Ministerio de la Palabra de Dios, Elpor Watchman Nee
ISBN: 978-0-7363-0700-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Cuando el ministro de la Palabra predica, no es suficiente que comunique palabras solamente. Si no hace frente a los obstáculos ya mencionados, no pasará nada, aunque tenga la luz, los pensamientos, la palabra interna, la memoria y el mensaje adecuado; todo ello será en vano. Si nuestros sentimientos son diferentes del que contiene el mensaje que Dios da, se crea un gran problema. No debemos tratar de identificarnos con el sentir de la Biblia de un modo superficial, sino que debemos hablar usando nuestros sentimientos cuando anunciamos con nuestro ser interno las palabras de la Biblia. La Palabra de Dios lleva consigo los sentimientos de Dios, y El espera que nosotros tengamos los mismos sentimientos. Cuando hablamos, nuestros sentimientos y nuestras palabras tienen que concordar. Nuestros sentimientos deben reflejarse en nuestras palabras. Sólo entonces dejaremos un impacto en los oyentes. En otras palabras, cuando nuestros sentimientos son comunicados con nuestras palabras, el Espíritu Santo toca a otras personas por medio de nuestros sentimientos.
¿En dónde radica el problema hoy? En que algunos cuentan con la revelación y la palabra, pero no tienen el fruto. ¿Cómo es posible que esto suceda? Esto se debe a que ellos no liberan su espíritu, y su espíritu no es liberado porque sus sentimientos tampoco lo son. Debido a ello, el Espíritu Santo no encuentra un canal por el cual comunicarse. Por tanto, aun cuando tenemos la luz y el debido mensaje, seremos infructuosos si nuestros sentimientos no están presentes. Debemos recordar que los sentimientos son necesarios para comunicar el mensaje. Necesitamos tener la luz, los pensamientos, la palabra interna, la memoria y las palabras adecuadas. Pero al proclamar la palabra, también necesitamos los sentimientos. El Espíritu Santo usa nuestros sentimientos para tocar a las personas. Tratar de tocar a otros solamente con nuestros sentimientos es una actividad externa y sólo transmite muerte; no es el ministerio de la Palabra. Si podemos llegar a otros con nuestros sentimientos, es porque tanto nuestro espíritu como el Espíritu Santo obran juntamente. En otras palabras, nuestros sentimientos tienen que concordar con nuestras palabras a fin de que ambos sean comunicados con intensidad. Sólo entonces operará en otros el Espíritu Santo al ministrarse la Palabra. Es un gran estorbo si el primer obstáculo que encontramos en nuestro mensaje somos nosotros mismos.
Hay hermanos que cuando se disponen a hablar, la primera barrera que afrontan al transmitir su carga es su propia persona. Ellos hacen lo posible por comunicar lo que desean, pero se enfrentan con el problema de que sus palabras no parecen ir muy lejos. Hay barreras que les impiden comunicar las palabras fácilmente. El mensaje no halla un canal apropiado. El mayor obstáculo son ellos mismos. Mientras hablan del amor del Señor, ellos no sienten dicho amor en absoluto. No se trata de si conocen o no el amor del Señor; lo que importa es si lo sienten. Puede ser que un hermano haya visto lo horrendo que es el pecado, pero cuando se dispone a hablar al respecto, quizá no esté consciente de lo pecaminoso que es el pecado. Sus palabras y sus sentimientos no concuerdan. Ello se debe a que no cuenta con los sentimientos apropiados. Si un hermano va a hablar acerca del dolor que uno experimenta al arrepentirse, pero él mismo no lo siente, sus palabras no llegarán a los oyentes. Si él mismo no se siente mal, su audiencia tampoco se sentirá mal. Si ministramos la Palabra a los demás es porque ellos no tienen el sentimiento ni los pensamientos ni la luz. Nosotros vimos lo pecaminoso que es el pecado, pero ellos no. Si queremos que ellos lo vean, nosotros debemos sentir lo que decimos, pues sólo entonces los afectaremos y les podremos transmitir nuestro mensaje con el sentimiento apropiado. Debemos tocar sus sentimientos y hablarles hasta que ellos vean lo mismo que nosotros. Si carecemos de sentimientos o si nuestros sentimientos no son útiles, los sentimientos de los demás no serán tocados. Las palabras de Jorge Whitefield eran muy convincentes cuando él hablaba del infierno. En ocasiones las personas que lo oían se asían a las columnas del edificio donde estaban por temor de deslizarse y caer en el infierno. Su mensaje acerca del infierno estaba cargado de sentimientos. Aquello era como si el infierno se abriera frente a los pecadores. Debido a que él hablaba con tales sentimientos, su espíritu, juntamente con el Espíritu Santo, acompañaban las palabras. Es por eso que las personas eran tan conmovidas que se asían a las columnas del edificio por temor a caer en el infierno.
