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Lo que el reino es para los creyentespor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-7228-2
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Actualmente disponible en: Capítulo 2 de 10 Sección 2 de 6

EL REINO DE DIOS ES
SU GOBIERNO EN LOS CREYENTES

Después de ser salvos, todos percibimos que hay una Persona dentro de nosotros que nos dirige. El hermano Nee una vez contó la historia de algo que ocurrió cuando fue a una montaña para un tiempo de descanso. En la montaña estuvo comiendo en la casa de un mecánico. Este hombre nunca había ido a la escuela; era analfabeta. Además, a este hombre le gustaba beber vino, y tenía la costumbre de beber vino antes de las comidas. Como su esposa conocía bien su costumbre, siempre le servía vino antes de las comidas. El hermano Nee finalmente le predicó el evangelio, ayudándolo a que fuera salvo, le leyó la Biblia cada día y le explicó la verdad. Después de recibir al Señor Jesús, el mecánico poco a poco aprendió a leer un poco de la Biblia. Un día, a la hora de la comida, su esposa le puso vino en la mesa como de costumbre; pero cuando inclinó la cabeza para dar gracias por la comida, no pudo decir ninguna palabra e interiormente se sintió muy incómodo. Debido a esto, fue a buscar la Palabra de Dios, deseando aprender lo que Dios dice acerca de beber vino. Sin embargo, no pudo encontrar este asunto en la Biblia. Él quería preguntarle esto al hermano Nee, pero él ya se había ido y no regresaría hasta después de unos cuantos meses. Su esposa le dijo: “Simplemente bebe por ahora. Le preguntaremos al hermano Nee de este asunto cuando volvamos a verlo”. Después de pensarlo un poco, debido a que creía que su esposa tenía razón y que a Dios no le importaría un asunto tan insignificante, decidió beber. Pero, como cosa extraña, no pudo beber; sencillamente no podía tomar vino. Finalmente, le dijo a su esposa: “Llévate el vino”. Fue sólo después que quitaron el vino que pudieron gozosamente pedir la bendición del Señor y comer juntos.

El Señor Jesús no le dijo a este hermano que no bebiera, tampoco se lo dijo un predicador y él mismo no pudo encontrar ningún versículo en la Biblia que le prohibiera beber. ¿Por qué entonces él no bebió el vino? Cuando el hermano Nee le preguntó sobre este asunto, el hombre, usando una expresión muy común en chino, dijo: “Tengo un ‘Jefe Residente’ en mí. Él no me permitía beber”. El hermano Nee entonces le dijo: “Muy bien, hermano. Usted debe seguir escuchando a este ‘Jefe Residente’ que mora en usted”. Este “Jefe Residente” que está en nosotros es Aquel que nos gobierna interiormente.

EL GOBIERNO DE LOS CIELOS HACE
QUE EL PUEBLO CELESTIAL SEA EL REINO DE DIOS

Toda persona salva tiene una experiencia similar. Una vez que somos salvos y hemos recibido al Señor como nuestro Salvador, de inmediato sentimos que hay un Jefe en nosotros, que hay una Persona en nosotros que nos dirige. En el pasado alguien puede habernos estado supervisando exteriormente, pero en cuanto dejara de supervisarnos, hacíamos lo que queríamos. Sin embargo, desde el día de nuestra salvación hay una Persona que nos dirige interiormente. A veces quizás no haya nadie controlándonos externamente, pero la Persona que está en nuestro interior sí nos controla. Este control es la autoridad real, la autoridad celestial, el gobierno de los cielos en nosotros y el reino que viene a nosotros. Como resultado, no sólo somos salvos para entrar en el reino, sino que también llegamos a ser parte del reino.

Si todos los que somos salvos nos sometemos al gobierno del reino, seremos el reino y el reino de Dios será nosotros. Dios nos hará Su reino. No sólo seremos salvos por Dios e introducidos en Su reino, sino que también llegaremos a ser Su reino. Las personas verán que el cielo reina dentro de nosotros. No estaremos bajo el gobierno de la ley de los hombres, sino bajo el gobierno de algo más elevado, el gobierno de la autoridad celestial.

Todos hemos conocido a un hermano recientemente salvo, respecto a quien sus colegas, vecinos y familiares han preguntado: “¿Qué le ha pasado a esta persona? ¿Quién puede haberlo vuelto así? Él no viola los derechos de los demás ni adquiere los malos hábitos de la sociedad. Nunca hemos visto a nadie como él. Él es verdaderamente un santo. Es justo y no pelea con las personas ni busca sus propios intereses”. Ellos no saben qué le ha ocurrido, pero nosotros sabemos que la autoridad celestial ha entrado en él.

