Impartición divina de la Trinidad Divina, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6710-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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En los dos mensajes anteriores hemos visto la visión central de la dispensación divina en los libros de Génesis y Éxodo. En este mensaje queremos ver la impartición de Dios en el resto de los libros del Antiguo Testamento, de Levítico a Malaquías. Al obtener una visión panorámica con respecto a estos libros, uno puede darse cuenta de que ellos principalmente abarcan tres cosas: en primer lugar, el disfrute de las riquezas de la buena tierra; segundo, la edificación del templo; tercero, el disfrute que se tiene del templo y en el templo.
Al final de Éxodo vemos una situación gloriosa. Había un pueblo, una entidad corporativa, que era la morada de Dios. La gloria de Dios los cubrió con su sombra y los llenó. Además, había muchas riquezas en el tabernáculo de las cuales podían disfrutar. Sin embargo, este disfrute aún no era pleno; por tanto, después de Éxodo los hijos de Israel fueron introducidos en la buena tierra. Aunque vagaron en el desierto por treinta y ocho años, finalmente, después de la experiencia del monte Sinaí, llegaron a Canaán donde entraron en la buena tierra.
El producto de la buena tierra tipifica las inescrutables riquezas de Cristo (Dt. 8:7-10; 11:11-12; Ef. 3:8). Principalmente en la buena tierra caía mucha lluvia y rocío (Dt. 11:11, 14; 33:28). Ellos tenían la lluvia temprana en el otoño y la lluvia tardía en la primavera, y todos los días recibían el rocío. La lluvia es más fuerte, pero el rocío es muy suave y delicado. A veces no soportamos un fuerte aguacero. En la tipología, la lluvia representa la gracia fuerte y rica de Dios, y el rocío representa la suave misericordia de Dios. Jeremías nos dijo que la misericordia del Señor es como el rocío: cada mañana es fresca (Lm. 3:22-23). Todos nos damos cuenta de que necesitamos la lluvia, pues sin ella moriríamos. Pero es posible que cuando llueve no nos guste. A veces cuando la lluvia de gracia desciende, nos sentimos atemorizados por ella. En cambio nos gusta mucho el suave rocío. En la buena tierra caía la lluvia y también el rocío.
Cuando la buena tierra fue maldecida debido al fracaso de los hijos de Israel, la lluvia se detuvo y toda la tierra de Canaán vino a ser una tierra seca, agostada por el calor. Hoy la situación entre los cristianos también ha llegado a ser semejante a una tierra seca y agostada, con muy poca lluvia y casi nada de rocío. Pero en el recobro la lluvia desciende muy a menudo, y todas las mañanas viene el rocío. Por lo tanto, disfrutamos del rocío cada mañana, el cual es sumamente fresco y refrescante.
En la buena tierra hay muchos montes y valles (Dt. 8:7b; cfr. 2 Co. 6:8-10). Algunos de la generación mayor prefieren una llanura en lugar de montes y valles. Los montes son difíciles de subir y después es peligroso bajar a los valles; sin embargo, necesitamos los montes y los valles. Continuamente tenemos que subir y tenemos que bajar. No debemos vivir en la llanura. Todo monte es el Señor Cristo. Cristo es nuestro monte alto, y Él también es nuestro valle profundo. A veces estamos en un monte elevado con Cristo, y otras veces estamos en lo profundo del valle con Cristo. La vida de iglesia debe estar llena de montes y valles. No nos agrada atravesar los valles; pero si no hubiera valles, no habría montes. Los montes toman la tierra de los valles. Si no tenemos montes, no tenemos valles. Y si no tenemos los valles, no tenemos un lugar donde retener el agua. Es en los valles que hay abundancia de agua.
Después de los montes y valles tenemos los arroyos de aguas, los manantiales y las aguas profundas (Dt. 8:7a; Jn. 4:14; 7:37-39). Éstos son símbolos del Espíritu vivificante. El Espíritu vivificante es el manantial. Cuando el manantial brota, se convierte en un arroyo; y cuando permanece en determinado lugar llega a ser las aguas profundas. El manantial es el origen, el arroyo es el curso y las aguas profundas son como un gran lago. Éstos son diferentes aspectos del Espíritu vivificante. Todas estas cosas —la lluvia y el rocío, los montes y valles, los manantiales, los arroyos y las aguas profundas— generan las riquezas de todo tipo de productos.