Si alguien es descuidado en las palabras, no estará consciente de cuánto lo limitan sus sentimientos. No comprenderá que sus palabras son vanas y que lo que anuncia es infructuoso. Si tomamos en serio el asunto de ser ministros de la Palabra y de hablar a la audiencia, descubriremos que nuestros sentimientos a menudo son inútiles, pues veremos cuánto nos estorban. Esta primera barrera ciertamente nos detiene. Es posible que necesitemos proclamar un mensaje severo, pero cuanto más hablamos, más débiles nos sentimos, pues nuestros sentimientos no están a la par de nuestro mensaje. Nuestras palabras son estrictas, pero nuestros sentimientos no. Cuanto más hablamos, menos se percibe la seriedad del asunto. Nuestros sentimientos no logran expresar lo que expresan nuestras palabras, y lo único que hacemos es levantar la voz. Hay muchos hermanos que lo único que saben hacer es gritar; sin embargo, sus gritos no están dirigidos a los demás sino a ellos mismos. Cuando hacen esto, los demás perciben que carecen de sentimientos. Hay personas que cuando hablan usan la mitad de su energía luchando internamente, debido a que sus sentimientos son muy limitados. Tienen que hablar hasta producir en ellos mismos los sentimientos, hasta que asciendan a cierto nivel, a fin de transmitir el mensaje. Las palabras que deberían ser dirigidas a los demás son dirigidas al ministro primero debido a que él mismo es un obstáculo a su propio mensaje. Es un problema bastante serio el que muchas personas experimentan cuando, al empezar a predicar la Palabra, descubren que ellos mismos son un impedimento. Aunque desean anunciar la Palabra de Dios, no tienen el debido sentimiento. Sus sentimientos y sus palabras no se complementan y, en consecuencia, su mensaje no halla salida.
Debemos ver que el ministro de la Palabra necesita que sus sentimientos concuerden con su mensaje, pues de lo contrario, no es apto para dicho ministerio, ya que no puede expresar eficazmente sus palabras; ellas quedarán encerradas dentro de él. Esto es muy delicado. El problema yace principalmente ahí. Tenemos un mensaje, pero nuestros sentimientos discrepan con él. Aunque estamos conscientes de la seriedad de lo que debemos comunicar, nuestros sentimientos no están a ese nivel. Al comunicar el mensaje, nuestros sentimientos deben ir con él. Pero descubrimos que nuestros sentimientos están ausentes. Si una persona predica sin sentir lo que está diciendo, nadie le creerá, y su mensaje será inútil aunque grite con todas sus fuerzas. Mientras habla, sus palabras no llevan consigo el debido sentimiento. De hecho, es posible que tenga la sensación de que lo que está haciendo es extraño y le parezca que está haciendo algo artificial. ¿Cómo es posible que otros crean un mensaje de esa índole? Sólo podemos esperar que otros crean nuestras palabras si nosotros mismos las creemos y les imprimimos el debido sentimiento. Si al hablar nos sentimos fríos e insensibles y nos damos cuenta de que nuestros sentimientos en realidad no van a la par de nuestras palabras, podemos estar seguros de que no estamos comunicando nuestro espíritu ni el Espíritu Santo, y nuestro mensaje no tendrá ningún poder.
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