Lecciones de vida, tomo 4por Witness Lee
ISBN: 978-0-87083-296-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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1) El arrepentimiento: “El arrepentimiento para el perdón de pecados” (Lc. 24:47).
Arrepentirse ante Dios es el primer paso para que los pecadores reciban el perdón de sus pecados.
2) La fe: “Todos los que en El [en Cristo] creen recibirán perdón de pecados” (Hch. 10:43).
Por el lado negativo, arrepentirse es alejarse de los pecados, mientras que por el lado positivo, creer es creer en Cristo. Creer en Cristo es entrar en El y unirse a El. Este es el segundo paso para que recibamos el perdón de nuestros pecados. Este paso sigue inmediatamente el arrepentimiento.
1) Temer a Dios: “Pero en ti hay perdón, para que seas temido” (Sal. 130:4, heb.).
El perdón de nuestros pecados por Dios, hace que le temamos. Cuanto más disfrutamos de este perdón, más le tememos.
2) Amar a Dios: “Sus muchos pecados le son perdonados, porque amó [la mujer pecadora] mucho” (Lc. 7:47).
Esto es lo que el Señor Jesús dijo con respecto a la mujer pecadora cuyos pecados El había perdonado. La cláusula “porque amó mucho” no se refiere a la razón por la cual el Señor la perdonó. Más bien, se refiere al testimonio de haber sido perdonado por el Señor. Que ella amó tanto al Señor testificó que ella fue perdonada mucho por el Señor. Cuanto más nos perdona el Señor, más le amamos. Por lo tanto, amar al Señor es un resultado de ser perdonados por El.
1) “El [Dios] es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados, y limpiarnos de toda injusticia” (1 Jn. 1:9).
Esta palabra aquí nos muestra que la limpieza que Dios hace de nuestros pecados sigue de cerca Su perdón de nuestros pecados. Cuando perdona nuestros pecados, al mismo tiempo nos limpia de nuestros pecados.
1) “Lávame, y seré más blanco que la nieve” (Sal. 51:7); “Aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Is. 1:18).
Cuando Dios perdona nuestros pecados, nos exime del castigo por los pecados; cuando Dios nos limpia de nuestros pecados, El borra las huellas de nuestros pecados. Si solamente hubiera el perdón de pecados y no la limpieza de pecados, aunque nuestros pecados fuesen perdonados, aún permanecerían las huellas de nuestros pecados. El perdón es un procedimiento legal, mientras que la limpieza es una verdadera borradura. Con respecto a la justa ley de Dios, nuestros pecados necesitan ser perdonados. Con respecto a las huellas del pecado en nosotros, nuestros pecados necesitan ser lavados. Por consiguiente, en la plena salvación de Dios, El no sólo quita nuestro registro de pecado ante El conforme a la justicia de Su ley, sino que también limpia las huellas de los pecados en nosotros. Su limpieza de nuestros pecados nos hace tan blancos como la nieve y la lana. La limpieza que nos hace tan blancos como nieve es una limpieza posicional, por fuera; la limpieza que nos hace tan blancos como lana es una limpieza de nuestra naturaleza, por dentro.
1) “La sangre de Jesús Su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7).
La limpieza que Dios hace de nuestros pecados es de dos aspectos. Uno es en nuestra posición exterior, mientras que el otro es en nuestra naturaleza interior. La limpieza posicional y exterior que Dios hace de nuestros pecados es por medio de la sangre del Señor Jesús. La sangre del Señor Jesús, el Dios-hombre, nos limpia de todo pecado, exterior y posicionalmente.
1) “El cual [Cristo] ... habiendo efectuado la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas” (He. 1:3).
Esto se refiere al Señor Jesús, quien nos purificó de nuestros pecados ante Dios de una vez por todas, por el derramamiento de Su sangre en la cruz, haciéndonos así posicionalmente puros ante Dios y ante Su ley.
1) “La sangre de Cristo ... purificará nuestra conciencia de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo” (He. 9:14).
La sangre del Señor no limpia nuestro corazón, sino nuestra conciencia por dentro. Puesto que la sangre del Señor nos limpia de nuestros pecados ante Dios y ante Su ley, la sangre también purifica nuestra conciencia ante ella misma, permitiéndonos así servir a nuestro Dios vivo con confianza.
1) “El lavamiento de la regeneración” (Tit. 3:5); “Mas ya habéis sido lavados ... en el Espíritu de nuestro Dios” (1 Co. 6:11).
Estos dos versículos nos muestran la vida de Dios que nos regenera y el hecho de ser limpiados por Su Espíritu. Esta es una limpieza interior en nuestra naturaleza por Su vida y por Su Espíritu. Cuando somos regenerados, recibimos la vida de Dios y tenemos al Espíritu de Dios morando en nosotros. Cuando la vida de Dios crece en nosotros y Su Espíritu se mueve en nosotros, tiene lugar una función metabólica que quita y lava las impurezas de nuestra naturaleza, es decir, de nuestra manera de ser. Así, disfrutamos de la limpieza de pecados en la plena salvación de Dios, tanto en nuestra posición exterior como en nuestra manera de ser interior.
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