Línea central de la revelación divina, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8224-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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La economía divina procede de la voluntad, propósito, beneplácito y consejo de Dios; así que, la voluntad, propósito, beneplácito y consejo de Dios tienen como fin la impartición divina. Todo lo que Dios ha logrado tiene un solo propósito. Este propósito consiste en que Dios se imparta a Sí mismo en Su pueblo escogido.
La impartición divina de la economía divina es consumada por medio de la Trinidad Divina. Cuando comencé a hablar de la Trinidad Divina en este país, le dije a la gente que no debe considerar a la Trinidad como una simple doctrina teológica. La Trinidad Divina no es asunto de doctrina, sino de nuestro disfrute. En 2 Corintios 13:14 se nos muestra esto: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. La Trinidad —Dios, Cristo y el Espíritu Santo— se revela aquí con amor, gracia y comunión. Esto es revelado para nuestra experiencia y disfrute del Dios Triuno.
La Trinidad es para nuestra experiencia, pero si la Trinidad no pudiera ser impartida en nosotros, ¿cómo la podríamos experimentar? El alimento es para nuestro disfrute, pero si no pudiéramos comerlo, digerirlo y asimilarlo en nuestro cuerpo, ¿cómo lo podríamos disfrutar? El alimento debe ser impartido en nuestro cuerpo de tal manera que lo podamos disfrutar. En 2 Corintios 13:14 se nos muestra una clase de impartición. Dios el Padre, quien es amor, está corporificado en Dios el Hijo, quien es la gracia. La gracia es impartida en nosotros por medio de la comunión del Espíritu. La comunión del Espíritu Santo es simplemente el fluir y el impartir en nosotros de lo que el Dios Triuno es y tiene. El Dios Triuno es amor con gracia, y la gracia con el amor viene a ser el fluir. Este fluir es la comunión, y la comunión es la impartición del Dios Triuno en nuestro ser para nuestra experiencia y disfrute.
La naturaleza divina es impartida en los creyentes en Cristo por medio de la elección de Dios el Padre, y la vida divina es impartida en virtud de la predestinación de Dios el Padre (Ef. 1:4-5). Efesios 1:4 dice que Dios el Padre nos escogió en Cristo para que fuésemos santos. Nos escogió para santificación. Ser santo tiene que ver con la impartición. Si la naturaleza divina de Dios no es impartida en nuestro ser, no tenemos el elemento con el cual ser santificados. Por naturaleza somos como un fangoso pedazo de barro. ¿Cómo podríamos llegar a ser de oro a menos que se mezcle con nosotros algún elemento de oro? No hay nada en el universo que sea santo excepto Dios mismo. Cuando el elemento divino y santo de Dios es impartido en nosotros los hombres de barro, llegamos a ser santos. Para ser santos, necesitamos que el elemento santificador sea impartido en nuestro ser.
Efesios 1:5 dice que Dios nos predestinó para filiación. Predestinar significa marcar de antemano. Si usted va a una tienda para comprar duraznos, primero escoge los duraznos que quiere comprar y luego los marca. Fuimos escogidos por Dios y marcados para ser hechos Sus hijos. La filiación tiene que ver con la impartición. Si la vida de Dios como elemento divino no fuera impartida en nosotros, ¿cómo podríamos ser hijos de Dios? Para que seamos hijos de Dios por nacimiento, es menester que el elemento divino de Dios como vida sea impartido en nosotros. Efesios 1:4 y 5 indican claramente que la naturaleza santa de Dios y Su vida deben ser impartidas en nuestro ser para que podamos ser hechos santos y ser Sus verdaderos hijos.
El elemento divino, por el cual los creyentes en Cristo son hechos la herencia excelente de Dios, es impartido en los creyentes por medio de la redención de Dios el Hijo con miras a la economía de Dios de la plenitud de los tiempos, de hacer que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas (vs. 7-10). Dios el Hijo, Cristo, nos ha redimido. Esto implica que estábamos perdidos. Antes que fuéramos salvos, habíamos caído en, por lo menos, cuatro categorías de problemas: el pecado, el yo, Satanás y el mundo. Por medio de Su muerte redentora, Cristo nos redimió de estas cosas negativas para Sí mismo. Nosotros estábamos en el pecado, en el yo, en Satanás y en el mundo, ¡pero ahora estamos en Cristo!
La frase en Cristo implica una esfera, un ámbito y un elemento. Estábamos en Adán, y Adán era nuestra esfera. En Adán éramos seres caídos, pero ahora hemos sido redimidos y puestos en Cristo. Cristo ha llegado a ser nuestra esfera y nuestro ámbito. Cristo también es nuestro elemento. Su elemento es el elemento divino, la sustancia divina. Estar en Cristo significa estar en el elemento divino. Día tras día Cristo mismo es forjado en nosotros para llegar a ser nuestro elemento. Si no tuviéramos a Cristo como nuestro elemento, ¿cómo podríamos ser llamados cristianos? Somos cristianos porque tenemos a Cristo como nuestro elemento. Una copa es de oro porque tiene el elemento de oro. Si una copa no tiene ningún elemento de oro, no puede llamarse una copa de oro.
Hoy en día estamos en Cristo, quien es nuestro elemento. Este elemento nos ha hecho un tesoro excelente para llegar a ser la herencia de Dios (v. 11). En nosotros mismos somos pedazos de barro, indignos de ser Su herencia. Lo que Dios desea heredar es algo excelente. Debido a que Cristo ha llegado a ser nuestro elemento, nosotros venimos a ser excelentes por este elemento. Por lo tanto, Dios nos hereda como Su herencia. Para que seamos tal herencia, el elemento divino, que es Cristo mismo, debe ser impartido en nosotros.
Cuando yo era joven, dudaba de mi salvación porque no tenía mucho del elemento divino. Un día estaba leyendo el libro El progreso del peregrino, de John Bunyan. Cuando llegué al capítulo en el que el cristiano recibió un “certificado” que garantizaba su salvación, inmediatamente dejé de leer y empecé a preguntarme si yo tenía tal certificado. El “certificado” era la fe. En aquel entonces comencé a dudar de mi salvación, y estaba muy turbado. Luego, lo verifiqué con las Escrituras, leyendo porciones tales como Juan 3:15-16 y 36, y las leía una y otra vez. Dudaba de mi salvación porque no tenía mucho del elemento de Cristo. Cristo no había sido constituido en mi ser, así que yo dudaba. Sin embargo, hoy en día no tengo dudas acerca de mi salvación porque en mí hay una acumulación de Cristo; ahora tengo una mayor cantidad de Cristo en mi interior. El elemento de Cristo ha sido impartido en mí y todavía está siendo impartido en mí.
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