Economía divina, Lapor Witness Lee
ISBN: 978-0-87083-443-1
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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La Nueva Jerusalén no es una ciudad propiamente dicha, tal como los candeleros no son candeleros como tales, sino señales de las iglesias. La Nueva Jerusalén es una gran señal de la totalidad de todo el pueblo que Dios ha escogido, redimido, regenerado y transformado. Hoy día la iglesia es una casa, la casa del Dios viviente (1 Ti. 3:15). La casa de Dios hoy día no es un casa propiamente dicha, sino la totalidad del pueblo de Dios. Hoy día la iglesia como el templo de Dios, la casa de Dios, el edificio de Dios, no es un edificio físico, sino una señal que significa que la función de la iglesia es la de ser una casa en la cual el Dios Triuno pueda morar. Hoy en día la iglesia es una casa, y en la eternidad la iglesia será agrandada. Cuando la iglesia es agrandada, llega a ser una ciudad. La iglesia como casa no es una casa física, de la misma manera que la iglesia agrandada para ser la ciudad santa no será una ciudad física. La Nueva Jerusalén es una ciudad que representa la función de la iglesia en la eternidad, la cual es ser la morada de Dios.
Muchos maestros en asuntos bíblicos han entendido e interpretado mal la Nueva Jerusalén. Ellos dicen que la Nueva Jerusalén será una mansión celestial como un lugar físico en el cual todos los redimidos de Dios morarán. Es totalmente ilógico decir que la Nueva Jerusalén es una mansión física o una ciudad física para que el pueblo que Dios redimió se hospede ahí. La Nueva Jerusalén, la santa ciudad, es un monte de oro (Ap. 21:16, 18). Este monte mide doce mil estadios de longitud, de anchura y de altura (v. 16). Doce mil estadios equivalen a unos dos mil ciento setenta y dos kilómetros, aproximadamente la distancia de Nueva York a Dallas. Este monte tan alto sólo tiene una calle, la cual baja en espiral desde la cima del monte para llegar a las doce puertas de los cuatro lados de la ciudad.
Si ésta es una verdadera ciudad donde hospedarse, debemos preguntarnos cómo todo el pueblo que Dios ha redimido, a lo largo de todos los siglos, podrá hospedarse ahí. ¿Cómo podrían vivir tantas personas en una ciudad que sólo tiene una calle principal en espiral? ¿Cómo podrían transportarse estas personas en una ciudad que sólo tiene una calle principal? Es imposible que una ciudad física con una sola calle principal contenga a billones de personas. La santa ciudad no es una mansión física celestial, sino una señal que representa a la totalidad del pueblo que Dios escogió. A los ojos de Dios, todo Su pueblo redimido será como una gran ciudad, tal como hoy en día, a los ojos de Dios, todo el pueblo redimido es Su casa. En esta era, el pueblo de Dios es Su casa, pero en la eternidad, el pueblo de Dios será Su ciudad. La Nueva Jerusalén será la máxima consumación del pueblo de Dios.
El capítulo veintiuno de Apocalipsis nos dice que esta ciudad es una esposa (v. 9). La Nueva Jerusalén es la esposa del Cordero, la novia del Cordero (21:2). Esto significa que la ciudad es orgánica. No es algo físico, sino un asunto de vida.
El capítulo veintiuno de Apocalipsis también nos dice que esta ciudad como la esposa del Cordero es el tabernáculo de Dios, la morada de Dios (v. 3). Finalmente, la Nueva Jerusalén será una morada para Dios y para Sus servidores. En el Antiguo Testamento el tabernáculo era la morada de Dios y al mismo tiempo también era la morada de los sacerdotes, en la cual ellos servían. Tanto Dios como los sacerdotes que le sirven, moran en el mismo tabernáculo. Para Dios la Nueva Jerusalén es Su morada, y para nosotros Dios es nuestra morada, porque Apocalipsis nos dice que en la Nueva Jerusalén no hay templo, “porque el Señor Dios Todopoderoso es el templo de ella, y el Cordero” (21:22). Dios y el Cordero llegan a ser la morada de Sus servidores. Esta palabra corresponde con Salmos 90:1, que dice: “Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación”. Por lo tanto, el tabernáculo es la morada de Dios con Sus servidores, y este mismo Dios que mora en el tabernáculo es el templo, el cual es la morada de Sus servidores.
Una vez más, debemos darnos cuenta de cuán erróneo es el concepto de que la Nueva Jerusalén es una gran mansión física para que los hijos de Dios se hospeden ahí. Apocalipsis dice que Dios mismo, Dios y el Cordero, serán el templo en el cual moremos quienes le servimos. Nuestra morada en la eternidad es Dios mismo. No moraremos en una gran mansión. Moraremos en Dios. El es nuestro templo y nosotros somos Su tabernáculo. El mora en nosotros y nosotros moramos en El, y este morar mutuo es la Nueva Jerusalén, la cual para Dios es el tabernáculo y para nosotros, el templo. Hoy en día disfrutamos un adelanto de esto al permanecer en el Señor y al permanecer el Señor en nosotros (Jn. 15:5). Esta morada mutua será agrandada en la eternidad para ser la Nueva Jerusalén donde Dios será nuestra morada y nosotros seremos Su morada.
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