Edificación de la iglesia, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7483-5
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Nuestro Dios es un Dios de propósito. Él es el gran Dios que tiene un gran propósito. Nosotros debemos ver cuál es este propósito. En los sesenta y seis libros de la Biblia, encontramos que Dios tiene un solo propósito. Es cierto que Dios ha realizado muchas cosas. Primero, Él creó los cielos y la tierra con millones de cosas; sin embargo, Su propósito no era la creación. En el Antiguo Testamento lo primero que vemos es la creación de Dios. Luego, en el Nuevo Testamento lo primero que vemos es la obra redentora de Dios. Dios ha proseguido de Su creación a Su redención; sin embargo, ni la creación ni la redención son el propósito de Dios. La creación es maravillosa, y la redención lo es aún más, pero ninguno de estos asuntos maravillosos es la meta de Dios. Por lo tanto, después de efectuar la redención, Dios continúa avanzando. La meta en la Biblia, como se nos revela al final de la misma, es una ciudad. La consumación de los sesenta y seis libros de la Biblia es la ciudad santa, la Nueva Jerusalén (Ap. 21—22). Esta ciudad es una edificación. Por consiguiente, el propósito de Dios, Su meta, es un edificio.
En los primeros dos capítulos de la Biblia, vemos la creación; y en los dos últimos capítulos vemos una edificación. La creación está al comienzo, y la edificación está al final. En medio de la creación y la edificación, tenemos la redención. Sin la creación no tendríamos un comienzo, sin la edificación no tendríamos un final; y sin la redención no tendríamos nada que nos sirva de puente para la gran brecha que hay entre la creación y la edificación. La redención es el largo puente entre los dos extremos de la Biblia. Hoy en día nos encontramos en el puente de la redención. Nosotros procedimos de la creación de Dios, fuimos redimidos y ahora seguimos adelante en Su redención hacia la meta de la edificación.
La creación, la redención y la edificación son tres grandes temas en la Biblia. Génesis 1:1a dice: “En el principio creó Dios”. La creación dio inicio a todo. Cada uno de nosotros empezó en Génesis 1:1. La obra creadora de Dios nos incluyó a todos nosotros. Sin importar cuál sea nuestra edad, todos fuimos creados en Génesis 1 cuando Adán fue creado. Nuestra existencia empezó, no con nuestro padre y madre, sino con Adán. Cuando Adán respiró por primera vez, todos respiramos. Todos apreciamos mucho la redención, y probablemente pensemos que la creación sólo está relacionada con Adán, y no con nosotros. Si pensamos que nuestra fuente es nuestro padre, debemos entonces preguntarnos de dónde provino nuestro padre, y después de cuál fuente provino nuestro abuelo. Si continuamos inquiriendo de esta manera, finalmente regresaremos a nuestra fuente, Adán. Todos empezamos a partir de la obra creadora de Dios. Después que fuimos creados, caímos y nos perdimos, pero después fuimos salvos. Hemos sido redimidos. ¡Damos gracias a Dios por Su obra de redención! En el Antiguo Testamento y más aún en el Nuevo Testamento, podemos ver este asunto precioso y crucial, el cual es la obra redentora de Dios. Sin embargo, la Biblia no termina con la creación ni tampoco con la redención; más bien, la Biblia concluye con otro asunto de suma importancia: la edificación.
En el primer libro del Nuevo Testamento, un día el Señor Jesús inesperadamente les reveló el asunto de la edificación a Sus discípulos. Pedro primero vio que Jesús era el Cristo de Dios y el Hijo de Dios; él debe de haberse sentido muy emocionado al recibir esta revelación. El Señor Jesús les preguntó a Sus discípulos: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?” (Mt. 16:13). Los discípulos le dijeron: “Unos, Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías, o uno de los profetas” (v. 14). Entonces el Señor Jesús les preguntó: “¿Quién decís que soy Yo?” (v. 15). Pedro entonces tuvo el denuedo de responder: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16). Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos. Y Yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia” (vs. 17-18a). Parecía que el Señor le estaba diciendo: “Pedro, tú recibiste la revelación acerca de Cristo, pero además de esto necesitas ver que Cristo ha sido dado para algo. Tú has visto a Cristo, pero Yo también te digo que edificaré Mi iglesia. Más aún, edificaré Mi iglesia sobre esta roca. Tú has visto que Yo soy el Cristo de Dios, pero además debes ver que estoy aquí por causa de Mi iglesia. Así como has visto al Cristo, ciertamente necesitas conocer Mi iglesia”. Cristo y la iglesia son el gran misterio (Ef. 5:32). Fue así como el Señor Jesús les reveló a Pedro y a los otros discípulos el asunto de la edificación.
Cada uno de los tres grandes apóstoles —Pedro, Pablo y Juan— vio el asunto de la edificación. Pedro en su primera epístola nos dice: “Vosotros también, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (2:5). En Efesios Pablo nos dice: “En quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el espíritu” (2:22). En Apocalipsis Juan nos muestra el edificio final y consumado de Dios, la Nueva Jerusalén (3:12; 21:2, 10). Por consiguiente, es claro que la meta de Dios es Su edificio. Hoy Él aún se encuentra en camino; este camino empezó con Su creación, continuó con Su redención y finalmente conducirá a Su edificio. Nosotros procedimos de la creación, nos encontramos en el puente de la redención y seguimos avanzando hacia la edificación. Esto es realmente maravilloso.
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