estamos llenos de ansiedad, hemos pecado. Según el mandamiento de Dios, estar triste y ansioso es un pecado. Claro que según el hombre, estar triste o ansioso no es pecado, pero la palabra de Dios dice que la tristeza y la ansiedad son pecados.

Debemos dar gracias en todo. Dios manda que demos gracias en todo. En todo debemos decir: “Dios, te agradezco y te alabo”. Aunque encontremos dificultades debemos decir: “Dios, te agradezco y te alabo”. Una mujer que tuvo nueve hijos pensaba que la palabra sobre no estar ansiosos estaba equivocada. Ella alegaba que una madre debe estar ansiosa. Creía que no estar ansiosa era un pecado. Ya había perdido dos hijos en medio de su ansiedad y creía que debía criar los otros siete con ansiedad. Esta hermana no entendía que la ansiedad era un pecado; pensaba que era su deber estar ansiosa.

Dios nos manda que nos regocijemos siempre y que por nada estemos ansiosos. También nos dice que demos gracias en todo. La victoria y la fuerza nos capacitan para obedecer lo que Dios manda. Los que no pueden vencer, no pueden guardar los mandamientos de Dios.

No darle a Dios lo que exige

Dios requiere que nos consagremos a El absolutamente y exige que le consagremos nuestra esposa y nuestros hijos. También requiere que le consagremos nuestras actividades enteramente a El y todo nuestro dinero. Todo cristiano quiere reservar algo para sí. Pero queridos hermanos y hermanas, debemos darnos cuenta de que en el Antiguo Testamento constaba el mandamiento del diezmo, de ofrecer una décima parte; pero en el Nuevo Testamento nuestra consagración debe ser de diez décimos. Nuestra casa, nuestra tierra, nuestra esposa, nuestros hijos e inclusive nosotros mismos, debemos consagrarnos a Dios plenamente.

Muchos cristianos temen que Dios les traerá aflicciones. Había un cristiano que tenía mucho temor de consagrarse a Dios. El dijo: “Si me entrego a Dios, ¿qué sucederá si El me envía sufrimientos?”. Le respondí seriamente: “¿Qué clase de Dios cree usted que es nuestro Dios? Si un hijo desobediente quiere volverse complaciente con sus padres y les dice que les obedecerá desde ese momento en adelante, ¿cree usted que sus padres le pedirán a propósito que haga lo que no puede hacer? Si lo hacen, entonces dejan de ser sus padres y se convierten en su juez. Pero si verdaderamente son sus padres, sin duda les importará su hijo. ¿Cree usted que Dios le traerá sufrimientos a propósito? ¿Cree que Dios lo va a tratar de engañar? Usted se ha olvidado de que El es su Padre”.

Hermanos y hermanas, solamente los que se consagran a Dios tienen verdadero poder. Pueden poner sus asuntos en las manos de Dios; pueden dejar a sus padres, madres, esposas e hijos en las manos de Dios. Pueden entregarle su dinero a Dios. Ellos no toman lo que Dios les ha dado para malgastarlo en el mundo. Ellos han consagrado sus propias vidas al Señor. Quienes temen consagrar a Dios sus pertenencias, sus bienes materiales y sus relaciones con los demás, no han vencido todavía. Cuanto más uno se consagra a Dios, más fuerza tiene. Aquellos que se consagran a El voluntariamente parecen motivarlo a tomar más. Parecen decirle a Dios: “Por favor, toma más”. Una vida consagrada es una vida de gozo, una vida de poder. Si uno no se consagra a Dios, no sólo ha pecado sino que carece de poder.

Estimar la iniquidad y no arrepentirse
de pecados que deben confesarse

Muchas personas han puesto fin a muchos de estos asuntos, pero en su corazón, no están dispuestas a reconocer que las cosas que han eliminado son pecados. Según Salmos 66:18, éstos estiman la iniquidad “en su corazón”. Sus corazones aman estos pecados y por ende, no están dispuestos a abandonarlos. No sólo tienen el deseo sino también cierto aprecio por estas cosas, las consienten y están renuentes a abandonarlas. Hay una estimación secreta por el pecado, un corazón que se resiste a reconocer los pecados como tales. Aunque nunca reconoceríamos nuestro amor por estas cosas y aunque nuestros labios jamás dirían que las amamos, nuestro corazón se va tras ellas antes de que nuestros pies las sigan. Muchas veces el pecado no es un asunto de comportamiento exterior, sino de un amor en el corazón. Si tenemos iniquidades que estimamos en nuestro corazón, necesitamos reconocerlas.

