Secreto de la salvación orgánica que Dios efectúa: "El Espíritu mismo con nuestro espíritu" Elpor Witness Lee
ISBN: 978-1-57593-319-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Lucas 15 revela que el Dios Triuno busca a los pecadores perdidos. El hombre fue creado por Dios pero cayó, y ahora los hombres caídos son pecadores perdidos. No obstante, Dios seguía amando al género humano perdido y cumpliría Su deseo con miras a Su beneplácito; hace dos mil años el Dios Triuno vino a rescatar a los pecadores perdidos.
El segundo de la Trinidad Divina, el Hijo, vino a buscar a los pecadores perdidos, lo cual realiza fuera de ellos de una forma objetiva, igual que un pastor busca sus ovejas perdidas (Lc. 15:4). El buscó a los pecadores perdidos exteriormente en la cruz. Juan 10 comprueba que la búsqueda de Cristo es objetiva, fuera de nosotros, en la cruz. El Señor Jesús dijo: “Yo soy el buen Pastor; el buen Pastor pone Su vida por las ovejas” (v. 11). Por medio de la muerte en la cruz el Señor Jesús puso Su vida por nosotros. De este modo nos buscó objetivamente en la cruz.
Luego el tercero de la Trinidad Divina, el Espíritu, viene a buscar a los pecadores perdidos usando la Palabra iluminadora dentro de ellos en su corazón de una forma subjetiva, como la mujer que enciende una lámpara para buscar la moneda que se le perdió (Lc. 15:8). Mientras que el Hijo busca objetivamente en la cruz, el Espíritu busca de modo subjetivo en el corazón del pecador. Primero, a los ojos de Dios somos ovejas perdidas, y en segundo lugar, somos monedas perdidas. Eramos seres perdidos y comunes, pero el Dios Triuno vino a santificarnos para que no fuéramos comunes. Esta es la santificación inicial que lleva a cabo el Espíritu por la cual separa al pecador perdido de los demás conduciéndolo al arrepentimiento ante Dios para que reciba la redención de Cristo (1 P. 1:2; véase el capítulo dos, punto II.1.a.). Aquí la palabra para significa “que da por resultado”. La santificación inicial del Espíritu da por resultado el arrepentimiento.
Comencemos ahora examinando el secreto de la regeneración.
El Espíritu de realidad, quien santifica a los pecadores perdidos conduciéndolos al arrepentimiento, los convence de tres cosas: de pecado, el cual procede de Adán; de justicia, la cual procede de Cristo; y de juicio, el cual pertenece a Satanás (Jn. 16:8-11). El pecado procede de Adán. Todos nacimos pecadores en Adán, y por consiguiente todos somos pecaminosos. Pero Dios puede rescatarnos, y esto es un asunto de justicia, la cual no sólo procede de Cristo sino que es El mismo. En Cristo y por El, Dios nos rescató del pecado y nos hizo justos. Eramos pecadores, pero al creer en Cristo, llegamos a ser justos delante de Dios. El juicio pertenece a Satanás. Todo aquel que no cree en Cristo y que, por ende, no es justo, sufrirá el juicio de Satanás.
El Espíritu viene a convencer de pecado, de justicia y de juicio, lo cual está relacionado con tres personas: Adán, Cristo y Satanás. El pecado entró por medio de Adán (Ro. 5:12), la justicia es el Cristo resucitado (Jn. 16:10; 1 Co. 1:30), y el juicio pertenece a Satanás (Jn. 16:11), quien es el autor y la fuente del pecado (8:44). En Adán nacimos del pecado. La única manera de ser liberados del pecado es creer en Cristo, el Hijo de Dios (16:9). Si creemos en El, El llega a ser justicia para nosotros, y nosotros somos justificados en El (Ro. 3:24; 4:25). Si no nos arrepentimos del pecado que está en Adán y si no creemos en Cristo, el Hijo de Dios, permaneceremos en el pecado y recibiremos el juicio de Satanás por la eternidad (Mt. 25:41). Estos son los componentes principales del evangelio. El Espíritu usa estos puntos para convencer a los pecadores perdidos.
Juan 3:3 y 5 nos dicen que la palabra regeneración significa un nuevo nacimiento. El Espíritu convence a los pecadores para que nazcan de nuevo del agua (el agua del bautismo, que representa la muerte) y del Espíritu (quien santificó a los pecadores apartándolos de los demás, y quien es la realidad de la resurrección) en el espíritu de ellos vivificado por Cristo en resurrección. El agua del bautismo indica que si queremos ser regenerados, debemos admitir que sólo servimos para ser puestos en la cruz con Cristo y sepultados. Esto significa que hemos terminado y que nuestro pasado, nuestra historia, ya no existe. Puesto que el Espíritu que nos santifica es la realidad de la resurrección, cuando lo tenemos a El, tenemos la resurrección, y ésta nos regenera.
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