Revelación crucial de la vida hallada en las Escrituras, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-1-57593-811-0
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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La mesa del Señor también nos es un banquete. Semanalmente, al ir nosotros a la mesa del Señor, tenemos un banquete. Anteriormente, cuando yo asistía a los servicios de la llamada comunión, nunca me dijeron que la cena del Señor era una mesa, un banquete. Me enseñaron que debía tomar la comunión santa al examinarme primero para ver si era pecaminoso o no. Me preguntaba acerca de mi corazón, mi mente y mis pensamientos. Me preguntaba cómo me había comportado con mis padres, mis maestros, mis compañeros de clase, mis vecinos y mis amigos. Luego me enseñaron que debía recordar al Señor acordándome de que El era Dios, quien se hizo hombre, nació en un pesebre, y así sucesivamente. Sin embargo, no me dijeron que en la mesa del Señor tenía que disfrutarle, es decir, que debía comer de El y beber de El. Examinarnos y recordar lo que el Señor ha hecho por nosotros ciertamente no es incorrecto. No obstante, el hecho de que recordemos al Señor simplemente comiendo y bebiendo, o sea, disfrutándole, concuerda con el concepto divino.
En 1 Corintios 11:24-25 se dice: “Esto es Mi cuerpo que por vosotros es dado; haced esto en memoria de Mí ... Esta copa ... la bebáis, en memoria de Mí”. Recordar verdaderamente al Señor es comer el pan y beber la copa (v. 26), es decir, participar del Señor, disfrutarle a El, quien se nos ha dado mediante Su muerte redentora. Comer el pan y beber la copa es recibir al Señor redentor como nuestra porción, nuestra vida y nuestra bendición. Esto es recordarle de manera genuina. Entonces, recordamos al Señor no al pensar en El, sino al comerle, beberle y disfrutarle. La mesa del Señor es una proclamación semanal, una declaración hecha para todo el universo de que nosotros disfrutamos diariamente a Cristo como nuestro alimento y bebida. El es nuestro banquete, nuestro disfrute.
Finalmente, cuando El venga, los creyentes vencedores se unirán a El para disfrutar un banquete en la cena de bodas del Cordero (Ap. 19:7, 9). Ese banquete de bodas, el cual es universal y único en su género, durará mil años. El banquete de mil años será el día de bodas para Cristo, porque para con el Señor mil años son como un solo día (2 P. 3:8). Durante los mil años, la iglesia es la novia, y después del mil años, la iglesia es la esposa (Ap. 21:9-10). La diferencia entre una novia y una esposa radica en que la novia sólo es novia el día de bodas. Después del día de bodas, la novia se convierte en la esposa. En el día de bodas, se ven el novio y la novia; al día siguiente, el esposo y la esposa. El reino milenario, el cual durará mil años, será el día de bodas para Cristo, en el cual los creyentes vencedores estarán con Cristo, disfrutando Su cena de bodas.
El evangelio es un banquete que durará la eternidad; por consiguiente, la mesa del Señor nunca tendrá fin. Ahora la mesa del Señor es un anticipo del sabor pleno que tendremos en la eternidad. Finalmente el sabor pleno reemplazará nuestro anticipo actual. En la mesa de ese banquete, disfrutamos a Cristo mismo, quien es nuestra comida y bebida. Comemos a Cristo (Jn. 6:35, 57) y bebemos el Espíritu (Jn. 7:37-39; 1 Co. 12:13), quien también es Cristo mismo (1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17).
Comer y beber de Cristo también se revela en el Evangelio de Juan. Por todo el Evangelio de Juan, el Señor Jesús se refiere a Sí mismo como nuestra vida (10:10; 4:14; 6:35; 7:38; 14:6). En el primer capítulo del Evangelio de Juan, un libro que muestra la manera en que el Señor Jesús como vida puede satisfacer las necesidades de todos los hombres, hay cinco puntos principales: Dios, el Verbo, la carne, el Cordero y la vida. En el principio era el Verbo, y el Verbo era Dios (Jn. 1:1). Este Verbo, quien era el propio Dios, se hizo carne (v. 14), lo cual significa que se hizo hombre. Como hombre El es el Cordero de Dios (v. 29), nuestro Redentor, y también es nuestra vida (1:4; 10:10). El Evangelio de Juan empieza con Dios, el Verbo, la carne, el Cordero y la vida.