Allí hay trigo y cebada, abundancia de alimento, sin escasez y sin carencia alguna (Dt. 8:8-9). También hay árboles: las vides para producir vino, los olivos para producir aceite, las higueras para alimentar a la gente, y los granados que representan todas las riquezas de la vida (Dt. 8:8b). Luego tenemos la hierba que forma los pastos donde vive el ganado, del cual se obtiene la leche y la carne (Dt. 11:15). Incluso las abejas se alimentan de las flores y producen la miel. La buena tierra es una tierra que fluye leche y miel (Dt. 11:9; 32:13-14). Tanto la leche como la miel son producidas por dos clases de vida. La leche es producida por el ganado que vive de la vida vegetal, y la miel es producida por las abejas que se alimentan de las flores. Tanto la leche como la miel son producidas por dos clases de vida: la vida animal y la vida vegetal. Sin la vida animal sumada a la vida vegetal no se puede obtener ni leche ni miel. La vida de Cristo representa tanto la vida animal como la vida vegetal. Cristo como Cordero de Dios (Jn. 1:29) es la vida animal; y Cristo como grano de trigo es la vida vegetal (Jn. 12:24). La vida animal al combinarse con la vida vegetal produce la leche y la miel.
Del olivo se obtiene el aceite de oliva, y de la vid se obtiene el vino (Dt. 7:13; 8:8b). El aceite sirve para alumbrar y para ungir. En la vida de iglesia tenemos mucho aceite, mucho del Espíritu vivificante. El Espíritu vivificante nos alumbra y también nos unge. Asimismo, en la vida de iglesia tenemos el vino de la vid, el cual nos alegra y nos hace sentir contentos cada día. El día de Pentecostés la gente pensó que los discípulos estaban embriagados, debido a que estaban tan contentos (Hch. 2:13).
Deuteronomio 8:9 dice que la buena tierra es una tierra “cuyas piedras son de hierro, y de cuyos montes extraerás cobre”. La piedra y el hierro están mezclados; por un lado, es una piedra, pero, por otro, está llena de hierro. Tanto el hierro como el cobre son usados para la edificación y para hacer armas de guerra. David mató a un gigante con una pequeña piedra. En la antigüedad casi todas las armas se hacían de hierro o de cobre. En la vida de iglesia no sólo disfrutamos el trigo y la cebada, del olivo, la vid, la higuera y el granado, la leche y la miel, y el aceite y el vino para nuestro vivir, sino también disfrutamos las piedras, el hierro y el cobre, todo lo cual es útil para edificar y para pelear la batalla. En la vida de iglesia necesitamos las piedras llenas de hierro y el cobre con los cuales edificar y pelear la batalla. Mientras disfrutamos estamos edificando; y mientras edificamos estamos peleando. En el libro de Nehemías leemos que los hijos de Israel con una mano edificaban y con la otra sostenían la espada para combatir al enemigo (Neh. 4:17). La buena tierra es buena para disfrutar, para edificar y para pelear la batalla.
Cristo es la buena tierra. La buena tierra representa al Cristo todo-inclusivo. Nosotros, después de comer de Él y saciarnos de Él, bendeciremos a nuestro Dios (Dt. 8:10). El disfrute que tenemos de esta tierra tan rica produce un resultado: la edificación del templo (1 R. 8:10-11), que es mucho más grande que el tabernáculo. Además, el templo tiene un sólido fundamento; es un edificio sólido, colmado de piedras, hierro, cobre y oro. Cuando el tabernáculo fue erigido, la gloria de Dios descendió sobre él (Éx. 40:34-35); esto mismo ocurrió cuando concluyó la edificación del templo. La gloria de Jehová descendió y llenó el templo.
Esto fue la impartición de Dios mismo en Su pueblo escogido, lo cual es el punto central de la dispensación de Dios. El pensamiento en torno al cual gira la dispensación de Dios es simplemente la impartición de Dios mismo en Sus escogidos, a fin de que Él llegue a ser la vida y la naturaleza de ellos. Dicha impartición consiste en mezclar el ser de los que conforman Su pueblo con el ser divino de Dios. Esto es la humanidad saturada de la divinidad. Esto es la Bet-el universal, la casa de Dios, edificada en esta tierra con la humanidad.
Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.