Estudio-vida de Deuteronomiopor Witness Lee
ISBN: 978-0-7363-6649-6
Copia impresa: Living Stream Ministry disponible en línea
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Después de cuarenta años en el desierto, el pueblo llegó a la llanura que está al oriente del Jordán, y allí dieron muerte a los dos reyes que guardaban la entrada a la buena tierra, esto es, a Sehón, rey de los amorreos, y a Og, rey de Basán (1:4).
La muerte de esos dos reyes fue lo que hizo posible que los hijos de Israel dejaran de vagar por el desierto. Por tanto, si queremos dejar de vagar, debemos matar al Sehón y al Og de hoy.
La muerte de estos dos reyes también abrió la puerta para la entrada en la tierra prometida.
Dios encargó a los hijos de Israel de que se fueran del monte de Dios para que entraran en la buena tierra, la cual Él había prometido a sus padres (1:5-8). Ellos habían sido adiestrados por Dios y constituidos en un ejército sacerdotal, y su jornada tenía una meta muy concreta: la buena tierra prometida a sus padres.
Deuteronomio 1:9-18 describe la asignación de cargos.
La asignación de cargos indica que no era fácil mantener el orden de los hijos de Israel. El pueblo era más de dos millones en número, y a Moisés no le era posible por sí solo mantener el orden.
Era necesario mantener un buen orden por causa de la morada y el servicio a Dios y para combatir contra los enemigos. La morada, el sacerdocio y el ejército, todos ellos, exigían que hubiese un buen orden.
Para que se pudiera mantener el orden entre los hijos de Israel, eran necesarias la autoridad delegada y la sumisión. La autoridad delegada representaba a Dios, quien es la autoridad. Al pueblo se le requería someterse a dicha autoridad delegada.
Los hijos de Israel tuvieron un grave fracaso en Cades-barnea (Dt. 1:19-46; 2:14-15). Este fracaso hizo que se acabara “toda la generación de los hombres de guerra de en medio del campamento” (2:14).
El fracaso que tuvieron los hijos de Israel en Cades-barnea se debió a que no creyeron en Dios ni en Su promesa (1:32, 35). Dios es fiel, y Su palabra, la cual es Su promesa, no falla. Sin embargo, el pueblo no creyó en Dios ni en Su promesa. La incredulidad de ellos ofendió a Dios.
En 1:31 Moisés dijo: “En el desierto, donde has visto que Jehová tu Dios te ha llevado, como lleva el hombre a su hijo, por todo el camino en que habéis andado hasta llegar a este lugar”. Dios había llevado al pueblo a lo largo del terrible desierto, desde el monte de Dios hasta Cades-barnea. Sin embargo, a pesar de que Dios los había llevado, los hijos de Israel no creyeron en Él ni en Su promesa.
Todos los que no creyeron fueron consumidos en el desierto, en el cual vagaron por treinta y ocho años (2:14-15). Esto nos muestra que es cosa terrible no creer en Dios. Debemos cuidarnos de caer en incredulidad.
Todos los hombres de guerra perecieron, con excepción de Caleb y Josué (1:36-38).
En 1:41-45 vemos que la incredulidad los llevó a desobedecer a Dios. La razón por la cual no obedecemos a Dios es que no creemos en Él. La incredulidad es la causa de nuestra desobediencia a Dios.
El ministerio del Nuevo Testamento es un ministerio de fe, y la palabra del Nuevo Testamento es una palabra de fe. Por tanto, es por fe que comenzamos nuestra vida cristiana y nuestra vida de iglesia. Sin fe no podemos vivir la vida cristiana ni la vida de iglesia. La incredulidad nos perjudica seriamente y conduce a la tragedia.
En lo referente a creer en Dios, debemos olvidar nuestro pasado, pero en lo referente a conocer a Dios y conocernos a nosotros mismos, debemos recordar nuestro pasado. Hacer un recuento apropiado de nuestro pasado nos ayudará a dejar de confiar en nosotros mismos y a poner nuestra confianza absolutamente en Dios. Hacer un recuento del pasado nos permite aprender la lección de no tener ninguna confianza en nosotros mismos. Nosotros no somos más que un yo incrédulo, y lo único que tenemos es carne. Por tanto, tenemos que aprender a repudiar el yo y la carne, y poner nuestra confianza totalmente en Dios, Aquel que es fiel y cuyas palabras nunca fallan.
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