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Vivir en y con la Trinidad Divinapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6188-0
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1 PEDRO 1:2

En 1 Pedro 1:2 se nos muestra la operación de la Trinidad Divina. En este versículo se encuentran la presciencia de Dios el Padre, la santificación del Espíritu y el rociar de la sangre de Jesucristo [el Hijo]. El Padre como la fuente nos conoció de antemano. Después de la presciencia del Padre, el Espíritu vino para santificarnos. Su obra de santificación tuvo como fin separarnos y traernos de regreso a Dios. Éste es el aspecto de la santificación del Espíritu Santo antes de la redención de Cristo. Luego tenemos el rociar de la sangre de Jesucristo el Hijo, lo cual nos indica la redención que el Hijo efectuó. La santificación que lleva a cabo el Espíritu está dividida en tres etapas. La primera es para nuestro arrepentimiento, la segunda es para nuestra justificación y la tercera es para nuestra transformación. En el libro de Romanos, primero se revela la redención de Cristo y luego la santificación del Espíritu Santo. Pero en 1 Pedro 1:2 la santificación del Espíritu es primero y luego el rociar de la sangre de Jesucristo. Es por eso que necesitamos ver los diferentes aspectos y etapas de la santificación del Espíritu.

En Lucas 15 el Señor Jesús habló tres parábolas. En la primera parábola, el buen pastor sale a buscar la oveja perdida; en la segunda, una mujer busca su moneda perdida; y en la tercera, se nos revela a un padre amoroso que recibe al hijo pródigo que ha regresado. Estas tres parábolas revelan a la Trinidad Divina. El Hijo es el buen pastor, el Espíritu Santo es la mujer que busca y Dios el Padre es el padre amoroso que recibe al hijo que regresa. En Lucas 15 la mujer que busca enciende la lámpara, barre la casa y busca cuidadosamente hasta encontrar su moneda perdida (vs. 8, 10, 17). Esto tipifica la obra santificadora del Espíritu Santo. Él nos ilumina interiormente y descubre nuestros pecados uno por uno para que los conozcamos y nos arrepintamos.

Esta santificación del Espíritu Santo causa que regresemos al Señor y recibamos Su plena salvación. Antes de recibir al Señor, estábamos viviendo en el mundo con la gente mundana. Pero un día vino el Espíritu y nos encontró, a fin de separarnos para Dios, aun antes de que fuéramos redimidos. Él nos santificó, nos separó para Dios, antes de que fuéramos perdonados de nuestros pecados y justificados por Dios el Padre. Su obra santificadora nos separó para Dios para que despertáramos [volver en sí] (Lc. 15:17), nos arrepintiéramos y nos volviéramos a Dios (Hch. 26:20).

La búsqueda de la mujer en Lucas 15 tipifica la santificación inicial del Espíritu, la cual es la santificación del Espíritu revelada en 1 Pedro 1:2. Por tanto, podemos ver que 1 Pedro 1:2 revela la economía divina a través de la operación de la Trinidad de la Deidad para la participación de los creyentes en el Dios Triuno. La elección de Dios el Padre es la iniciación, la santificación de Dios el Espíritu lleva a cabo la elección de Dios el Padre; y la redención de Dios el Hijo, representada por el rociar de Su sangre, es la compleción.

LUCAS 1:35

Lucas 1:35 es un versículo que trata de la concepción divina del Señor Jesús. En esta concepción divina se revela la Trinidad Divina. Lucas 1:35 nos muestra al Espíritu Santo que viene sobre María; al Altísimo, Dios el Padre, cubriéndola con Su sombra; y el nacimiento de “lo santo”, el Hijo de Dios. Por lo tanto, toda la Trinidad Divina estuvo involucrada en la concepción del Salvador-hombre.

MATEO 1:20-23

Mateo 1:20-23 también se refiere al nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios. Los versículos 20 y 21 nos muestran la concepción divina del Espíritu Santo y el nacimiento de Jesús [el Hijo]. Luego el versículo 23 nos dice que éste fue llamado por los hombres, Emanuel, que significa Dios [Dios el Padre] con nosotros. Estos versículos revelan otra vez la obra de la Trinidad Divina en la encarnación del Salvador. Que Dios el Padre esté con nosotros fue el resultado de la concepción divina del Espíritu Santo y el nacimiento de Jesús, el Hijo.

JUAN 14:6-24

La Trinidad Divina en el mover divino y en nuestra experiencia también es revelada en Juan 14:6-24. En el versículo 6 el Señor dice: “Yo soy el camino, y la realidad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí”. Este versículo muestra que los creyentes vienen al Padre a través del Hijo: el Padre es el objetivo de los creyentes. Juan 14—16 registra la última conversación que el Señor tuvo con los discípulos mientras estuvo en la tierra. La última vez que les habló, les indicó que todos Sus creyentes debían buscar al Padre. En otras palabras, ellos debían tomar al Padre como su objetivo. Si vamos a alcanzar al Padre como nuestro objetivo, debemos alcanzarlo a través del Hijo, quien es el camino.

