Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 079-098)por Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7011-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Ya abarcamos la obra del Espíritu en Juan el Bautista, en los santos durante el período de transición y en Cristo. Ahora consideraremos la obra del Espíritu para redargüir al mundo; después, procederemos a considerar los muchos aspectos de la obra del Espíritu en los creyentes.
Juan 16:8-11 revela que la obra del Espíritu consiste en convencer al mundo, a la humanidad, de pecado, de justicia y de juicio: “Cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en Mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”. El Espíritu siempre redarguye al mundo con respecto a estos tres asuntos: el pecado, la justicia y el juicio. El pecado entró por medio de Adán (Ro. 5:12), la justicia es el Cristo resucitado (1 Co. 1:30) y el juicio está destinado para Satanás, quien es el autor y la fuente del pecado (Jn. 8:44). En Adán nacimos del pecado. La única manera de ser libres del pecado es creer en Cristo, el Hijo de Dios. Si creemos en Él, Él será justicia para nosotros, y nosotros seremos justificados en Él (Ro. 3:24; 4:25). Si no nos arrepentimos del pecado que está en Adán, y no creemos en Cristo, el Hijo de Dios, permaneceremos en pecado y por la eternidad participaremos, juntamente con Satanás, del juicio destinado a él (Mt. 25:41).
En Juan 16:8-11 la obra de redargüir que realiza el Espíritu se relaciona con tres personas: Adán, Cristo y Satanás. En Adán todos nos convertimos en seres caídos, pero podemos creer en Cristo y ser justificados. Debido a que Cristo, en Su muerte, fue aceptado por Dios, Dios le levantó de entre los muertos, y ahora Él ha llegado a ser justicia para todo aquel que cree en Él. Satanás, la fuente de la muerte, ha sido juzgado y destruido mediante la muerte de Cristo (He. 2:14). Los tres asuntos principales tratados en estos tres versículos están relacionados con estas tres personas: el pecado guarda relación con Adán, la justicia guarda relación con Cristo y el juicio guarda relación con Satanás. Nosotros nacimos de Adán, pero habiendo creído en Cristo le recibimos como nuestra justicia. Sin embargo, todos aquellos que no creen en Cristo sufrirán el juicio designado para Satanás. Debido a que ellos siguen siendo seguidores de Satanás, tendrán el mismo destino que Satanás.
Cuando el Espíritu viene, Él convence a los incrédulos, los pecadores caídos, de pecado, justicia y juicio. Los pecadores, nacidos en Adán, tienen que creer en el Cristo resucitado a fin de que puedan tener a Cristo como su justicia. Si ellos no creen, serán juzgados por Dios al igual que Satanás. Cuando el evangelio es predicado apropiadamente, en los oyentes debe surgir el deseo de no permanecer en Adán sino de ser trasladados a Cristo. Estas personas serán entonces regeneradas y salvas. Para estas personas, el Espíritu que redarguye se convertirá en el Espíritu que regenera (Jn. 3:6), el Espíritu de vida (Ro. 8:2) y el Espíritu de realidad, el cual mora dentro de ellas (Jn. 14:17).
El Espíritu vino a nosotros para convencernos de pecado, justicia y juicio. Nosotros nos arrepentimos y creímos en el Señor Jesús, por lo cual escapamos del juicio que pende sobre Satanás. Fuimos trasladados de Adán a Cristo. Además, llegamos a ser hijos de Dios y miembros de Cristo. Ahora podemos ser llenos y saturados del Dios Triuno, quien se imparte constantemente en nosotros y se está mezclando con nosotros.
Comencemos ahora a considerar la obra del Espíritu en los creyentes para la impartición divina. Aunque el Espíritu opera sobre los creyentes y en ellos, la principal parte de Su obra es realizada en ellos, y sólo una pequeña parte es realizada sobre ellos. Así como el Espíritu Santo operó principalmente en Cristo y no sobre Él, del mismo modo el Espíritu opera principalmente en los creyentes y no sobre ellos. Esta obra que el Espíritu realiza en los creyentes tiene por finalidad la impartición divina.
En Lucas 15:8-9 el Espíritu es comparado a una mujer que encuentra una moneda perdida al encender una lámpara, barrer la casa y buscar cuidadosamente la moneda. Esto significa que el Espíritu ilumina a los pecadores en sus corazones mediante la palabra de luz dada por Dios para buscarlos a fin de que se arrepientan y se vuelvan a Dios.
En 1 Pedro 1:2 se nos indica que el Espíritu santifica, separa, a los pecadores arrepentidos para la obediencia y la aspersión de la sangre de Jesucristo, esto es, para que crean en la redención de Cristo a fin de que ellos lleguen a ser poseídos por el Señor. Al mismo tiempo que el Espíritu ilumina a los pecadores, yendo en búsqueda de ellos para traerlos a Dios, Él los santifica separándolos para el Señor.
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