Estudio-vida de Levíticopor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6571-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Aunque el holocausto no tiene como finalidad redimir, hace expiación a favor de quien lo ofrece (Lv. 1:4). Por esta razón, el holocausto tiene que ser la ofrenda de una vida poseedora de sangre que pueda ser derramada. Todo animal del ganado, del rebaño o perteneciente a las aves tiene sangre que puede ser derramada. La sangre es necesaria para obtener el perdón. “Sin derramamiento de sangre no hay perdón” (He. 9:22).
El holocausto debía ser un animal fuerte y joven. Esto significa que debía estar lleno de fuerzas y lozanía, sin ninguna señal de debilidad ni vejez. En Levítico 1 el macho representa fuerzas, y el hecho de que fuese joven representa lozanía. En un sentido espiritual, Cristo era macho, lleno de fuerzas, y también era joven, lleno de lozanía. Él era fuerte y lozano. Aunque Cristo es longevo, Él nunca envejece. Él es siempre fuerte y lozano. En Él no hay debilidad ni vejez.
El holocausto tenía que ser sin defecto. Esto significa que no podía tener ninguna tacha ni mancha. Como holocausto, Cristo no tiene defecto ni mancha alguna (1 P. 1:19; He. 9:14).
El holocausto era ofrecido a la entrada de la Tienda de Reunión (Lv. 1:3), o sea, en el atrio del tabernáculo. El atrio representa la tierra.
El holocausto, ofrecido sobre el altar en el atrio, era aceptado delante de Jehová (v. 3). El altar representa la cruz. La cruz en la que Cristo se ofreció estaba en la tierra, pero Él se ofreció delante de Dios. Él se ofreció en la tierra y fue aceptado por Dios y ante Dios.
Levítico 1:4-6 también habla del oferente.
Levítico 1:4 dice del oferente: “Pondrá su mano sobre la cabeza del holocausto, el cual será aceptado a favor suyo para hacer expiación por él”. El oferente no sólo debía traer la ofrenda, sino también poner su mano sobre ella.
Según las Escrituras, la imposición de manos siempre significa identificación, unión; no significa sustitución. Poner nuestras manos sobre la ofrenda significa que somos uno con la ofrenda y que ella es uno con nosotros. Por tanto, la imposición de manos une a ambas partes.
Al poner nuestras manos en Cristo como nuestro holocausto, somos unidos a Él. Nosotros y Él, Él y nosotros, llegamos a ser uno. Tal unión, tal identificación, indica que todas nuestras debilidades, deficiencias, faltas y defectos son llevados por Él y que todas Sus virtudes llegan a ser nuestras. Esto no es un intercambio, sino una unión.
Tal vez nos percatemos de que no somos aptos y de que somos un caso perdido; ésta es nuestra verdadera condición. Pero cuando ponemos nuestras manos sobre Cristo, nuestros defectos son llevados por Él, y Sus cualidades, Sus virtudes, llegan a ser nuestras. Además, en un sentido espiritual, en virtud de tal unión Él se hace uno con nosotros y vive en nosotros. Y al vivir en nosotros, Él repite en nosotros la vida que llevó en la tierra, la vida de holocausto. En nosotros mismos no podemos llevar esta clase de vida, pero Él sí puede vivirla en nosotros. Al poner nuestras manos sobre Él, le hacemos uno con nosotros y nos hacemos uno con Él. De esta manera, Él repite en nosotros la misma vida que Él llevó. Esto es lo que significa ofrecer el holocausto.
La imposición de nuestras manos sobre Cristo, el holocausto, no simplemente tiene que ver con una identificación, sino que también guarda relación con la expiación, o la propiciación. La palabra propiciación significa que se da solución a los problemas que nosotros tenemos con Dios y que Dios tiene con nosotros. Poner nuestras manos sobre Cristo no solamente nos hace uno con Él, sino que también resuelve nuestros problemas, haciendo propiciación por nuestra situación delante de Dios y capacitándonos para tener paz con Dios.
Anteriormente teníamos problemas con Dios, y Dios tenía problemas con nosotros. Pero Cristo hizo propiciación por nuestra situación ante Dios y se ocupó de todos estos problemas. Ahora simplemente necesitamos poner nuestras manos sobre Él. Una vez que pongamos nuestras manos sobre Cristo, los problemas que existan entre nosotros y Dios y entre Dios y nosotros, quedarán resueltos. Por consiguiente, la imposición de nuestras manos sobre el holocausto también tiene como finalidad hacer propiciación.
“Degollará el novillo delante de Jehová; y los hijos de Aarón, los sacerdotes, presentarán la sangre, y la rociarán sobre el altar y alrededor del mismo, el cual está a la entrada de la Tienda de Reunión” (v. 5). La ofrenda era degollada para que la sangre fuese derramada y así hubiera perdón. La sangre era rociada sobre el altar y alrededor del mismo a fin de que Dios aceptara la ofrenda incinerada sobre el altar.
El versículo 6 dice que la ofrenda debía ser desollada y cortada en trozos. Cristo, nuestro holocausto, sufrió esta clase de maltrato. Él fue desollado y cortado en trozos.
La piel del holocausto es la expresión externa de su belleza. Por tanto, desollar tal ofrenda es despojarla de su expresión externa. La acción de desollar el holocausto indica que Cristo estuvo dispuesto a permitir que se le despojara de la manifestación externa de Sus virtudes. Cuando Cristo fue crucificado, le despojaron de Su ropa. Esto indica que Él fue “desollado”.
Que la ofrenda fuese cortada en trozos significa que Cristo estaba dispuesto —sin reserva alguna— a dejar que todo Su ser fuese quebrantado. Como nuestro holocausto, Cristo, con toda Su vida e historia, fue cortado en trozos.
Si Cristo no fuese nuestro holocausto, nosotros tendríamos que sufrir la muerte, ser desollados y ser cortados en trozos. Debemos tener esto presente cada vez que ofrezcamos Cristo a Dios como holocausto. También debemos tener presente que Él fue inmolado, despojado de Su expresión externa y cortado en trozos. Todos estos sufrimientos eran necesarios para que Cristo hiciera la voluntad de Dios. Cristo hizo la voluntad de Dios al ir a la cruz para ser inmolado, desollado y cortado en trozos.
Si nos percatamos de que necesitamos a Cristo como nuestro holocausto, sentiremos la necesidad de orar como es debido. La oración apropiada simplemente consiste en poner nuestras manos sobre el Señor. No debemos orar diciendo: “Señor, ten misericordia de mí y haz algo por mí”. Esta clase de oración es muy objetiva. Debemos poner nuestras manos sobre el Señor a fin de ofrecer una oración subjetiva. En tal oración podríamos decir: “Señor, pongo mis manos sobre Ti para identificarme contigo y para que Tú te identifiques conmigo”. Siempre que, mediante la oración subjetiva, ponemos nuestras manos en Cristo, entonces el Espíritu vivificante, que es Cristo mismo sobre quien pusimos nuestras manos, comenzará inmediatamente a moverse y operar dentro de nosotros para vivir en nosotros una vida que sea apta para el holocausto.
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