Había un hermano que era muy competente y muy cómico. Antes de ser salvo, él era el centro de atención en todas las cenas de gala que había entre sus colegas; una fiesta sin él era aburrida y nada divertida. Además de ser listo y talentoso, él era alto y de aspecto muy llamativo, por lo que era muy popular entre sus colegas. Un día escuchó el evangelio y fue salvo, y al cabo de un año o dos de ser salvo, todo su ser había cambiado completamente.

Él continuó haciendo su trabajo como lo había hecho antes. Cuando sus colegas se reunían, él todavía se reunía con ellos, pero algo había cambiado. Cuando sus colegas bromeaban, él cuando mucho sólo sonreía sin unirse a ellos. No importa cuánto ellos trataran de tomarle el pelo, él no bromeaba como solía hacerlo. A veces ellos se enojaban y trataban de provocarlo, pero él aún no respondía nada. Él incluso todavía asistía a algunas de las fiestas de gala que daban sus colegas, pero por lo general sólo se sentaba allí calladamente. Otros bebían, pero él no bebía; ellos fumaban, pero él no lo hacía. No importa cuánto alboroto hicieran, él simplemente se sentaba allí calmadamente. Al comienzo todos lo molestaban y no podían creer que lo que veían era real. Decían: “Tú sabes actuar muy bien, y ahora nos estás queriendo gastar una broma, fingiendo que eres alguien que cree en Jesús. ¿Acaso crees que no hemos visto a personas que creen en Jesús? Nunca hemos visto a nadie como tú. Tú te ves muy real. Tú sí que eres el mejor creyente de Jesús que hay en el mundo”. Él nuevamente sonreía y no respondía. Él no estaba fingiendo, pues un cambio había ocurrido en él.

Después de algún tiempo, muchos de sus colegas testificaron que él realmente había creído en Jesús y que si alguno de ellos creyera en Jesús, lo seguiría. Sin embargo, otro grupo de sus colegas se le opuso mucho, porque ahora no les resultaba conveniente participar en prácticas deshonestas para su propio provecho mientras trabajaran con él. Anteriormente, era él quien tomaba la iniciativa en tales prácticas. Pero ahora que las había dejado, espontáneamente surgió una oposición de parte de estos colegas. No obstante, todos notaban que él era diferente y estaban perplejos, pues no sabían por qué se había vuelto tan extraño. Él realmente había cambiado.

Un día fuimos a su ciudad a predicar el evangelio. Él estaba muy gozoso y nos invitó a su casa para un banquete de amor y para tener comunión. Cuando su esposa supo que deseaba invitarnos, dijo: “Muy bien”. Sin embargo, cuando llegamos, nos sirvió sobras. Mientras el hermano comía con nosotros, había lágrimas en sus ojos. Él dijo: “Estoy terriblemente apenado”. Sin embargo, nosotros de corazón le dimos gracias al Señor y lo alabamos porque nuestro hermano realmente había cambiado. Con el tiempo, su esposa también observó el cambio maravilloso en su esposo, pues anteriormente él había sido una persona muy irascible, y ella le tenía miedo. Pero ahora no se enojaba, aun si ella le tiraba las cosas; en vez de enojarse, él se retiraba a su cuarto, se arrodillaba y oraba. Esto conmovió grandemente a su esposa, y con el tiempo ella también fue salva y experimentó un cambio.

Con el tiempo, muchas personas fueron salvas a causa del testimonio de este hermano. Muchos de sus colegas fueron salvos junto con sus esposas. ¿Cómo pudo este hermano experimentar semejante cambio? Cuando le preguntamos al respecto, dijo: “Hermanos, el Señor vive, y Él vive en mí. Cuando estoy a punto de enojarme, Él no me lo permite. Todavía tengo mi carne; pero cada vez que me enojo, Él me gobierna y me prohíbe enojarme. Anteriormente, el comportamiento de mi esposa me hacía enojar, pero ahora el Señor en mí es mi Jefe viviente. Él me prohíbe enojarme y no me lo permite”.

Éste era el gobierno de los cielos, el reino, que había venido a él. El reino había entrado en él. La autoridad del reino estaba en él, y él estaba en el reino. Además, debido a que la autoridad del reino estaba en él, él había llegado a ser parte del reino. La salvación que Dios nos otorga lo había hecho parte del reino. Cuando lo conocimos, pudimos percibir claramente que había una autoridad en él. Esta autoridad no era la ley de una nación de la tierra, sino la ley del cielo, una ley celestial, una autoridad celestial, un gobierno celestial, que había venido sobre él y había entrado en él. Por consiguiente, él era verdaderamente parte del reino.


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