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Manera normal de llevar fruto y de pastorear a fin de edificar la iglesia, Lapor Witness Lee

ISBN: 978-0-7363-4643-6
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Actualmente disponible en: Capítulo 6 de 9 Sección 3 de 4

APRENDER DEL SEÑOR JESÚS
A CÓMO CONTACTAR A LAS PERSONAS

La manera en la que el Señor hablaba era una predicación maravillosa. Él no hizo un milagro, no habló de manera elocuente ni ejerció una habilidad especial al predicar. En cambio, habló con ella de manera sencilla. Todos debemos aprender a hablar así. No necesitamos ir a un seminario para aprender enseñanzas doctrinales. Simplemente podemos leer los Evangelios y aprender del Señor Jesús a cómo contactar a las personas. El Señor habló de manera normal con abundancia de vida. Mientras hablaba con esa mujer, Él estaba iluminándola, infundiendo Su elemento en ella. Fue por esto que dejó su cántaro (Mt. 4:28). Ella se olvidó de sacar el agua física porque había recibido el agua verdadera. Ella misma vino a ser el cántaro que habría de contener el agua viva. Ella fue a la ciudad y le dijo a la gente: “Venid, ved a un hombre que me ha dicho todo cuanto he hecho” (v. 29). Ella tampoco hizo ningún milagro ni hablaba con elocuencia, sino que simplemente era un testimonio vivo que le testificó a la gente.

Mientras ella se había ido, los discípulos del Señor regresaron y le rogaron que comiera. A esto el Señor respondió: “Yo tengo una comida que comer, que vosotros no sabéis” (v. 32). Eso significa que el Salvador era el agua viva para el pecador sediento, y que el pecador satisfizo el hambre y la sed del Salvador. La mujer samaritana bebió de Jesús, y Jesús fue alimentado por ella. Después que ellos conversaron, llegaron a ser una mutua satisfacción el uno al otro.

La manera apropiada de predicar el evangelio no se relaciona con un avivamiento ni con milagros pentecostales. Antes bien, es algo que se lleva a cabo de una manera normal. El Señor estableció un buen ejemplo de esto en Juan 3 al hablar de noche con un hombre y en el capítulo 4 al cuidar por una mujer inmoral. Ésta fue la manera apropiada en que Jesús predicó el evangelio. Muchos hoy en día son más espirituales que el mismo Señor Jesús. En estos dos capítulos de Juan no se habla sobre la oración; no obstante, hoy muchos nos dicen que primero tenemos que orar y ayunar hasta que un avivamiento sobrevenga repentinamente. El Señor Jesús no hizo esto. Es verdad que en Hechos se menciona la oración de la iglesia, pero como dijimos, Hechos es un libro de comienzos, no un libro de compleción. Juan, por el contrario, es el último libro de los Evangelios. Una palabra de conclusión tiene más significado que las palabras de introducción; y en la Biblia no encontramos palabras de conclusión en los primeros libros sino en los últimos, como es el caso de Juan. Según el Evangelio de Juan, la palabra de conclusión es el hecho de que el Señor no ponía Su confianza en los milagros. Su interés está enfocado en la vida, la regeneración y el agua viva. En Juan 3 y 4 no vemos milagros, pero ciertamente vemos la fuerza, el poder y las riquezas de la vida interior. Debe impresionarnos el hecho de que el Señor es un modelo en cuanto a la predicación adecuada del evangelio, y no en cuanto a hacer milagros. En el capítulo 2 Él hizo un milagro, pero vemos que también Él no tenía confianza en aquellos cuyo interés principal eran los milagros. Inmediatamente después, Él estableció el modelo de cómo se debe ministrar vida a los demás, cuando le abrió la puerta a una persona de clase alta para que fuese regenerada con la vida divina y eterna, y también lo hizo cuando ayudó a una mujer de clase baja a beber del agua viva. Éstos son los ejemplos que el Señor nos ha dejado. Es así como todos debemos ocuparnos del evangelio hoy.

