Puente y canal de Dios, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-3840-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Dios es quien nos da equilibrio y nos regula. Sin Dios, nos vamos a los extremos; nos vamos demasiado a la derecha o a la izquierda. Pero siempre que permitamos que Dios sea nuestro centro, nuestra persona inmediatamente será equilibrada. Por ejemplo, si una persona pobre no tiene a Dios, sufre muchísimo. No piensen que es malo ser rico y que es mejor ser pobre. Debemos entender que así como las riquezas hacen pecar a la gente, también la pobreza las hace pecar. Muchas cosas inmorales y muchos robos son motivados por la pobreza. Esto se debe a que el hombre no permite que Dios lo regule y le dé equilibrio en su pobreza. Por otro lado, también hemos visto muchos santos pobres que temen a Dios y tienen a Dios en su interior. Cuando uno tiene contacto con estos santos pobres no se percibe en ellos una sensación de sufrimiento, sino la fragancia de Dios. Esto se debe a que ellos son influenciados y regulados por Dios. Por supuesto, los ricos también cometen muchos pecados. Si la regulación de Dios tuviera cabida en la riqueza del hombre, muchas cosas pecaminosas no serían hechas. Los ricos son derrochadores, se entregan a los placeres y malgastan su dinero porque están vacíos y no tienen a Dios, quien puede regularlos.
Hubo una pareja que amaba muchísimo al Señor. Ellos tenían un hijo que amaba mucho al Señor y estaba por casarse. La familia originalmente había planeado dar un gran banquete de bodas e invitar a muchos parientes y amigos. Sin embargo, puesto que pertenecían a Dios, ellos le presentaron este asunto al Señor para saber si Dios estaba contento con los planes que tenían. Pero después de que oraron un poco delante del Señor, de inmediato sintieron que lo que estaban planeando hacer era excesivo. Dios les mostró que habían muchos santos que ni siquiera tenían lo suficiente para cubrir sus necesidades básicas, como el alimento y el vestido. Por tanto, redujeron a una tercera parte los costos que originalmente habían calculado para la boda, y ofrendaron una tercera parte para los santos pobres y la otra tercera parte para imprimir tratados del evangelio. Este ejemplo nos muestra que incluso el asunto del matrimonio de nuestros hijos, debemos presentarlo delante de Dios y llevarlo a cabo en nuestra relación con Dios, para que pueda traer la verdadera bendición. Si el uso de las riquezas no es regulado por Dios, sin duda causará daño. El mundo actual es maligno porque tanto los pobres como los ricos comenten pecados; todos carecen de la regulación de Dios y no toman a Dios como su centro.
Una vez que una persona abandona a Dios, su vida carece de un centro que le dé cohesión. Por tanto, cada vez que tengamos que afrontar algo desagradable, debemos presentárselo a Dios; y entonces de inmediato experimentaremos a Dios, quien vendrá y nos dará equilibrio. Dios realizará en nosotros la obra de regularnos. Por general, cuando los padres de una persona fallecen, sus familiares y amigos vienen a consolarla. En esos momentos es muy difícil controlar la pena y el dolor que uno siente. Sin embargo, como cristianos que somos, podemos presentarle a Dios nuestro dolor y permitirle que nos equilibre. Si hacemos esto, Dios no nos permitirá que nos entristezcamos excesivamente. Asimismo, si nos sucede algo agradable, debemos presentárselo a Dios y permitirle que nos regule. Esto nos guardará de emocionarnos sobremanera. Hemos observado a algunas personas que son demasiado alegres y se enloquecen cuando tienen éxito en algo. Pero después, cuando algo adverso les pasa, su gozo se convierte en tristeza. Por consiguiente, debemos tener a Dios en nuestro gozo y en nuestro pesar, a fin de que nuestra vida no carezca de regulación.
Una vez tuve que viajar una larga distancia y escalar muchas montañas con otros hermanos para llegar a un área rural y poder predicar el evangelio allí. En esos días, debido a que no habían automóviles ni trenes, podíamos contratar a alguien para que nos transportara en una carreta. Cuando empezamos a subir una montaña, el hombre que tiraba la carreta tuvo que emplear toda su fuerza. Puesto que vimos que era muy agotador para él, decidimos subir la montaña a pie. Como era verano, después que agotamos nuestras fuerzas subiendo a la cima de la montaña, quedamos bañados en sudor. Así que después nos subimos nuevamente a la carreta, pero el viaje cuesta abajo resultó ser una experiencia aterradora. La carreta no tenía frenos y aunque el hombre que tiraba la carreta trataba de detenerla, no era capaz de hacerlo. Lo único que podía hacer era correr cuesta abajo. Así que fue algo aterrador. Después de esta experiencia, decidimos no usar más la carreta ni para subir ni para bajar la montaña. De la misma manera, debido a que muchas personas no tienen frenos en sus vidas, cuando pasan por malos momentos, se abaten sobremanera e incluso pueden cometer suicidio. Asimismo, cuando están contentas, su alegría se les sube a la cabeza, y desean entregarse desmedidamente a la comida y a la bebida. Esto se debe a que no tienen a Dios. Si los cristianos no permiten que Dios sea su centro, se irán al extremo cuando estén en situaciones de gozo o de pena.
