Cristo es contrario a la religiónpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-1012-3
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Entonces los fariseos, cuando oyeron que Jesús había hecho callar a los saduceos, se juntaron para examinarlo. Uno de ellos, un doctor de la ley, le hizo la siguiente pregunta con la intención de ponerlo a prueba: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley?” (22:36). En otras palabras, le preguntó: “¿Cómo interpretas los libros de Moisés?” Esta pregunta se relacionaba con la exposición e interpretación de la Biblia. Por supuesto, al Señor Jesús le resultó muy fácil solucionar esto y contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (22:37-39). Es muy sencillo. La ley y los profetas dependen de estos dos mandamientos. El Señor les dio la respuesta apropiada. De modo que, ellos no pudieron contestar nada. Finalmente sus bocas quedaron cerradas. Pero no estaban dispuestos a irse; así que, permanecieron allí para seguir perdiendo el caso.
Consideremos lo siguiente: aparte de esos cuatro asuntos, ¿qué otra pregunta podría surgir? La primera se relacionaba con la religión, la segunda con la política, la tercera con la fe y la cuarta se relacionaba con la interpretación bíblica. En el cristianismo actual aún existen estos problemas, y la gente les presta toda su atención.
Indudablemente el Señor Jesús tenía la respuesta para todas aquellas preguntas. Pero ahora, El mismo formuló una pregunta. Yo la llamaría la pregunta de las preguntas. “Y estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis acerca del Cristo? ¿De quién es hijo?” (22:41-42). Actualmente, la pregunta principal en todo el universo no se trata de la religión, la política, la fe, ni de la interpretación de las Escrituras, sino de Cristo. ¿Qué piensa usted acerca de Cristo? ¿Quién es El? En la actualidad el cristianismo incluye todos estos asuntos: la religión, la política, la fe y la interpretación bíblica, pero raramente incluye algo del Cristo vivo. Ellos hablan de cualquier cosa, menos del Cristo vivo. Hoy en día nos encontramos en la misma situación que en aquel tiempo.
Los fariseos le contestaron correctamente. Ellos dijeron que Cristo era el Hijo de David. A lo que Jesús, en efecto, respondió: “Pues, ¿cómo David, [siendo el abuelo] le llama [a su nieto] Señor?” Esto les cerró la boca. Ellos podían contestar según el conocimiento, pero no eran capaces de discernir la realidad en el Espíritu. Habían aprendido que Cristo era el Hijo de David pero no habían recibido en el espíritu la revelación de que, por una parte, Cristo es el Hijo de David, pero por otra, es también el Señor de todos. Ellos estaban por completo en su mente, no en su espíritu. Tenían la Biblia, pero aun así erraron al blanco en cuanto a Cristo. ¡Cuántos santos queridos han sido distraídos, confundidos y apartados de Cristo por el conocimiento bíblico! Esto no quiere decir que no necesitemos la Biblia. Ciertamente la necesitamos, pero de una manera espiritual y viviente. Debemos tener cuidado y no permitir que el conocimiento bíblico nos impida ver al Cristo vivo. Este no es un asunto de conocimiento ni de enseñanzas, sino un asunto absolutamente del Cristo vivo, de Su presencia y Espíritu vivientes. La letra y el conocimiento matan, y la interpretación bíblica confunde, frustra y distrae. Necesitamos la Biblia viviente, la Palabra y enseñanza vivientes. En este respecto, debemos volvernos de la mente al espíritu y aprender a estar en el espíritu, como lo hizo David, para poder llamarlo Señor. “¡Oh, Señor! ¡Oh Señor! ¡Oh Señor! No me preocupo por el conocimiento ni por ninguna enseñanza; únicamente me interesa mi Señor viviente, quien mora en mi espíritu. Sólo tengo que volverme a mi espíritu para llamarlo, Señor”. Con nuestra mentalidad natural nunca podremos entender la Biblia. Si usted quiere ver algo en la Palabra, virtualmente debería cortarse la cabeza, volverse completamente a su espíritu, e invocar: ¡Oh Señor!
No debemos preocuparnos por la religión, la política, la fe, ni por la interpretación bíblica. Cristo tiene la respuesta para cada uno de estos asuntos, pero El no se preocupa por ellos. Tampoco debemos distraernos en nada que no sea el Señor viviente, el Cristo vivo. Mientras tengamos Su presencia, con eso será suficiente. Unicamente debemos aprender a volvernos a nuestro espíritu y decir: ¡Oh Señor! Esta es la manera de experimentarlo a El.
Debemos captar la maravillosa sabiduría del Señor mostrada en la pregunta a los fariseos. En Su pregunta, El se refirió a Su Persona. Esto es algo crucial. Si queremos conocer al Señor, debemos conocer Su Persona. Por una parte, El es el Hijo del Hombre, pero por otra, El es también el Hijo de Dios. Como Hijo del Hombre, El es un descendiente de David, pero como Hijo de Dios, es el Señor. Como Hijo del Hombre El es un hombre genuino, pero como Hijo de Dios, es el propio Dios. Debemos ver las dos naturalezas de la Persona del Señor. El es divino y a la vez humano; El es un ser humano, pero también una persona divina. La pregunta que Jesús dirigió a los fariseos se relaciona con El.
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