En el capítulo dos del Evangelio de Juan hay un acontecimiento maravilloso: una cena de bodas (vs. 1-11). Cuando yo era joven, estudié esta porción de la Palabra. Entendí el capítulo uno pero no entendí el capítulo dos. No sabía lo que significaban las bodas ni el agua que fue cambiada en vino. Ahora tengo mucha más comprensión. En la cena de bodas descrita aquí, el vino se acabó, entonces el Señor Jesús pidió a los que servían que llenaran con agua las seis tinajas de piedra. Estas tinajas se empleaban en los ritos judíos de purificación por agua, los cuales demuestran el intento, por parte de la religión, de limpiar a la gente por medio de ciertas prácticas muertas. Pero el Señor cambió en vino el agua que estaba en las tinajas, la cual fue usada para purificación. ¡Este vino no sirve como limpieza externa, sino como una bebida! ¡Debemos olvidarnos de cuán sucios estamos por fuera y beber al Señor como nuestro vino interior! Por muy limpios y purificados que estemos exteriormente, puede ser que aún así estemos muertos por dentro. El Señor Jesús no vino simplemente para limpiar nuestro exterior, sino para que nosotros bebamos de El. El Señor convirtió el agua en vino, cambiando el elemento de limpieza en un elemento que se bebe.
La vida del Señor es un banquete; su fin no es purificarnos, ni limpiarnos externamente, sino que la bebamos, que la ingiramos. La bebida que ingerimos por dentro hará el trabajo de limpiar. Lo que bebemos nos limpia, no desde afuera, sino desde el interior. Esta es una limpieza metabólica, una limpieza hecha por la vida. No es una limpieza hecha de manera externa, sino una limpieza metabólica desde el interior y por la vida.
Ahora aprecio mucho Juan 2. En muchos lugares, cuando me pedían que predicara el evangelio, usaba Juan 2. He dicho a las personas: “Ustedes son las seis tinajas de agua porque, ya que el hombre fue hecho el sexto día (Gn. 1:26, 31), el número seis representa al hombre. Necesitan el vino; necesitan la vida. No intenten mejorarse o corregirse. Esto sería simplemente tratar de limpiarse o purificarse. No necesita el agua que limpia, sino el vino que usted puede beber”. Juan 2 nos muestra que nuestra necesidad no es ser limpiados exteriormente sino beber, a saber, recibir algo en nuestro interior. La idea que se encuentra en Juan 2 es el de beber y comer al Señor.
En el capítulo tres, Nicodemo, un maestro muy erudito y culto y un hombre mayor con mucha experiencia, vino al Señor y le dijo: “Rabí, sabemos que has venido de Dios como maestro” (3:2). El concepto humano consiste en que necesitamos un maestro y más enseñanzas. El Señor Jesús es muy sabio. El no discutió con Nicodemo ni lo reprendió, ni habló demasiado con él. Después de escucharle, el Señor Jesús respondió: “De cierto, de cierto te digo: El que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios” (3:3). Con estas palabras Nicodemo quedó realmente perplejo. Es posible que pensara: “Yo vine para que Tú me enseñaras, o sea, vine buscando enseñanzas. Reconozco que Tú eres un rabí, un maestro, pero no entiendo lo que quieres decir con eso de nacer de nuevo. Un hombre viejo como yo no puede regresar al vientre de su madre y volver a nacer. ¿Qué tipo de enseñanza es ésta?”
El Señor Jesús indicó a Nicodemo que nacer de nuevo no significaba regresar al vientre de su madre y volver a nacer. Nacer de nuevo es nacer del agua y del Espíritu (v. 5). Lo que es nacido de la carne, carne es (v. 6). Aun si Nicodemo pudiera haber entrado en el vientre de su madre y volver a nacer, no habría seguido siendo el mismo Nicodemo, la misma carne. Necesitaba algo más. Tenía que nacer del Espíritu. “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (v. 6). Las palabras del Señor dejaron a Nicodemo totalmente sorprendido. Si usted o yo estuviéramos allí, a nosotros también, junto con Nicodemo, nos habría dejado sorprendidos el lenguaje celestial del Señor.
El Señor Jesús continuó hablando con Nicodemo, diciéndole que como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así era necesario que El como Hijo del Hombre fuese levantado (3:14). Todas las personas moribundas, habiendo sido mordidas por las serpientes, tenían que mirar la serpiente de bronce levantada por Moisés. Todos los que vieron la serpiente de bronce vivieron (Nm. 21:7-9). El Señor estaba allí para que Nicodemo lo mirara. Nicodemo tenía que creer en El; como resultado tendría la vida eterna. Nicodemo no necesitaba las enseñanzas, sino la vida eterna, la vida que Cristo podría darle.