Algunas personas a menudo se enojan cuando comen en su casa. Si la comida les sabe bien, se quejan de que no hay suficiente; y si sabe mal, se quejan de que se preparó demasiada comida. Incluso podrían enojarse al punto de volcar la mesa. No piensen que el hombre es capaz de reprimir su enojo. Únicamente las rocas y la madera jamás se enojan. Toda persona normal tiene su temperamento, el cual necesita ser regulado. Si permitimos que nuestro temperamento pase a través de Dios, será moderado. Algunos podrían preguntar: “¿Cómo podemos evitar enojarnos excesivamente?”. La única manera es que nos volvamos a Dios y esperemos un poco, permitiéndole a Él que nos traiga equilibrio cada vez que estemos a punto de enojarnos.
Incluso en los asuntos triviales de nuestra vida, como nuestro arreglo personal, debemos permitir que Dios nos regule interiormente, nos equilibre y se mezcle con nosotros. Nunca debemos pensar que la manera en que nos vestimos es sólo nuestro gusto personal. Cuando compramos nuestra ropa, la clase de tela, el color y el estilo, en todo ello debemos tener en cuenta a Dios. Si la manera en que nos vestimos es como para Dios, nuestra ropa y arreglo personal será equilibrado y beneficiará a otros, de modo que sean bendecidos. A veces puede parecer muy atractivo vestirnos a la moda, pero en realidad esto hace que otros se sientan incómodos e intranquilos. Si éste es el caso, la manera en que nos arreglamos no nos ha beneficiado en nada ni hace que otros se sientan cómodos.
Una vez cuando el doctor John Sung predicaba el evangelio en Hankow, vino una mujer vestida muy a la moda. Después de escuchar el evangelio, ella se sintió muy conmovida y quiso hablar más del asunto. Sin embargo, cuando ella se acercó al doctor Sung, él la reprendió severamente y la despidió. Por un lado, ella se sintió muy triste porque se había sentido verdaderamente conmovida; por otro lado, estaba muy enojada, pues pensaba: “¿Cómo puede un siervo de Dios reprenderme basado simplemente en mi aspecto físico?”. Así que se fue a su casa ventilando su enojo y llorando, y oró, diciendo: “Oh Dios, Tú no miras la apariencia exterior; Tú miras el corazón”. Sin embargo, mientras oraba, tuvo un sentir muy claro de parte de Dios, que le decía: “Tú has vuelto tu corazón a Dios interiormente, pero ¿por qué no vuelves también tu ser a Dios en el aspecto externo? ¿Por qué no haces que tu apariencia externa concuerde con tu corazón?”. Entonces dejó de llorar, cambió su apariencia externa, y fue a ver al doctor Sung nuevamente al día siguiente. Cuando el doctor Sung la vio, la recibió muy cálidamente.
Dios puede equilibrar todo lo relacionado con nuestro vivir. Si permitimos que Dios nos equilibre, esto redundará en un hermoso modo de vivir. Si una persona es equilibrada por Dios, ya sea en gozo, en enojo, en tristeza o en placer, su vida estará libre de complicaciones y será tranquila. Así, cuando dicha persona tenga que estar enojada, estará enojada, cuando deba estar contenta, estará contenta; cuando se vista, se vestirá adecuadamente; y cuando coma, comerá apropiadamente. Todo estará dentro del límite apropiado. Esta clase de vivir no lo puede lograr el hombre por sí mismo, sino que para ello debe permitir que Dios obre en él.
En cierta ocasión hubo un siervo del Señor en los Estados Unidos que se había mudado de su pueblo natal a otra ciudad. Cuando terminó de acomodar los muebles en su nueva casa, invitó a su padre, quien era muy anciano, para que viniera y conociera el lugar. Su padre le dijo que todo estaba muy bien, pero que había algo que le molestaba. En su curiosidad, el hijo le preguntó qué era, y el padre le respondió: “Cuando la gente entre en tu casa, ellos no sabrán si aquí vive un hijo de Dios o un hijo del diablo”. Este anciano temía mucho a Dios. Esto muestra que tener a Dios en lo que hacemos es un principio sumamente importante. Cuando decidamos hacer algo, debemos preguntarnos si Dios está en ello. Si el elemento de Dios está en nuestra decisión, nosotros exigiremos que en todo lo que hagamos, incluso en la manera de amoblar nuestra casa, Dios esté en ello.
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