Información del libro

Núcleo de la Biblia, Elpor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4442-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 17 de 20 Sección 1 de 5

CAPÍTULO DIECISIETE

LA IGLESIA COMO EL NUEVO HOMBRE

El libro de Efesios revela que la iglesia es también el nuevo hombre (Ef. 2:15; 4:24). Son muy pocos los cristianos —e incluso los maestros de la Biblia— que han visto que la iglesia es el nuevo hombre. Efesios 2:15 dice: “Aboliendo en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”. De los dos pueblos, judíos y gentiles, Cristo creó un solo y nuevo hombre. Esto demuestra que el nuevo hombre en Efesios no se refiere a un hombre individual, sino a un hombre corporativo. La iglesia como el Cuerpo, necesita que Cristo sea su vida; y como el nuevo hombre, necesita que Cristo no sólo sea su vida, sino también su persona. Un hombre no es como un árbol; un hombre contiene una persona. Un árbol sólo necesita vida, mas no una persona en su interior. En cambio, nosotros no sólo tenemos vida, sino también una persona en nuestro interior.

TOMAR A CRISTO COMO NUESTRA PERSONA

Tener a Cristo como nuestra persona es más elevado y más profundo que tenerle como nuestra vida. ¿Qué significa el que usted tome a Cristo como su persona? A menudo decimos que vivimos en virtud de Cristo. Pero ¿de qué manera vive usted en virtud de Cristo? ¿Es Cristo únicamente su vida, o también su persona? Supongamos que la esposa de un hermano lo contraría. Cuando surge este tipo de dificultades, la mayoría de cristianos diría que necesitan confiar en Cristo y pedirle que los ayude. Además de esto, es posible que nos percatemos de que necesitamos tomar a Cristo como vida. Sabemos que nuestra vida es inútil en estas circunstancias, pues nos enojamos con facilidad. Pero la vida de Cristo vence nuestro mal genio. Por lo tanto, en medio de la dificultad, este hermano podría decir: “Señor, confío en Ti. Mi vida es una vida que se enoja, pero Tu vida no es así”. Aunque esta clase de oración es buena, no es lo suficientemente adecuada. Cuando mi esposa me contraría, yo no digo: “Señor, confío en Ti. Ayúdame, Señor, con Tu vida”. Aunque en el pasado hice muchas veces este tipo de oración, ya no oro así. En lugar de ello, digo: “Señor, Tú eres mi persona. Si Tú vas a enojarte, entonces yo también me enojaré. Señor, ¿qué harás con mi querida esposa?”. Si el Señor dijera: “Todavía la amo”, entonces yo diría: “Amén, Señor, yo también la amo”. De esta manera, yo tomo al Señor como mi persona. Esto no tiene que ver con el hecho de vencer mi mal genio, tomando al Señor como vida, sino que tiene que ver totalmente con el hecho de vivir por Él, tomándolo como mi persona. Si el Señor me dijera que todavía ama a mi esposa cuando ella me contraría, interiormente me sentiría contento y diría: “Señor, estoy contento porque Tú estás contento; Tú eres mi persona. ¡Aleluya!”. Hay una gran diferencia entre tomar al Señor como nuestra vida y tomarlo como nuestra persona.

En mi ministerio dije con frecuencia en el pasado: “Señor, fortaléceme y dame el poder y las palabras que debo hablar”. Aunque algunas veces todavía oro así, muchas veces simplemente he orado: “Señor, ha llegado la hora en que debo ministrar la Palabra. Tú eres mi persona, Señor. ¿Vas a hablar Tú?”. Si el Señor me dice: “Sí, voy a hablar”, entonces le digo: “Señor, puesto que vas a hablar, yo también hablaré. Pero si decides no hablar, yo tampoco diré nada, porque Tú eres mi persona”. En el pasado oraba, diciendo: “Oh, Señor Jesús, por favor dame el mensaje que quieres que comparta”. Antes de salir de los Estados Unidos para venir a Alemania, algunos de los santos me preguntaron de qué iba a compartir en Stuttgart. Les dije que no sabía; y en verdad no lo sabía. Ni siquiera lo sabía aun después que llegué a Stuttgart. De hecho, no lo sabía ni aun la noche anterior a la conferencia. Sin embargo, sí sabía que yo no era la persona que hablaría, sino Cristo, quien es mi persona. Por consiguiente, esa noche dormí tranquilamente. A la mañana siguiente, dije: “Señor, ¿de qué vas a hablar en esta conferencia?”. Unos minutos después el Señor me dijo: “El núcleo de la Biblia”, y entonces respondí: “Amén, Señor”. En esta experiencia que les he compartido vemos que Cristo no sólo es nuestra vida, sino también nuestra persona. Somos el nuevo hombre, y Cristo es nuestra persona.

DAR MUERTE A LAS ORDENANZAS

No es nada sencillo tomar a Cristo como nuestra persona. Efesios 2:15 dice: “Aboliendo en Su carne la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en Sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz”. A fin de crear al nuevo hombre, Cristo tuvo que morir. La mayoría de los maestros de la Biblia diría que Cristo murió en la cruz para poner fin a nuestros pecados, el mundo, la carne y el viejo hombre. Aunque he leído muchos libros que hablan sobre la cruz, ninguno de ellos decía que Cristo murió en la cruz no sólo para acabar con el pecado, el yo y el viejo hombre, sino también para dar muerte a las ordenanzas a fin de que el nuevo hombre pudiera ser creado. Estas ordenanzas separaban a los judíos de los gentiles. Los judíos guardaban el Sábado y no comían cerdo, mientras que los gentiles no guardaban el Sábado y comían cerdo. A fin de crear un solo y nuevo hombre, Cristo tenía que dar muerte a todas las ordenanzas.

Sin embargo, los cristianos hoy tienen muchas ordenanzas. Aunque tal vez no estemos conscientes de ser controlados por ellas, de hecho nos controlan. Para algunos que nacieron y fueron criados en el cristianismo, sus conceptos se han convertido en sus ordenanzas. Por ejemplo, según sus conceptos, el servicio de adoración cristiana debe ser silencioso. Si un cristiano que tiene este concepto asiste a una reunión donde se escuchan gritos y alabanzas, no estará de acuerdo y querrá alejarse de los cristianos que participan en esa reunión. Su ordenanza en cuanto a que las reuniones deben ser silenciosas lo separa de aquellos cristianos que disfrutan alabar al Señor con gritos de júbilo.


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