Mientras que el capítulo tres trata de una persona muy culta y muy religiosa, que buscaba y temía a Dios, una persona moral, el capítulo cuatro trata de una mujer inmoral. Aunque era muy mala en el sentido de que había tenido cinco esposos y ya vivía con el sexto, quien no era su esposo, aún así intentó hablar de la religión. Fingió ser religiosa porque el Señor Jesús había expuesto la historia perversa de ella. El Señor le dijo: “Vé, llama a tu marido, y ven acá” (Jn. 4:16). Ella dijo que no tenía esposo. Esto fue la verdad pero también fue una mentira. Le mintió al Señor Jesús diciéndole la verdad. El Señor Jesús, contestándole, dijo: “Bien has dicho: No tengo marido; porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con verdad” (Jn. 4:17-18). Inmediatamente cambió de tema, pasando de sus maridos a la adoración de Dios (vs. 19-20). Hablar de sus maridos era desagradable. Debido a que las palabras del Señor con respecto a su marido tocaron la conciencia de la mujer, ella hizo girar la conversación hacia la adoración.
El Señor Jesús, en Su sabiduría, también empezó a hablar de la adoración a Dios, diciendo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran en espíritu y con veracidad es necesario que adoren” (Jn. 4:24). Finalmente, el Señor le reveló que este Espíritu, quien es Dios mismo, y quien es Aquel a quien debemos adorar, es el agua viva (Jn. 4:24, 14). El propio Dios quien es Espíritu es el agua de la vida. Recibimos el agua de la vida ejercitando nuestro espíritu para ponernos en contacto con El, es decir, para adorarle.
En el capítulo tres del Evangelio de Juan se nos dice que tenemos que nacer de nuevo, es decir, nacer la segunda vez. Luego en el capítulo cuatro el Señor Jesús habla del beber (v. 14), en el capítulo seis, del comer (v. 57), y en el capítulo siete vuelve a hablar del beber (vs. 37-38). El beber y el comer parecen ser dos cosas diferentes, pero en realidad son una sola. Juan 6:35 dice: “Yo soy el pan de vida; el que a Mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en Mí cree, no tendrá sed jamás”. Comemos el pan y nunca tendremos sed. ¿Es el Señor el pan que comemos o que bebemos? Parece que Juan 4 sólo trata del beber, y que Juan 6 sólo habla del comer. Pero aun en Juan 6, que es aparentemente un capítulo que sólo trata de comer, también se dice algo de beber. No se puede separar el comer del beber ni el beber del comer. Isaías 55:1 dice: “A todos los sedientos: Venid a las aguas ... venid, comprad y comed”. Nos acercamos a las aguas y obtenemos comida. Esto comprueba que el comer y el beber tienen un solo fin. En nuestra vida diaria, nos es difícil comer sin beber. ¿Acaso ha cenado usted sin beber? El comer y el beber van juntos. Estos dos son uno.
El Evangelio de Juan nos revela la vida. Esta vida sólo puede mantenerse por el suministro de la vida, el cual es el alimento y el agua. Puesto que recibimos al Señor Jesús como vida, todos necesitamos aprender a beber y a comer. La razón por la cual muchos cristianos son débiles hoy en día, es que no saben cómo comer y beber. Muchos cristianos saben que Cristo es el pan de la vida, pero muy pocos saben cómo comer. Muchos saben que Cristo es el agua de la vida, pero muy pocos saben cómo beber. No sólo debemos saber cómo comer y beber, sino que debemos comer y beber cada hora y diariamente. Comiendo el pan y bebiendo el agua, no sólo recibimos la vida, sino que también recibimos el suministro de la vida.
En capítulo tras capítulo del Evangelio de Juan, el Señor se revela como nuestra vida y nuestro suministro de vida. Le recibimos como nuestra vida y participamos de El como nuestro suministro de vida al comer y beber de El. En el capítulo uno el Señor, el Dios todopoderoso que estaba en el principio, se hizo carne, se hizo hombre, para ser el Cordero de Dios a fin de realizar la obra redentora de Dios para que El sea nuestra vida. Como nuestra vida, El también nos es un banquete, donde se tiene el vino para beber y disfrutar, así como lo presentado en el capítulo dos. Según el capítulo tres, la manera en que recibimos este vino es nacer de nuevo. El día que recibimos al Señor Jesús, nacimos de nuevo, y comenzamos a beber a Cristo como el vino y disfrutarle como un banquete. Ahora debemos beber y comer a Cristo, dándonos cuenta de que el alimento y la bebida se mezclan juntos. Día tras día debemos beber y comer, comer y beber, disfrutando al Señor todo el tiempo.
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