Los versículos 7 al 14 muestran al Padre corporificado en el Hijo y visto entre los creyentes: el Hijo es la corporificación del Padre en medio de los creyentes. En estos versículos el Señor nos muestra que Él está en el Padre y que el Padre está en Él. El Padre y el Hijo son uno. Ellos moran mutuamente el uno en el otro. El Hijo mora en el Padre y el Padre mora en el Hijo. De esta manera, el Hijo era la corporificación del Padre en medio de los creyentes.

Los versículos del 15 al 20 siguen adelante para mostrarnos al Hijo, quien se hace real como el Espíritu, permanece en los creyentes: el Espíritu es la realidad del Hijo que ahora mora en los creyentes. El Padre está corporificado en el Hijo, y el Hijo es hecho real como el Espíritu. El Hijo, quien es la corporificación del Padre, estaba solamente en medio de los creyentes, pero el Espíritu como la realidad del Hijo está ahora morando dentro de los creyentes. El Padre es el objetivo, el Hijo es la corporificación del Padre y el Espíritu es la realidad del Hijo. El Hijo como la corporificación del Padre todavía estaba fuera de nosotros. Él necesitó hacerse el Espíritu para morar en los creyentes. Ahora que tenemos al Espíritu como la realidad del Hijo morando en nosotros, también tenemos la corporificación del Padre, y al Padre como nuestro objetivo. De hecho, el Padre como nuestro objetivo está dentro de nosotros, porque el objetivo está corporificado en el Hijo y el Hijo es hecho real como el Espíritu quien mora en nosotros. Si tenemos al Espíritu, tenemos al Hijo; y si tenemos al Hijo, tenemos al Padre. De esta manera, los Tres de la Trinidad Divina están en nosotros.

El Padre como el objetivo, el Hijo como la corporificación y el Espíritu como la realidad están en nosotros, el envase. Nosotros como el envase, contenemos la realidad [el Espíritu]. Dentro de la realidad está la corporificación, y dentro de la corporificación está el objetivo. El objetivo, la corporificación y la realidad son el tesoro excelente dentro de nosotros, los vasos de barro (2 Co. 4:7). Como vasos de barro contenemos la Deidad excelente en tres aspectos.

Los versículos 21 y 23 muestran al Hijo, que se manifiesta a la persona que lo ama, y al Padre, que viene con Él, para hacer morada con aquel que ama al Hijo. Después que el Espíritu permanece en nosotros, Él se manifiesta a los que le aman. Es posible ser un creyente de Jesucristo pero no ser un amante de Él. Cuando creímos en Él, los Tres de la Trinidad Divina vinieron a morar en nosotros. Pero después que creímos en Él y ahora que Él mora en nosotros, debemos amarlo. En los versículos 21 y 23 vemos la petición de amarlo a Él. Tal vez seamos creyentes en Cristo, pero ¿cuántos de nosotros son los que aman a Jesús? El Padre como el objetivo está en Jesús como la corporificación; la corporificación está en el Espíritu como la realidad; y esta realidad es el mismo Espíritu que ahora permanece en todos nosotros. Pero necesitamos preguntarnos si estamos o no disfrutando diariamente y aun a cada hora que el Señor Jesús se manifieste a nosotros.

En la mañana tal vez tengamos un tiempo con el Señor para disfrutar Su manifestación, pero después, tal vez no estemos contentos con nuestro cónyuge y perdamos la manifestación del Señor a nosotros. No obstante, esto no significa que hayamos perdido el morar del Espíritu en nosotros. Algunos cristianos sienten que cuando ellos pierden la manifestación de Jesús, ellos pierden su salvación, pero esto no es cierto, porque el Espíritu siempre permanece en los creyentes. Aquellos que creen que pueden perder su salvación, de hecho creen en una “salvación tipo ascensor”. Cuando el “ascensor” está arriba, ellos son salvos. Cuando el ascensor está abajo, ellos no son salvos. Sin embargo, nuestra salvación no es un ascensor, sino una “escalera”, de donde nunca seremos quitados. Aunque estamos en esta escalera, queremos disfrutar de la bendición de la parte alta de la escalera. Queremos estar en el “piso de arriba”, no en el “sótano”. Por esto debemos amar al Señor Jesús y decirle: “Señor Jesús, te amo”. Mientras le amamos somos llevados al piso de arriba. Entonces veremos todo lo que está en el cielo. Si no lo amamos, estaremos en el peldaño más bajo de la escalera donde vemos muy poco. Pero esto no significa que hayamos perdido nuestra salvación. Todavía estamos en la escalera de Su salvación.

Cuando le amamos, no sólo Su Espíritu permanece en nosotros, sino que también Él mismo se manifestará a nosotros. Esto significa que tenemos la presencia de Aquel a quien amamos en nuestra comunión. Si amamos a Jesús, Él nos amará y el Padre también nos amará. Cuando el Hijo se nos manifiesta, el Padre viene con Él para hacer una morada con nosotros, para quedarse con nosotros. Debemos ser introducidos más y más en la manifestación del Hijo a nosotros, con el Padre y el Hijo haciendo una morada con nosotros. Necesitamos subir la escalera de la salvación del Señor por medio de amarle. Luego Él se manifestará a nosotros, y el Padre y el Hijo harán Su morada con nosotros a fin de que lo disfrutemos.


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