Pensamiento central de Dios, Elpor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-7041-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
ISBN: 978-0-7363-7041-7
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
Font Size
Como hemos visto, el pensamiento central de Dios es Cristo con la iglesia. Todas las Escrituras con sus sesenta y seis libros se centran en Cristo, quien es la expresión de Dios manifestada por medio de la iglesia, Su Cuerpo, una entidad corporativa.
En el Antiguo Testamento la historia del pueblo de Israel es simplemente una historia del tabernáculo y el templo. En el desierto había unos seiscientos mil hombres entre las edades de los veinte y los cincuenta años, quienes podían ir a la guerra para pelear por Dios. Si cada uno de ellos tuviera una esposa, el número se doblaría, y si cada pareja tuviera hijos, el número de ellos sería mucho más del triple. Por lo tanto, probablemente había más de dos millones de personas en el desierto que viajaban y no hacían otra cosa que atender el tabernáculo día tras día, por cuarenta años. Cuando ellos viajaban, llevaban consigo el tabernáculo, y cuando se detenían, erigían el tabernáculo. En el Nuevo Testamento el principio es el mismo. ¿Saben lo que nosotros los cristianos hacemos todo el día? Lo único que debemos hacer es atender el tabernáculo, que es un tipo del aumento de Cristo, es decir, Cristo con la iglesia. En esto debemos ocuparnos, pues es nuestra vida y nuestro diario vivir.
Más tarde, después que los hijos de Israel entraron en la tierra de Canaán, empezaron la segunda parte de su historia, la del templo. Al disfrutar del producto de la tierra, ellos pudieron edificar el templo, el cual era más sólido y más estable que el tabernáculo. El templo era el significado, la explicación y el centro de su vivir. Asimismo, hoy nosotros, cuando disfrutamos a Cristo como el todo, es decir, como la buena tierra todo-inclusiva, también podemos producir algo que es el aumento de Cristo, el agrandamiento de Cristo, es decir, podemos producir la iglesia.
En el Nuevo Testamento se nos dice que “la Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros” (Jn. 1:14). Esto significa que Cristo mismo, al encarnarse, llegó a ser el tabernáculo, la morada, de Dios. Luego en Juan 2:18-21 el Señor mismo nos dijo que Su cuerpo era el templo de Dios, el cual el pueblo judío iba a destruir. Él dijo: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré” (v. 19). El cuerpo que el Señor levantó después de tres días era mucho más grande, era un cuerpo de mayor tamaño. El cuerpo del Señor en la carne fue muerto en la cruz, pero un Cuerpo misterioso se levantó por medio de la resurrección de Cristo. Este Cuerpo misterioso es Cristo con todos los creyentes. Cristo, incluyendo a todos los creyentes, es un templo misterioso para Dios. Por lo tanto, en el Nuevo Testamento tenemos a Cristo como el centro y a la iglesia como Su aumento, expansión y agrandamiento. En otras palabras, Cristo es la Cabeza, y la iglesia es el Cuerpo. Éste es el pensamiento central que rige todo el Nuevo Testamento.
El Nuevo Testamento nos revela un gran hombre, misterioso y universal, en el cual Jesucristo es la Cabeza y todos los creyentes son el Cuerpo. Los Evangelios, los primeros cuatro libros del Nuevo Testamento, nos revelan a Cristo como la Cabeza; luego Hechos nos revela el Cuerpo. En Hechos vemos a Cristo que actúa, vive, se mueve y obra en Su Cuerpo. Algunos se refieren al libro de Hechos como los hechos de los apóstoles; pero hablando con propiedad, el libro de los Hechos consiste en los hechos que Cristo como Espíritu realizó por medio de los apóstoles, y no sólo por medio de los apóstoles, sino también por medio de todos los discípulos, por medio de todos los creyentes, por medio de todo el Cuerpo. Por consiguiente, el libro de Hechos consiste en los hechos que la Cabeza como Espíritu realiza por medio del Cuerpo. Por consiguiente, vemos este gran hombre universal: la Cabeza con el Cuerpo.
Cuando Saulo, quien se opuso tanto a la iglesia, iba camino a Damasco, el Señor salió a su encuentro y le dijo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?” (9:4). Saulo quedó muy sorprendido y dijo: “¿Quién eres, Señor?”. El Señor le dijo: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues” (v. 5). Saulo pensaba que estaba persiguiendo a Pedro, Esteban y a otros de los seguidores de Jesús, es decir, a personas que estaban en la tierra, pero jamás se imaginó que estaba oponiéndose a alguien que estaba en el cielo. Para su sorpresa, una voz del cielo le decía que Él era a quien Pablo perseguía y que Su nombre era Jesús. Lo que el Señor le estaba diciendo a Pablo era: “Cuando persigues a Pedro, me persigues a Mí. Cuando persigues a la iglesia, me persigues a Mí, porque Yo estoy en la iglesia y la iglesia es parte de Mí”. El complemento me alude a un gran hombre universal, en el que Cristo es la Cabeza y la iglesia es el Cuerpo.
Nota: Esperamos que muchos se beneficien de estas riquezas espirituales. Sin embargo, para evitar cualquier tipo de confusión, les pedimos que ninguno de estos materiales sean descargados o copiados y publicados en otro lugar, sea por medio electrónico o por cualquier otro medio. Living Stream Ministry mantiene todos los derechos de autor en estos materiales, y esperamos que ustedes los que nos visiten respeten esto.