Muchas personas no sólo están inclinadas a la iniquidad, sino que también se rehúsan a reconocer muchos de sus pecados. Un creyente con frecuencia ofende a otro hermano. Cuando se le llama la atención sobre el asunto, rápidamente admite que ofendió al hermano. Luego trata de cambiar su comportamiento; comienza a tratar mejor al otro hermano, le da la mano con afecto y lo acepta con menos reservas. Hermanos y hermanas, lo máximo que podemos hacer es cambiar nuestra actitud, pero Dios no reconocerá esto. Dios no reconoce los cambios en nuestra actitud. Muchas cosas requieren restitución. El dinero debe ser devuelto. Aunque muchas personas no tienen tiempo de escuchar nuestras largas historias, de todos modos tenemos que confesar nuestros pecados.

En cuanto a la confesión, la Biblia nunca dice que debemos hablar detalladamente con otros de nuestros pecados, y tampoco dice que enumeremos nuestros pecados como una novela. El Señor dice: “Si tu hermano peca...” (Mt. 18:15). No importa cuántos pecados sean. Cuando un hermano se nos acerca y confiesa: “Hermano, he pecado contra ti”, tenemos que perdonarlo. Hay muchas cosas escondidas que no es necesario contar. No hay oído en la tierra digno de escucharlas ni oído capaz de soportarlas todas.

Hermanos y hermanas, ¿por cuántos pecados nuestro corazón aún siente apego? ¿Cuántos pecados aún no hemos sacado a luz? Si tenemos algún pecado, tenemos que vencerlo. A menos que venzamos, no podremos prevalecer sobre estos pecados.

VENCER ES NECESARIO Y POSIBLE

Hermanos y hermanas, si ustedes descubren que tienen alguno de los pecados mencionados, ciertamente necesitan vencer. No sé cuántas de estas ocho clases de pecados usted haya cometido. Quizás una o dos; tal vez más. Pero Dios no permitirá que uno ni dos ni más pecados lo enreden. Puede ser que usted observe unos cuantos defectos en un hermano, que detecte manchas en otro y unas cuantas faltas en un tercero. Pero no está bien tener tantos errores. No es necesario que tengamos estos errores. Debemos dar gracias al Señor y alabarlo porque todos los pecados están bajo nuestros pies. Démosle gracias al Señor y alabémosle. No hay pecado, por grande que sea, que tengamos que cometer. Demos gracias a Dios y alabémosle. No hay tentación tan grande que no pueda ser vencida.

La vida que el Señor ha dispuesto para nosotros es una vida de comunión ininterrumpida con Dios. Todo cristiano puede hacer la voluntad de Dios y puede ser totalmente librado de sus afectos naturales. Todo cristiano puede vencer el pecado completamente y también su carácter. El cristiano puede consagrarlo todo a Dios y ser librado del amor que le tiene al pecado. Demos gracias a Dios y alabémosle. Esta no es una vida idealista; es una vida que puede ser llevada a la práctica plenamente.

SEAMOS FRANCOS Y NO NOS ENGAÑEMOS
A NOSOTROS MISMOS

Tenemos que orar a Dios y pedirle que no nos deje engañarnos a nosotros mismos. Dios sólo puede bendecir a una clase de personas: las que son francas delante de El. En la predicación de Felipe vemos que la bendición de Dios sólo llega cuando la mentira se detiene. Debemos decir: “Oh Dios, te he mentido. Perdóname”. Cuando oramos de ésta manera, el Señor inmediatamente nos bendice. Hermanos y hermanas, quizás ustedes hayan dicho: “Oh Dios, satisfáceme”. Pero debemos entender que los que están insatisfechos no necesariamente tienen hambre. Para poder ser satisfechos debemos tener hambre. Cuando el hijo pródigo abandonó a su padre y lo malgastó todo, deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los cerdos. Nadie le daba nada. Esto es estar insatisfecho. Algunos se encuentran diariamente insatisfechos y procuran llenar su vientre con algarrobas. Una cosa es estar insatisfecho, y otra tener hambre. ¿Cómo podemos estar satisfechos cuando estamos débiles y cayendo constantemente? Aunque no estamos satisfechos, nos llenamos de cosas y vivimos esta clase de vida día tras día. No sólo necesitamos estar insatisfechos sino también tener hambre. El Señor solamente puede bendecir a una sola clase de personas en esta conferencia: las que tienen hambre. Dios no prometió satisfacer a los insatisfechos. Hermanos y hermanas, dejemos todas las mentiras. Ya le hemos mentido a Dios mucho tiempo. ¡Hemos fracasado! ¡Hemos fallado delante de Dios! Hacer esta confesión ante los hombres es una gloria para el nombre de Dios. Denle gracias a Dios y alábenlo. Todos los que son francos serán bendecidos. Denle gracias al Señor y alábenlo. Creo que muchos en esta ocasión tendrán un encuentro con Dios y que Dios los bendecirá.


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