SEGAR LA SEMILLA DEL EVANGELIO
QUE FUE SEMBRADA

La secuencia de los escritos de la Biblia es verdaderamente significativa. Mientras la mujer samaritana se había ido para dar testimonio, los discípulos de Jesús regresaron para darle de comer. En ese momento, no obstante, el Señor comenzó a cuidar de ellos al hablarles acerca de la siega. Les dijo: “¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores” (Jn. 4:35-38). La siembra del campo de Samaria fue iniciada por Moisés. Los samaritanos eran descendientes de una mezcla entre judíos y otra gente que se había establecido en esa región. Cerca del año 700 a. C., los asirios se apoderaron de Samaria, y trajeron gente de Babilonia y de otros países paganos a las ciudades de Samaria (2 R. 17:6, 24). Desde aquel tiempo, debido a que los samaritanos se convirtieron en una mezcla de sangre pagana con sangre judía, los judíos nunca los reconocieron como parte del pueblo judío. Sin embargo, la historia muestra que los samaritanos poseían el Pentateuco (los cinco libros de Moisés) y que adoraban a Dios conforme a esa parte del Antiguo Testamento. Fue de esta manera que la semilla se sembró en el campo de Samaria. Al menos, ellos conocían algo de los asuntos con respecto a Dios.

Muchos encuentran muy difícil entender lo dicho por el Señor en cuanto a adorar a Dios el Padre en espíritu y con veracidad. Sin embargo, la mujer samaritana tenía una base para entender esto. En la antigüedad, las personas adoraban a Dios trayéndole sacrificios y ofrendas conforme a la ley de Moisés. Los samaritanos iban a adorar al monte que estaba en Samaria, mientras que los judíos subían a adorar a Jerusalén. El Señor Jesús le dijo a la mujer: “Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y con veracidad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren” (Jn. 4:21-23). Con esto el Señor parecía decir: “La verdadera adoración a Dios no se lleva a cabo en un lugar sino en tu espíritu, y no se realiza con ofrendas sino con veracidad. Las ofrendas eran una sombra, pero Yo soy la realidad. Ahora tú necesitas adorar a Dios en tu espíritu y conmigo mismo como la realidad de todas las ofrendas”. Las palabras del Señor revelan que los samaritanos no eran paganos. Ellos habían escuchado un poco de la verdad debido a que el evangelio les había sido predicado en parte. Eso significa que la semilla había sido sembrada entre ellos. Es por eso que Jesús les dijo a Sus discípulos que ya otros habían sembrado y que ahora los campos estaban blancos para la siega.

Predicar el evangelio de una manera apropiada no es algo que se relacione con un avivamiento ni con milagros pentecostales; es algo muy normal que ocurre bajo la soberanía de Dios. Podemos aplicar este principio a nuestra situación actual. En los Estados Unidos casi todo el mundo ha escuchado el evangelio hasta cierto punto. En este sentido no necesitamos sembrar la semilla. La semilla fue plantada durante los siglos pasados. Ahora debemos realizar una tarea muy normal: debemos salir a segar. Antes de que el Señor Jesús pasara por Samaria para ganar a aquella mujer, Él no les dijo a Sus discípulos: “Hay aquí algunas personas que Mi Padre seleccionó y predestinó; por lo tanto, voy a predicar el evangelio. Vamos juntos en coordinación. Mientras predico, ustedes deben orar”. El Señor Jesús no era así de “religioso”. La Biblia sencillamente declara: “Salió de Judea, y se fue otra vez a Galilea. Y le era necesario pasar por Samaria” (vs. 3-4). Él no anunció ni promovió lo que estaba haciendo, ni tampoco pidió a nadie que orara. Tan sólo hizo un viaje corto y en el camino predicó. En este sentido, Él no era un evangelista tradicional. Simplemente ministraba vida a las personas, no sembrando la semilla, sino segando la cosecha. En el capítulo 3 cosechó a un hombre, y en el capítulo 4, a una mujer.


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