Línea central de la revelación divina, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-8224-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Oración: Señor, ponemos nuestra mirada en Ti una vez más para recibir Tu misericordia y bendición. Sin Ti no somos nada y no podemos hacer nada. Señor, ten misericordia de nosotros y háblanos. Danos la gracia para que podamos humillarnos mientras venimos a Ti con Tu Palabra. Esperamos en Ti para que resplandezcas sobre nosotros y sobre cada línea mientras leemos. Señor, danos luz. Danos las palabras oportunas para que podamos hablar lo que Tú nos has mostrado. Amén.
El hecho de que Cristo sea la descendencia triple toca la esencia de la revelación divina. La revelación de la Biblia es principalmente una revelación de Cristo en calidad de descendencia triple: la simiente de la mujer (Gn. 3:15; Is. 7:14), la descendencia de Abraham (Gn. 17:8; Gá. 3:16) y la descendencia de David (2 S. 7:12-14; Mt. 1:1, 6; 22:42-45; Ro. 1:3; Ap. 22:16). La promesa de la simiente de la mujer fue dada hace casi seis mil años. La promesa en cuanto a la descendencia de Abraham fue dada dos mil años después de la primera promesa, y el cumplimiento de esa promesa vino dos mil años más tarde. Toda la revelación de las Escrituras está relacionada con la simiente de la mujer, la descendencia de Abraham y la descendencia de David. Esta descendencia triple vincula a Cristo como Dios con el hombre, y también a Cristo como hombre con Dios. En otras palabras, esta descendencia hace de Cristo la mezcla, la compenetración, de Dios con el hombre.
Como hemos señalado en el mensaje anterior, la Biblia nos dice que Cristo es solamente la descendencia de tres personas: la mujer (María); Abraham, el patriarca del pueblo escogido de Dios; y David, el que fundó el reino de Israel. Estos tres se mencionan de un modo particular en la genealogía de Cristo en Mateo 1. En el versículo 1 Cristo fue presentado como hijo de David e hijo de Abraham. Esto indica que Cristo es la descendencia de David y la descendencia de Abraham. Luego, al final de la genealogía, Mateo relata que Cristo nació de María (v. 16). El marido de María era José, pero Cristo no nació de José; nació de María. Esto indica que Cristo es simiente de ella, la simiente de la mujer.
El hecho de que Cristo sea la simiente de la mujer, la descendencia de Abraham y la descendencia de David implica categóricamente que Dios se imparte en el hombre. La simiente de la mujer (Gn. 3:15) se refiere a la encarnación de Cristo. Isaías 7:14 confirma la promesa que vemos en Génesis 3:15, y el nacimiento de Cristo en Mateo 1:22-23 y 25 fue el cumplimiento de Isaías 7:14. La encarnación era la impartición de Dios mismo en la humanidad.
La encarnación era Dios nacido en la humanidad. Cuando José, el marido de María, se propuso despedir a María secretamente, un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo que no temiera recibir a María como su mujer, “porque lo engendrado en ella, del Espíritu Santo es” (Mt. 1:20). El Espíritu de Dios, quien es Dios que llega al hombre, había entrado en el vientre de María. En el proceso de la encarnación, Dios se engendró en la humanidad. Con el tiempo, nació un niño, quien fue llamado Dios Fuerte (Is. 9:6). Debido a que era el mismo Dios, también se le llamaba Emanuel, Dios con nosotros (Mt. 1:23). Por medio de la encarnación, Dios entró en la humanidad, y esta entrada en la humanidad era la impartición de Dios mismo en la humanidad.
La impartición de Dios en el hombre es mayor que la creación de los cielos y la tierra, porque la encarnación hace que Dios sea uno con el hombre y que el hombre sea uno con Dios. En la creación Dios creó muchas cosas, y antes de Su encarnación, por todo el Antiguo Testamento, hizo muchos milagros y obras de poder, como por ejemplo dividir el mar Rojo (Éx. 14:21-22). Pero no hay comparación entre estos milagros y la encarnación. La encarnación introdujo a Dios en el hombre.
La regeneración es un evento tan grande como la encarnación. En el caso del Señor Jesús, el que Dios entrara en el hombre era la encarnación; pero en el caso nuestro, el que Dios entre en el hombre es la regeneración. Por medio de la regeneración somos iguales a Cristo; incluso somos pequeños “Cristos”. D. L. Moody una vez dijo que la regeneración es el milagro más grande. Cuando nos arrepentimos y creímos, recibimos al Señor Jesús, y cuando oramos, Dios entró en nosotros. El Nuevo Testamento nos dice claramente: primero, que Dios está en nosotros (Ef. 4:6); segundo, que Cristo está en nosotros (Ro. 8:10; 2 Co. 13:5); y tercero, que el Espíritu está en nosotros (Ro. 8:9). Finalmente, Filipenses 2:13 nos dice que Dios está obrando dentro de nosotros. Cada día Dios está obrando en nosotros. La obra de Dios en nosotros es un gran asunto.
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