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Tener comunión con el Señor para la mezcla de Dios con el hombrepor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-6534-5
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Actualmente disponible en: Capítulo 6 de 6 Sección 6 de 7

PERDER EL ALMA EQUIVALE A NEGARNOS AL YO

A fin de experimentar la muerte y la resurrección, debemos ver que cuando el Señor fue muerto en la cruz, la vida de nuestra alma, nuestro viejo hombre, fue crucificada juntamente con Él. Con base en esta visión, debemos negarnos al yo. El Espíritu Santo, además de alumbrarnos, operará en nuestro entorno para quebrantarnos. El paso más importante es que nos neguemos al yo. En cuanto veamos que fuimos crucificados con Cristo, debemos negarnos al yo. Negarnos al yo significa rechazarlo. Implica también detestarlo, condenarlo, perderlo y abandonarlo. Por lo tanto, negarnos a nuestro yo es rechazar nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Cuando el Señor les pidió a quienes le seguían que se negaran al yo, les estaba pidiendo que perdieran la vida de su alma (Mt. 16:24-26; Lc. 9:24-25). Esto es responsabilidad de cada persona que ha recibido la revelación del Espíritu Santo.

El Señor se comparó a Sí mismo a un grano de trigo (Jn. 12:24). A fin de que un grano de trigo produzca muchos granos, tiene que caer en la tierra y morir. Nadie obligó al Señor a morir; Él murió voluntariamente: “Yo pongo Mi vida [...] Nadie me la quita, sino que Yo de Mí mismo la pongo” (10:17-18). Después de descender del monte de la transfiguración, Él afirmó Su rostro para ir a Jerusalén (Lc. 9:51), es decir, para ir a la cruz y morir allí. Así como el Señor anduvo en la tierra, también debemos andar nosotros. Si somos egoístas, si nos sentimos satisfechos y contentos con nuestros logros, si nos compadecemos de nosotros mismos y nos amamos a nosotros mismos o tenemos mucha confianza en nosotros mismos, no podremos ser salvos porque no estaremos dispuestos a negarnos al yo. Por lo tanto, no debemos ser egoístas, ni estar satisfechos y contentos con nuestros logros, ni debemos compadecernos de nosotros mismos, ni amarnos, ni tener tanta confianza en nosotros mismos.

Es correcto no tener muchas opiniones, pero eso no significa que debamos ser personas que no razonan. Debemos estar llenos de pensamientos, pero debemos estar dispuestos a renunciar a ellos. Eso es lo que significa negarnos al yo, es decir, morir. Cuando nos negamos a nuestro yo y condenamos nuestra vida natural, estamos aceptando el principio de la muerte. Si continuamente estamos dispuestos a negarnos a nuestra mente, parte emotiva, voluntad, inclinaciones y opiniones, estaremos afirmando nuestro rostro para ir a Jerusalén a fin de aceptar la muerte de cruz. Las personas del mundo cometen suicidio, pero los cristianos se niegan al yo valiéndose de la cruz. Negarnos al yo de esta manera equivale a morir.

Una vez que experimentamos la muerte, experimentaremos la resurrección. Nuestra responsabilidad es negarnos al yo, y la responsabilidad del Señor es resucitarnos. Ésta fue la experiencia del Señor. Él anduvo en la muerte, pero Dios lo resucitó de los muertos. Cuando rechacemos nuestro yo y nos neguemos a él, Dios nos resucitará y cambiará nuestra naturaleza. Si asumimos la responsabilidad de entrar en la muerte, Dios entonces asumirá la responsabilidad de resucitar nuestra mente. Cuando nuestra mente entra en la muerte y la resurrección, su función cambia, y el elemento de Dios se mezcla con nosotros. Anteriormente, nuestra mente poseía únicamente los pensamientos procedentes del yo, pero después de la muerte y la resurrección, nuestros pensamientos expresan el elemento de Dios; nuestra limitada humanidad obtiene al Dios ilimitado. Entonces hasta los creyentes más simples e ingenuos llegan a ser sabios y pueden entender mensajes que la gente educada encuentra difícil entender. Por medio de esta comunión, Dios se mezcla con el hombre, y el hombre también se mezcla con Dios.

Si enterramos una piedrecita inerte, ésta no experimentará ningún cambio. En cambio, una semilla posee vida; por ello, cuando la enterramos, muere, entra en la resurrección, y su vida se multiplica. De manera semejante, cuanto más nos neguemos al yo, más entraremos en la resurrección y más se enriquecerá nuestra humanidad, porque estaremos mezclados con Dios. Los incrédulos son como piedrecitas; por lo tanto, da igual si ellos se niegan al yo o si no lo hacen. Sin embargo, nosotros los creyentes poseemos la vida de Dios; por lo tanto, somos como granos de trigo. Cuanto más nos neguemos al yo, más entraremos en la resurrección. Cuanto más renunciemos a nuestro amor, más amaremos a los demás. Anteriormente, nuestro amor era inferior y limitado, pero nuestro amor en resurrección es celestial e ilimitado.

Toda experiencia espiritual genuina depende de que renunciemos a nuestra alma, perdamos el alma y hagamos morir la vida de nuestra alma. La única obra que Dios realiza en nosotros consiste en transformarnos de modo que de personas naturales que carecen de Su elemento lleguemos a ser personas celestiales que están llenas de Su elemento.


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